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Empobrecimiento y hambre; ¿qué hacer?

En este año más de 80 millones de personas podrían quedarse sin recursos para comprar alimentos. | Jorge Faljo

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Escrito en OPINIÓN el

Estamos inmersos en la más amplia y grave crisis que hayamos conocido. Me refiero claro está a los que estamos vivos en este momento y no conocimos de guerras mundiales o la epidemia de influenza de hace un siglo, ni otras calamidades así de generales y mortales. Pero ésta, la calamidad que sí nos toca vivir es mayúscula.

Tiene una peculiaridad. No destruye objetos. No es el huracán, el fuego, la inundación o la guerra que arrasa físicamente fábricas, casas, caminos, pueblos y ciudades. Esas oleadas de destrucción son muy visibles.

Este infortunio lo que destruye o altera son relaciones entre seres humanos. Lo que vemos son calles, restaurantes y cafés vacíos; fábricas, talleres y oficinas cerrados.

Aparte del deterioro subjetivo, que es muy importante, impacta en relaciones económicas de gran valor: las que ocurren en la empresa entre trabajadores y patrones; las que se dan entre productores, distribuidores y consumidores. Al paralizar la producción, las ventas, el pago de salarios, el consumo nos enfrenta a una gran amenaza: empobrecimiento masivo y hambre.

La Comisión Económica para la América Latina –CEPAL–, y la Organización para la Agricultura y la Alimentación –FAO–, acaban de publicar un estudio, con proyecciones y propuestas, que pone el dedo en la llaga. Se trata de evitar, dicen, una crisis alimentaria en ciernes.

De acuerdo a las proyecciones de estos organismos en América Latina en este año más de 80 millones de personas no tendrán recursos para comprar suficientes alimentos. De este total hasta casi 22 millones serían mexicanos.

Es muy alta la proporción de mexicanos en el total latinoamericano debido a que en nuestro país tenemos uno de los más bajos gastos sociales y peor aún, programas como el de la Cruzada contra el Hambre del sexenio pasado estuvieron plagados de corrupción. Esto en un contexto de debilitamiento general de la economía; en 2019 la producción nacional –PIB- fue negativa y entraron en dificultades crecientes los sectores productivos más globalizados.

Así que hasta hace poco, según el Coneval, había 14 millones de mexicanos en situación de pobreza extrema; es decir, sin lo suficiente para comprar una canasta básica de alimentos y más de 53 millones en situación de pobreza, sin lo suficiente para atender otras necesidades. Pues ahora muchos de los pobres se convertirán en pobres extremos y la mayoría de los demás se empobrecerán.

Todo esto sin destrucción del aparato productivo ni de las capacidades personales de los trabajadores. En el caso de los alimentos significa que los graneros del mundo están repletos. Dadas varias buenas cosechas han crecido las existencias de maíz, arroz, trigo y otros granos básicos en el mundo.

Pero el mundo no es México; décadas de mercado abierto, peso fuerte, descuido del campo y brutal indiferencia al bienestar de la población nos dejaron una herencia de dependencia alimentaria. De acuerdo a un informe de CEDRSSA, el centro de estudios sobre desarrollo rural de la Cámara de Diputados, en 2018 importábamos el 57 por ciento de nuestros alimentos. Sobre todo, de los Estados Unidos que tiene autosuficiencia alimentaria y para cuya alimentación contribuimos con productos frescos.

Esta administración ha planteado como un objetivo central la Autosuficiencia Alimentaria. Seguir las recomendaciones de CEPAL y FAO, adaptadas a nuestra situación permitiría avanzar en ese sentido.

Lo principal que proponen es dar capacidad de compra a los más vulnerables mediante el reparto inmediato de un bono contra el hambre y el establecimiento de un ingreso básico de emergencia durante varios meses. Para México eso implica distribuir ingreso, cerca de mil 600 pesos de inmediato y luego mensualmente, a los 22 millones de personas, o más, que caerán en pobreza extrema.

Hay importantes problemas de logística para ello. No funcionaría ingresarlos a sus cuentas bancarias, porque no las tienen. Hacerlo en efectivo es muy propicio al desvío por intermediarios, y es peligroso. ¿Habría camionetas blindadas y armadas repartiendo dinero en los caminos rurales?

La mejor manera, la única posible, es hacerlo en uno de los mecanismos que proponen CEPAL y FAO, en forma de cupones. Los que en el caso de México se ejercerían en las 30 mil tiendas del Programa de Abasto Rural (Diconsa) diseminadas en todo el país y sobre todo en zonas de alta marginación. Cada tienda incide en varias localidades, la propia y las vecinas.

El estudio mencionado alerta contra la posibilidad de que en el empobrecimiento la población remplace la compra de alimentos más nutritivos por otros con mayor contenido de grasas saturadas, azúcar, sodio y calorías; la chatarra industrial que nos ha hecho obesos y propensos a enfermedades crónicas.

Así que los cupones deben dirigir la demanda a productos con bajo nivel de procesamiento: harinas, granos, frutas, verduras y cárnicos. Para ello la estrategia sería incrementar en lo posible y progresivamente el consumo de productos locales frescos.

Heredamos padrones sesgados e incompletos de la población vulnerable. Esta tarea requiere ser muy incluyentes y, al mismo tiempo con enfoques prácticos que garanticen transparencia y equidad distributiva. Hay rutas como convocar a los consejos comunitarios de la propiedad social inscritos en el Registro Agrario Nacional que ya tiene empadronados a más de 4 millones de campesinos y a los Consejos Comunitarios de Abasto que son propietarios y administradores de las 30 mil tiendas Diconsa. Se trata de que participen y vigilen la distribución de cupones para una población amplia.

Para el medio urbano la distribución requeriría acuerdos con otros agentes privados facilitando que los cupones puedan ser ejercidos tanto en cadenas comerciales como en mercados convencionales, tianguis y demás con formas de abasto de respaldo.  

Emplear cupones prácticamente elimina los riesgos de corrupción y criminalidad. Robar, por criminales o intermediarios, 100 mil pesos en cupones que sólo sirven para ir a comprar a una tiendita rural (o mercado tradicional, o centro comercial), a la vista de todos, simplemente no funcionaría.

Esta propuesta requiere algo que no existe en este momento: una burocracia dispuesta a colaborar y aliarse con las organizaciones de base; que opere conforme a los planteamientos de participación social expuestos en el Plan Nacional de Desarrollo. Ojalá y desde muy alto se lanzara la instrucción.