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Entendiendo el pacto (patriarcal)

Las complicidades de ese pacto no son algo exclusivo de autoridades, ni la responsabilidad o imputación exclusiva del presidente. | Teresa Incháustegui

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Escrito en OPINIÓN el

Seguramente hay más personas además del presidente que, estando atentas a la conversación pública en torno a la protesta feminista en contra de la candidatura a gobernador de un presunto violador, no terminan de desentrañar qué es eso que demanda la etiqueta #ROMPAELPACTOPRESIDENTE y por eso nos parece importante hacer aquí este ejercicio.

1) Todas las sociedades y los estados del mundo hoy, tienen un saldo que cubrir, un déficit democrático que remontar en términos de la ciudadanía de las mujeres. Si la sujeción femenina a la fuerza y el poder masculinos se remontan a la prehistoria, la desigualdad en materia de derechos se funda en el siglo XVIII, en plena fragua de los estados y la ciudadanía modernos. La poderosa idea de que todas las personas sin distinción de sexo y origen social, tenían capacidad de raciocinio, libertad para elegir y dignidad para ser portadores de derechos dados a todos por la propia naturaleza, sedujo a las mentes mas abiertas y portentosas entre los hombres, también fue asumida como la puerta para la vindicación histórica femenina, de parte de muchas mujeres, pioneras en el entendimiento y promoción de los derechos ciudadanos universales. No obstante la misoginia y temor milenarios de algunos poderosos varones hacia las mujeres (entre ellos el Abate Sieyes), terminó por degollar (literalmente) las aspiraciones a la igualdad de trato de parte de numerosas y destacadas mujeres (entre ellas nuestra memorable Olympe de Gouges) y, con la ayuda del líder estrella del contractualismo liberal, padre de la misoginia y el micromachismo modernos: Juan Jacobo Rousseau, terminaron construyendo un doble rasero en la ciudadanía: la ciudadanía plena en derechos políticos (votar y ser votados) y civiles (auto-representación jurídica como sujeto de derechos, derecho a la propiedad, comenzando por la inviolabilidad del propio cuerpo y el domicilio; el ejercicio del comercio y la profesiones, el derecho al libre tránsito y la libre expresión de las ideas). Para las mujeres definieron en cambio una ciudadanía pasiva que les reconocía dignidad y capacidad de raciocinio y elección, pero las constreñía al espacio doméstico-privado bajo la autoridad directa de los varones (padre, esposo,hermano) no del Estado, sin derechos políticos (a votar y ser votada), sin derechos civiles (sin capacidad de auto representarse jurídicamente, sin derecho a la propiedad, sin derecho a las profesiones, sin derecho a la libre circulación). Se hizo necesaria una larga lucha a lo largo de doscientos años, (contando desde la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano [1791]) por parte del llamado feminismo de la Primera Ola (1848-1955) para conseguir estos derechos en las constituciones de los diversos países. 

2) La conquista de los derechos civiles y políticos de las mujeres que se institucionalizan en las constituciones, leyes y códigos hasta mediados de los años 70s, del siglo XX, con el decidido impulso que les dá el inicio de la Primera Década a favor de los Derechos de las Mujeres de parte de la ONU (1975), deja sin embargo intocadas las prerrogativas masculinas en torno al cuerpo de las mujeres; sin reconocer sus derechos a elegir libremente la pareja sexual o cónyuge, a elegir voluntariamente la frecuencia y el momento para su maternidad; a recibir atención a su salud en su ciclo reproductivo; a separarse legalmente y por voluntad propia de parejas no deseadas; a denunciar y recibir justicia en casos de maltrato o violencia sexual, a evitar la venta de niñas para matrimonios arreglados y un largo etcétera que incluye atrocidades como la Mutilación Genital Femenina (MGF), la lapidación de mujeres, incluso si son violadas por otros hombres que no son sus maridos, etc., etc. La remoción de estas prerrogativas patriarcalistas entre los escondrijos del derecho privado, particularmente el derecho familiar y el derecho penal (entre ellos los llamados “delitos de honor”) así como el combate a la legislación Sharia en los países musulmanes, han ocupado las energías del feminismo de Segunda (1948-1985) y Tercera Olas (1985-2008) desde la promulgación de la Convención sobre la Eliminación de todas formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW, 1992) y la Declaración sobre la Eliminación de la violencia contra la mujer (1993) .

