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Es la modernidad estúpido

Jaime Rodríguez ya no es el personaje que tan bien representó, sino un candidato electo.

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Escrito en OPINIÓN el

Hace dos semanas escribí sobre el voto que eligió a El Bronco. Me sobraron reclamos de quienes leyeron en mis líneas un ataque a él y a sus votantes. Desgraciadamente el problema los rebasa y muestra un fenómeno que afecta a todos los independientes y partidos por igual, e incluso pone al Estado y a la política en jaque.

 

El problema no es de empatías y menos aún de una supuesta defensa de partidos y políticos tradicionales; es una realidad social llamada modernidad líquida que, siento decirles a los fervientes seguidores de El Bronco, los precede, los explica y advierte lo efímero de su fervor democrático y, por desgracia, condena su efectividad.

 

“Si uno vive sólo el presente, corre el riesgo de desaparecer junto con él”, sostiene el hispano Goytisolo. Tal fue el desiderátum del fenómeno llamado Bronco. Otra cosa será su gobierno y eso es lo que hice valer en el texto mencionado. A él y a Nuevo León les deseo la mejor de las suertes, pero el furor popular de su elección y la ventana de oportunidad que facilitó el prodigio mediático El Bronco ya desaparecieron.

 

Jaime Rodríguez ya no es el personaje que tan bien representó, sino un candidato electo; frente a él no hay un horizonte de campaña, sino de gobierno y ya no hay electores a cautivar con promesas y sound bites, sino ciudadanos demandantes de respuestas concretas e inmediatas.

 

El arrebato popular de El Bronco configura lo que Bauman llama una “comunidad de guardarropa”, cuya “naturaleza explosiva resuena bien con las identidades de la modernidad líquida”. Estas conductas colectivas suelen ser “volátiles, transitorias, ‘monoaspectadas’ o ‘con un solo propósito’. Su tiempo de vida es breve y lleno de sonido y furia. No extraen poder de su expectativa de duración, sino, paradójicamente, de su precariedad y de su incierto futuro, de la vigilancia y de la inversión emocional exigida por su frágil pero furibunda existencia”.

 

La explicación de por qué les llama comunidades de guardarropa es la siguiente y cito in extenso: “Los asistentes de un espectáculo se visten para la ocasión, ateniéndose a un ‘código de sastrería’ distinto de los códigos que siguen diariamente –situación que simultáneamente diferencia esta ocasión como ‘especial’ y hace que los espectadores presenten, dentro del teatro, un aspecto más uniforme que fuera de él-.

 

"La función nocturna es lo que los ha atraído a todos, por diversos que sean sus intereses y pasatiempos diurnos. Antes de entrar al auditorio, todos dejan los abrigos que usaban en la calle en el guardarropa de la sala (…). Durante la función, todos los ojos están fijos en el escenario, que concentra la atención. La alegría y la tristeza, las risas y el silencio, los aplausos y los gritos de aprobación y los jadeos de sorpresa están sincronizados –como si estuvieran guionados y dirigidos-.

 

"Sin embargo, cuando cae el telón, los espectadores recogen sus pertenencias en el guardarropa, vuelven a ponerse sus ropas de calle y retoman sus diferentes roles mundanos, para mezclarse poco después con la variada multitud que llena las calles de la ciudad de las que emergieron horas antes.

 

“Las comunidades de guardarropa necesitan un espectáculo que atraiga el mismo interés latente de diferentes individuos, para reunirlos durante cierto tiempo en el que otros intereses –los que los separan en vez de unirlos- son temporalmente dejados de lado o silenciados. Los espectáculos, como ocasión de existencia de una comunidad de guardarropa, no fusionan los intereses individuales en un ‘interés grupal’: esos intereses no adquieren una nueva calidad al agruparse, y la ilusión de situación compartida que proporciona el espectáculo no dura más que la excitación provocada por la presentación. Los espectáculos han remplazado la ‘causa común’”.

 

A lo anterior hay que agregar el carácter de moda pasajera de estos espectáculos: “Las modas, sostiene el mismo Bauman, van y vienen a una velocidad vertiginosa, todos los objetos de deseo se vuelven obsoletos, desagradables y hasta producen rechazo incluso antes de haber tenido tiempo de ser gozados plenamente”.

 

Esta es una realidad global que caracteriza nuestra modernidad. No es un traje hecho a la medida de El Bronco. El fenómeno lo desborda hasta poner en jaque al sistema de partidos, a la sociedad política e incluso al Estado mismo. En la modernidad líquida las gratificaciones no pueden postergarse a un futuro incierto, sólo caben la satisfacciones inmediatas. Pregúntese a Peña Nieto por las respuestas que recibe cuando predica en el desierto que sus reformas tendrán grandes rendimientos en el mediano plazo.

 

Tal es sino y problema de la política en la modernidad líquida: El voto duro si licua, las comunidades de intereses son pasajeras, la cohesión social es por evento, las instituciones son desechables (pregunten si no a los diferentes IFE’s y al TRIFE), los reclamos son de satisfacción inmediata y los liderazgos son cada vez más efímeros.

 

@LUISFARIASM