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Esa perrita “que nunca ha mordido a nadie” (salvo una vez a mi perrita y dos a mi)

El dueño perfecto del animalito perfecto, y ese narcisismo tan agudo y ciego que descalifica la realidad y al otro que participó de esa realidad. | María Teresa Priego

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Escrito en OPINIÓN el

No hay como ser "ingenuos", de verdad. Me refiero a esa "ingenuidad" en la que se mueven algunas personas con una muy elevada idea de sí mismas, valoración que las sostiene en la convicción de que sus ideales en el terreno del ¿quién soy yo?", corresponden de manera exacta a la realidad. En ese a priori de detentadores de La Verdad y representantes de Todo lo que es Bueno, ¿por qué tendrían algo que cuestionarse? Por ejemplo: quienes suponen que no es necesario esforzarse  por sostener una ética de la vida cotidiana, porque los acompaña la inquebrantable certeza de su absoluta corrección, casi genética. Las palabras con las que se definen (porque está muy seguras/os de sus definiciones) son tan rotundas e incuestionables, que pesan más que cualquier realidad. Como si desde sus imaginarios, sus palabras, solo las de ellos, crearan la realidad. 

Y giro alrededor de estas reflexiones por los hechos que enseguida les narro y que me dejaron más que atónita. Hace como un año y medio conversaba con mi hijo y una vecina ante la puerta de su departamento. Salió la vecina de la puerta de al lado con su perrita (sin correa, –lo cual está prohibido–), nos saludamos, y de inmediato, su perrita se lanzó sobre mí y me mordió. La joven se quedó muy sorprendida. No fue necesario ir a un médico, me hice la curación y me quedé, por supuesto, esperando un mensajito de disculpas que nunca llegó. Unos días después me encontré al papá de la joven y le dije que su perrita me había mordido, que era indispensable (además de ser parte de las reglas del condominio), que la trajera con correa porque era agresiva. Su respuesta fue: "Nunca ha mordido a nadie". Le dije: "Te estoy diciendo que me mordió a mí y tu hija estaba allí". Estábamos advertidos. 

Ya en pandemia, bajaba en el elevador con mi perrita (es muy pequeña), el elevador se abrió en el piso en el que vive esta familia, el señor estaba allí, de nuevo con su perrita sin correa (él sin cubrebocas, ¡por supuesto!), el animalito se arrojó a mordidas sobre mi mascota. Él llamó a su perrita que no le hizo el menor caso. Entró en el elevador y después de un buen rato, logró separarlas. Esta segunda vez, le dije (una vez más),  que no era posible que su perrita siguiera paseando sin correa, que acababa de morder a la mía y que dado sus niveles de agresividad, por favor le pedía que jamás, pero jamás me la acercara. En esa ocasión, sin mencionar nombres, sí escribí en el chat del edificio que era indispensable el respeto de las reglas, el uso de las correas, y el mantener distancia cuando se trataba de perritos agresivos. Quedaba claro, supuse, aparatosamente claro, que por las razones que fueran, su perrita representaba un peligro para mí.

En la entrada al estacionamiento del edificio hay un murito en el que con frecuencia nos sentamos a conversar. Nos citamos allí una amiga y yo para celebrar nuestra primera dosis de vacuna que ya nos permitía reunirnos. En un momento escuché un "Hola", voltée y era el vecino con su perrita. Lo saludé de lejos y por supuesto, supuse que él seguía la ruta de su paseo. ¿Por qué haría otra cosa, dado los antecedentes? Jamás se me hubiera ocurrido. En unos segundos pasamos de ese saludo a su perrita colgada de mi tobillo. Esta vez, sí traía correa. ¿Cómo sucedió? Comencé a gritar que me la quitara de encima. Para cuando reaccionó, ya la perrita había tenido tiempo de morderme debajo de la rodilla. Si lo hubiera visto venir, por supuesto que hubiera corrido, era muy probable que su perrita me agrediera de nuevo, tal y como pasó. Pero me tomó totalmente desprevenida. Estaba lejos cuando lo saludé, y se dirigió con su perrita derechito hacia mí. 

Lo primero que hizo cuando retiró a su mascota de mi pierna fue asestarme su leit motiv: "Nunca ha mordido a nadie". ¿Lo pueden creer? Después de esta negación brutal de los hechos y de mi persona, me ofreció una disculpa que evidentemente no estaba yo en situación de aceptar. Le grité (sí, el tobillo me sangraba y me dolía y le hablé a gritos), que se fuera y que no quería tenerlo enfrente jamás en mi vida, que era la segunda vez que su perrita me mordía, por su irresponsabilidad. La tercera que nos agredía sumando el ataque a mi perrita. He ido con una enfermera a que me haga las curaciones, y en esta ocasión, escribí una carta narrando lo sucedido y manifestando mi sorpresa ante la conducta del vecino, la subí en el chat del edificio. El señor me respondió con una disculpa en las dos primeras líneas e inmediatamente después lo que acá sigue: "Mi perra no es violenta y se comporta bien con todos, solo ladra a los perros violentos o poco amigables". Me quedé todavía más sorprendida. Una disculpa a la que sigue una negación que anula completamente la disculpa y coloca la responsabilidad de lo sucedido en los "violentos y poco amigables", "perros". 

¿Cuál era la urgencia de venir a colocar a su perrita a unos centímetros de mí mientras yo estaba distraída? ¿Olvidó que ya me había mordido? ¿me quería probar que su perrita "nunca ha mordido a nadie" aunque ya me hubiera mordido a mí? dado que antes no quise hacer la denuncia ante el colectivo, ¿decidió que las agresiones no habían existido o que no importaban porque no tuvieron consecuencias públicas? El problema de la negación de la realidad, en este caso como en otros, es que sí tiene consecuencias. Y las tuvo. Pero, ¿cómo alguien puede negar hasta estos puntos? Es aquí donde pensé en los ideales del Yo que sostienen la posibilidad de negar las realidades más rotundas: él es una buenísima y educadísima persona que no puede ser propietario sino de una buenísima y educadísima perrita, que "solo ladra" (nada más) cuando la actitud "violenta y poco amigable de otros perros", la obliga. ¿La persona agredida? Desaparecida.

Su perrita no es agresiva, no se equivoquen, es justiciera. ¿Tendría que deducir que –desde su cabecita de él– si el animalito me mordió dos veces, es porque yo me lo merecía? Alguna vibración luciferina lanzamos mi perrita y yo que llama a la intervención de las cuadrúpedas dulces y sensatas que, como arcángeles, nos ponen en nuestro sitio a mordidas, con la comprensión de su dueño cuya buena voluntad jamás podrá ser puesta en duda. Ni siquiera quise colocar el tercer ataque en los territorios de un acto de hostilidad consciente o inconsciente por parte del dueño, lo que también es una posibilidad, dada su sordera y lo innecesario y extravagante de su conducta. La perrita, creo, no tiene inconsciente, lo que hace una diferencia abismal. Solo le solicitaba asumir, con fotos anexas de las mordidas en mi pierna, por si no le quedaron claras al presenciar los hechos, lo que sucedió. Tal y como fue: sin vuelta de hoja. También estar segura, a partir de la aceptación que no se dio después de la segunda agresión, de que no seré atacada una vez más, dado que compartimos espacios.

El personaje y los hechos me dejaron pues, girando en esos alrededores que les digo: el dueño perfecto del animalito perfecto, y ese su narcisismo tan agudo y ciego que no solo descalifica la realidad, sino a ese otro que participó de esa realidad. Para esos tan "ingenuos" y perfectos, ¿cuál será el lugar del otro?