3) Así, a casi treinta años de la promulgación de estos instrumentos internacionales y, a pesar de que se han dictado por parte de la Asamblea General de la ONU Recomendaciones Generales y Especiales a gobiernos, para la remoción de obstáculos al ejercicio y disfrute de derechos, y se han establecido leyes, se han reformado códigos, se han confeccionado protocolos y guías, se han dictado sentencias por parte de Cortes regionales o, internacionales, para que las autoridades y agentes de procuración de justicia, jueces, fiscales, ministerios públicos, políticas, y otro largo etcétera, garanticen a las mujeres una vida libre de violencia, reparación del daño y garantías de no repetición, siguen campeando la impunidad y la injusticia, la duda sobre la veracidad e intención de las mujeres cuando denuncian delitos y, abusos, en contra de jefes y/o compañeros de trabajo, profesores o compañeros de estudios; superiores jerárquicos o líderes en partidos, sindicatos, y ooootro más largo etcétera, se siguen subregistrando, dejando de investigar y aún se exoneran, se liberan, cuando no se dictan sentencias benévolas a responsables de feminicidios, violaciones, ultrajes, lesiones, maltratos, insultos, acoso, extorsiones (favores sexuales vs. despido; favores sexuales vs. reprobación de curso; favores sexuales vs. candidaturas o promociones). Los hombres que ocupan esos cargos y ejercen esas funciones, siguen viendo a las mujeres como las provocadoras, las responsables de los eventos, culpables en el fondo por cómo vestían, por cómo hablan, por cómo se mueven, por ser jóvenes y guapas, por “andar solas”, por andar de noche divirtiéndose. Como han puesto de manera palmariamente clara Las Tesis: la culpa no era mía ni cómo andaba ni cómo vestía. Es ese pacto de connivencia, de aceptación mutua y complicidad, de varones exculpando o comprendiendo a los varones, es ese silencio y disimulo entre varones que se saben caídos en los mismos pecados de los que se acusan a otros, los que explica el silencio, la indolencia, omisión, e indiferencia ante los abusos, vejaciones violencias y asesinatos que se hacen a las mujeres por el hecho de ser mujeres. Pacto éste en que por cierto también ratifican no pocas mujeres. Las jóvenes feministas que marchan lo han puesto muy claro, cuando en las calles gritan: “¡¡¡señor, señora no sea indiferente, se matan las mujeres en la cara de la gente!!!.

4) Pero las complicidades de ese pacto no son tampoco algo exclusivo de autoridades, ni la responsabilidad o imputación exclusiva del presidente, cuyo pecado es que no termina de entender el hondo calado de la demanda feminista y que acosado por sus oponentes, termina por tirar a la niña junto con el agua sucia. Son parte de ese pacto la llamada prensa rosa de revistas de espectáculos o que hace noticia de la vida, amores y fiestas de las élites; así como conductores de espacios radiofónicos o televisivos de la llamada farándula, que siguen presentando a personajes como Emiliiano Salinas hoy acusado del delito de trata en Estados Unidos (aquí la trata sigue tan campante) como paradigmas de la High Class. Son activos promotores del pacto patriarcal, como lo son también buena parte de los medios impresos y televisivos cuyos programas cómicos siguen denigrando a las mujeres o colocándolas como objetos, o pontifica entre risas y celebraciones gestuales las virtudes de la potencia masculina. Recuérdese si no, la gestualidad, los guiños y risas con que se anunciaba la entrada de la chica de microfalda y cantoneo que encarnaba la llamada “Reata Ilustrada” en “El Mañanero”, programa de seudo análisis, propaganda política y sorna misógina, bautizado así por su creador, justo en honor a Salgado Macedonio. La demanda de #RompaElPacto que entraña una revolución en la percepción, denuncia y desmontaje de la misoginia nuestra de cada día, debe abarcar una extensa e intensa lucha por poner a la luz todos los espacios y manifestaciones de la violencia simbólica y práctica que cotidianamente se pone en acto contra las mujeres y las niñas, debe convertirse realmente en una consigna transformadora y no quedarse solo en una arma arrojadiza entre contendientes de la arena política en un ciclo electoral. Nosotras tenemos la palabra.