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Entregar completo

La obligación es entregar el poder completo, porque no es algo que se dé para dilapidarse, sino para ejercerse sin demérito; porque no es algo propio, sino un encargo al cuidado del mandatario; porque se otorga para la custodia de su efectividad y prevalencia.

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Escrito en OPINIÓN el

El juego se llama entregar el poder completo. Tal es el arte y reto de gobernar.

 

Lo anterior implica varias premisas que, como tales, rigen el juego: el poder siempre es prestado; por tanto, siempre es temporal y perecedero. Fatalmente termina por entregarse; ya por pacífica cesión, ya por sangrienta desposesión.

 

Siendo una encomienda, el poder no es un atributo de quien lo ejerce, sino una distinción que hay que respetar, honrar y cuidar; una responsabilidad de la que hay que responder al pueblo que lo delega.

 

El poder, por tanto, no es una propiedad de la que se pueda disponer libérrima y arbitrariamente; es una función pública confiada por tiempo definido; un mandato del que hay que hacer buen uso y rendir cuentas; una estafeta que entregar sin mella.

 

La obligación es entregar el poder completo, porque no es algo que se dé para dilapidarse, sino para ejercerse sin demérito; porque no es algo propio, sino un encargo al cuidado del mandatario; porque se otorga para la custodia de su efectividad y prevalencia.

 

El mandatario está obligado a cuidar el uso que haga del poder para que éste no pierda eficacia, lo que entendían los romanos como potestas, pero tampoco legitimidad, que conceptualizaban como autoritas.

 

Al Gobernalle no se le asigna el timón sin barco, tripulación, carga y destino. Tampoco se le entregan para su uso y deleite personales. Su tarea tiene un significado y un propósito públicos. De todo ello debe responder. No debe encallar el barco, tampoco debe enfrentarlo a tormentas que se puedan evitar, debe cuidar casco y aparejos, asegurar tripulación, administrar suministros, proveer satisfactores, buscar los mejores vientos, sortear los peores, llevar el barco a buen destino, mantener la calma de tripulación y pasaje en momentos de crisis, y, sobre todo, concitar voluntades con liderazgo y autoridad moral.

 

Por ello, en política lo único que cuentan son los resultados. Por eso, lo importante no es cómo te reciben cuando llegas, sino cómo te despiden concluido tu encargo. No cómo esperan que seas, sino como te recuerdan una vez ido. No lo que tú quieres que crean de ti, sino lo que, a pesar de ti, piensan.

 

Para la generación de mi padre era tan importante cumplir el cometido como cuidar y respetar la institución encargada a su responsabilidad. Para ellos el presidente era uno, el sujeto encargado temporalmente del cargo, en tanto que la Presidencia era otra, a la que el primero estaba obligado a respetar, cuidar, abrillantar y fortalecer. Para ellos, la Presidencia era como una novia confiada a los cuidados del presidente. Si caminando de su brazo por la calle él veía en la esquina un grupo de truhanes tomando cerveza, lo indicado era cambiarse de acera y hacer caso omiso a las afrentas, a riesgo de que, además de faltarle el respeto a la dama, atentaran contra su honra e integridad, siendo su responsabilidad protegerla, conservarla y entregarla  sin mácula.

 

Pero a la novia no sólo la pueden dañar terceros, el propio novio lo puede hacer por acción u omisión. Por igual, al poder se le puede desdorar en su ejercicio por mal uso, abuso o no uso de sus funciones. Fox llegó a la Presidencia en apoteosis, la dejó en el oprobio.

 

Peña Nieto, como todos los presidentes antes de él, está viviendo en carne propia la dicotomía del cargo. Por un lado está la parte grata y visible: la parafernalia, el aparato y el reflector, el templete y el cariño a la figura Presidencial, las cámaras, la gira, el aplauso, la abyección. Por otro la faceta desagradable, incomprendida y solitaria: la de la dura y terca realidad que no cede a deseos ni conjuros; la de los índices económicos que no bailan al son del voluntarismo; la de la corrupción, soberbia, ineptitud y deslealtades del equipo y del entorno; la de desigualdad que se rehúsa a esperar el mana de las reformas; la de la inseguridad que se niega a jugar con la narrativa sexenal; la de la abierta subversión; la del soterrado cobro de cuentas de intereses afectados; la del bisoño acompañamiento y la improvisación; la de la impunidad que, desbocada, carcome todo el cuerpo social, económico y político. La de la soledad y silencios nocturnos, que no logran exorcizar mentiras ni artificios; la de la intransferible ni impostergable toma de decisiones, las más de las veces entre el menor de los males, no entre el mayor de los bienes. En fin, la del México real, de costra, mugre y piojos; de hambre e injusticia, de desnutrición, insalubridad y desaliento, de lacras e intereses, de abulia y traición, de voracidad, simulación y ultraje.

 

Peña Nieto soñó y se preparó para un México, uno muy distinto terminó por imponérsele.

 

Esa es su realidad. Única e ineludible y -si se ha entendido lo que pretendo decir- su reto se llama entregar a México completo.

 

@LUISFARIASM