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Entre explicaciones y esperanzas

La estrepitosa caída del PRI en las elecciones presidenciales y locales del país tiene muchas explicaciones. | Rodolfo Aceves Jiménez

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Escrito en OPINIÓN el

Por una parte, se vulneró la base de las estructuras políticas, económicas y sociales que regula la administración pública federal del país. Dicho de otra manera, el mal desempeño desintegró los bienes jurídicos que tutelan funciones de Estado y de gobierno, de tal forma que su impacto más visible recayó en la función de seguridad y en la función anticorrupción.

Cuando Enrique Peña Nieto llegó a la Presidencia de la República, la ciudadanía le otorgó una nueva oportunidad al PRI, cuando el PAN venia del desgaste de ejercer el poder con Fox y Calderón, solo en un ejercicio de cambio de administración y ausente de cambios estructurales en las formas y cultura política y de la administración de gobierno.

En el ejercicio del gobierno parecía que el del presidente Peña no quiso modificar viejas y anquilosadas formas de hacer política. Por ejemplo, en materia de derechos humanos, su administración no incorporó políticas públicas para colocar a los derechos humanos en los cuerpos de seguridad, como el baluarte de ese servicio y, al contrario, hay sonados casos de desapariciones forzadas a cargo de los cuerpos de seguridad con la permisibilidad de sus mandos y autoridades políticas.

A pesar de experiencias como Ayotzinapa, Tlatlaya o cualquier otra, parece que esto no sirvió para aceitar orgánicamente los flujos de información, mecanismos de acción y generación de políticas públicas en materia de seguridad. No, por el contrario, parece que la consigna era escuchar las voces críticas con recursos del gobierno, como la mala utilización del software de espionaje Pegassus.

En materia de anticorrupción, la nula voluntad política para resolver asuntos como Odebrecht, la estafa maestra y el socavón, por citar algunos, hizo que la ciudadanía se irritara, cuando vio que persistió la impunidad para impartir justicia. No fue suficiente encarcelar a exgobernadores como Javier Duarte o Andrés Granier o extraditar a Eugenio Hernández o Tomás Yarrington. No solo es la cárcel, falta que devuelvan al erario los montos sustraídos del producto de la corrupción.

En contraste la gran voluntad política para rescatar a Humberto Moreira y proteger a César Duarte; el primero, de su prisión en España al ser imputado de vínculos con la delincuencia organizada por la Fiscalía Española, cuando la Embajada de México en Madrid y la Procuraduría General de la República, movieron todo su poder para rescatarlo de su cautiverio, traerlo a México y liberarlo como el más inocente de los ciudadanos del país; y el segundo, de ser aprehendido. Así sucedió también con Raúl Salinas de Gortari, cuando fue liberado de su prisión, le fue devuelta su fortuna con la sospecha de provenir de la corrupción y hasta un cargo en PEMEX le otorgaron, caray. Solo faltó que la PGR le pidiera perdón y de rodillas.

También la gran voluntad política para forzar el ingreso a cargos públicos a personajes sin experiencia o cuyo perfil no reúne los requisitos para el cargo propuesto, como Eduardo Medina Mora en la Corte, o Paloma Merodio en el INEGI, que no son cosas menores, tanto por el impacto en la institución como por las formas de insertarlos.

La magnitud de la derrota

Todo esto y otras cosas más fueron la suma de eventos que irritó a la ciudadanía y que le dieron al PRI solo el triunfo en 8 distritos de mayoría relativa, de los 300 en que se divide el país, 1 escaño en el Senado por mayoría y haber sido derrotado en las ocho gubernaturas que estaban en disputa. La magnitud de la derrota es, que no tendrá grupos parlamentarios fuertes en ambas Cámaras del Congreso ya que tendrá un grupo parlamentario de 47 diputados que lo colocará en la quinta fuerza política en el Congreso y 13 senadores en la Cámara alta para ser la tercera fuerza política; es decir, que no será necesario el voto de los legisladores del PRI para aprobar reformas constitucionales o legales; además no tendrá un grupo fuerte y numeroso de gobernadores para hacer presión política, como en el 2000 o en el 2006, que lo colocaba en una buena posición de gobernabilidad y que así ejerció su papel en las administraciones de los presidentes Fox y Calderón.

En lo sucesivo el PRI gobernaría ocho Entidades: Sonora,  Sinaloa, Durango, Coahuila, Colima, Estado de México, Oaxaca y Campeche, es decir, aproximadamente poco más de 16 millones de habitantes, casi el 10% de la población del país, pero en estas entidades perdió la mayoría de los Congresos locales. A detalle el PRI por sí solo obtuvo 6.1 millones de votos en la elección presidencial y en coalición con el Verde y Nueva Alianza 7.4 millones de votos, en una derrota electoral lamentable. Es posible que en el cálculo político de la campaña del candidato presidencial del PRI se haya subestimado el valor de la ciudadanía.

Renacer como el ave fénix

Si el PRI realmente desea renacer como el ave fénix, debe incluir en sus diálogos de fortalecimiento y renovación, a la militancia seccional, distrital, municipal, estatal y nacional, y no solo a su clase política, como gobernadores, líderes de sectores u organizaciones y coordinadores parlamentarios.

Al sistema político mexicano que diseñó el Partido Revolucionario Institucional y las administraciones en las que gobernó al país, se debe en gran parte la actual configuración institucional del servicio público. Este sistema fue capaz de autoengendrarse cada seis años, de ajustar los modelos de ciencia política a la realidad nacional para dar paso al sistema de partidos y sus diversas configuraciones, a la participación política de la oposición, motivada por la aparición de modelos políticos, económicos y sociales en el mundo; pero también dio paso a diversas e ingeniosas formas y modalidades de pervertir el poder mediante la corrupción e impunidad.

Parece que no solo los mexicanos nos dábamos cuenta de este mal. Al conocerse una gran tendencia al triunfo de Andrés Manuel López Obrador, la comunidad internacional expresó sus felicitaciones al candidato ganador y a la colaboración gubernamental que pueda surgir en su desempeño, al tiempo que se percibía una tácita sensación de rechazo a la administración saliente del presidente Peña Nieto.

Mientras tanto, el presidente electo Andrés Manuel López Obrador debe tener el olfato para percibir las estructuras y fibras más sensibles de los bienes jurídicos que tutela la Constitución y el estado de derecho que fueron vulnerados con prácticas ajenas a su fin, para reconstruir el tejido político, económico, social y de seguridad que está dañado. Incluye renovación moral de la sociedad, de la estructura orgánica de la administración pública federal y de la seguridad, pobreza, desigualdad, derechos humanos, impunidad, corrupción y un largo etcétera.

Ese es el tamaño de la esperanza que ha puesto más del 52.96% de los electores el pasado domingo.

La seguridad disfuncional

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