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Esa huelga de la Modelo

¡Gracias Carlos Rodríguez Rivera por tu libro “1990 Huelga en la Cervecería Modelo”, que saca de los ayeres esa voz obrera! | Manuel Fuentes

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Escrito en OPINIÓN el

Cuando los obreros de la cervecería Modelo pusieron las banderas de huelga, ese 15 de febrero de 1990, no tenían la dimensión de que su caso se trataría como un “asunto de estado”. Los dueños de la cervecera más importante del país usaban todas sus influencias para que la Confederación de Trabajadores de México (CTM) y el mismo presidente de la República los apoyara en esa revuelta laboral que llevaron esos 5 mil 200 trabajadores.

Las condiciones de trabajo eran miserables cuenta Carlos Rodríguez Rivera en su libro: “1990 Huelga en la Cervecería Modelo”, en una historia que se quedó anclada hace 30 años, en la que se tuvo que meter a trabajar como obrero junto con otros 5 estudiantes de la Compañía de Jesús para entender la realidad obrera.

¿Qué parió la rebeldía obrera? No fueron los marxistas, leninistas, comunistas, ni los jesuitas de aquellos tiempos, quienes influyeron en el levantamiento obrero: fue el desdén patronal, fueron los gerentillos, los jefecitos de cuarta, quienes promovieron la revuelta por el trato inmisericorde hacia los trabajadores.

La imaginación se queda corta si el trabajo se mira, se siente, se huele, se transpira desde la fábrica; es como dejarse tocar por la muerte lenta. Ellos, los cerveceros se levantaron para decir: ¡basta de agonías y enfermedad, de recuentos para llorar!,

-“…basta de penar por jubilarse y alcanzar solo a morirse, no somos animales por maltratar ni rebaños a quienes gritar, levantaremos el puño en alto, llevaremos como bandera la esperanza…”

Caminar, caminar para llegar a la fábrica, vamos corriendo, tenemos que empezar a jalarle:

-“Treinta años de trabajo sin límite de edad, de todos modos. De dolor de espalda provocado por el levantamiento continuo y transporte del producto terminado de diferentes tipos de cerveza en botellas, cartones y tarimas aplastadas, cortadas punzadas por astillas de madera o vidrios rotos de botellas estalladas…”

Y sigue llegando, apurándose, corriendo el obrero a su puesto de trabajo, escucha un grito en su espalda. “órale pendejo, ponte a trabajar”, apenas si revira y reconoce al supervisor y ese lo reta: “¿qué me ves pendejo?”. Dónde quedó la dignidad: en el piso, la rabia contenida en los puños cerrados, en el cuerpo que se acaba…

-“de pies magullados o aplastados, de accidentes de todo tipo (golpes, choques, caídas, cortes, aplastamientos, lesiones oculares), de ruido desintegrador de la personalidad, y de una fatiga tan monótona como acumulable…”

Cuando te metes a trabajar y a darle duro, te olvidas de tu persona, sientes como te despedazas, ves, observas, cierras los ojos por segundos y un ruido bestial se mete a tus entrañas que producen 20 a 22 millones de botellas de cerveza diaria…

-“…en el departamento de fuerza motriz, los compañeros no se oyen a una distancia de dos metros ni aunque griten, no tienen protección para los oídos…”

Decir que es un trabajo miserable es poco, sientes que te hierve la sangre de impotencia, pero tienes que darle duro…

-…en el llenado de las botellas se daña mucho la vista y los oídos, por tener que mirar, contra una pantalla iluminada, un desfile interminable de botellas que se van golpeando entre sí…”

Nos decían que era un trabajo de hombres y si no lo éramos, que nos largáramos, así teníamos que aguantar:

“…el grado de humedad de varios departamentos de la planta (que) produce hongos en la piel; en el departamento de vacío, el polvo y la pintura del cartón se respiran durante 8 horas diarias; el daño causado a la columna, por mover diariamente un promedio de 30 toneladas de cerveza embotellada, no se reconoce como enfermedad profesional…”

El libro de Carlos Rodríguez lacera el alma. Recuerda al padre Jesús Acosta, “Cucho”. Él iba a oficiar, como acto de protesta, cada 8 de enero, frente a la Ford Motor de Cuautitlán, por el asesinato que sufriera Cleto Nigmo Urbina a manos de pistoleros cetemistas contratados por la empresa en 1990; los obreros de la Ford eran sujetos de represión, despidos, desalojos de la planta, amenazas de muerte, archivo a juicios de titularidad para evitar sacudirse de la CTM. Mi acompañamiento legal a esos movimientos estremeció mi carrera profesional por la combatividad de millares de obreros.

Cuando estalló la huelga de la Modelo, los dirigentes me mandaron a llamar, me pidieron sumarme a su equipo jurídico con Tonatiuh Mercado y Jorge García Ramírez. Allí conocí de las arbitrariedades de una autoridad laboral que lamía las botas a la patronal. Apenas había pasado una hora con cuarenta y cinco minutos del 15 de febrero y ya se había hecho la petición de archivar la huelga. A las 10 horas del día 16 de febrero de 1990 se declaró la inexistencia de la huelga y se ordenó a los miles de cerveceros regresar a laborar.

Yo recién llegado veía los ojos de miles de obreros que votaban en su asamblea por continuar con la huelga que retaba al sistema. Había que meter el amparo antes de las 24 horas y con una carga enorme de vidas de esperanza. Llegaban obreros a mi oficina recién habilitada en ese local sindical, que era una silla y una base de manera donde quedaba estrujado, a observarme cómo le daba a la máquina de escribir junto con nuestro equipo de trabajo. Me decían: -cómase estos tacos que le hizo mi esposa, y me daban una palmada en la espalda-.

Apenas se había presentado el amparo y una juez de: “olvido el nombre” impuso una fianza de mil millones de pesos para que no se rompieran los contratos de trabajo de los huelguistas.

Apenas si habíamos dado la noticia de la fianza millonaria a pagar, y miles de personas se acercaron a dar el apoyo. Había niños, viejos, desempleados, obreros. Recuerdo ese par de jubilados que llevó 30 mil pesos de sus ahorros, y esa mujer tan pobre que en la mano llevaba 20 pesos, que seguro apenas era para su comida. Me asomaba y encontraba la solidaridad en carne y hueso.

Allí llegaron los amigos de la cooperativa Pascual con un cheque de 550 millones para apoyar a los cerveceros de la Modelo. Vi como los obreros lloraban de alegría impactados por la cercanía del pueblo, por la solidaridad de trabajadores que ni siquiera conocían. Ellos eran 5 mil 200 y marchaban 20 mil por las calles. Iban con ellos los hijos, las esposas que fueron la base de la resistencia, los hermanos y otros obreros abrazando a los de la Modelo.

Fueron 70 días de huelga, de una resistencia férrea para decir ¡ya basta! Resistieron al gobierno de Salinas de Gortari, que con un papel de “inexistencia” quiso desaparecer la insurgencia obrera, pero no pudo, los obreros de la Modelo con su movimiento depositaron miles de semillas de dignidad que ahora emergen por todas partes.

¡Gracias Carlos Rodríguez Rivera por tu libro, que saca de los ayeres esa voz obrera!