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El voto líquido de 'El Bronco'

Los partidos tienen voto duro, los independientes voto líquido.

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Escrito en OPINIÓN el

El Bronco, “el fenómeno” electoral del 2015, es la más clara expresión de un “tiempo sin certezas”; de relaciones políticas “precarias, transitorias y volátiles”, sin formas estables ni ataduras; por ende, sin compromisos y responsabilidades.

 

En conclusión, sin futuro.

 

Manifiesta una sociedad en donde las instituciones han dejado de ser las “anclas de las existencias individuales” y en la que priva un individualismo desintegrador de lo colectivo, para dar paso a conglomerados inestables de individualismos; amasijos fugaces, sin identidad, que se consumen en su propia expresión. Destellos revolucionarios contra el pasado tradicional, en fiebre de una modernidad de novedades y modas, en un festín de un presente sin futuro. Diría Lipovetsky en “El imperio de lo efímero”.

 

Anuncia el fin de la etapa de la “incrustación” de los individuos en estructuras “sólidas” y estables, para dar paso a lo que Zygmunt Bauman califica de modernidad líquida.

 

La modernidad sólida, para Bauman, ha llegado a su fin. Los sólidos, a diferencia de los líquidos, conservan su forma y persisten en el tiempo: Duran, son estables; “están” como modo de ser y de estar.

 

Los líquidos, en cambio, son informes, se transforman constantemente: Fluyen, como las aguas del río de Heráclito. Pero Bauman, a diferencia del efesino, imputa la liquidez a los vínculos entre las elecciones individuales y las acciones colectivas. Nada más a modo al fenómeno El Bronco. Entre las elecciones individuales y las acciones colectivas no media ya pauta estable ni predeterminada, porque lo público ha perdido su carácter sólido y todo queda a expensas de individuos aislados acicateados por impulsos de cambio radical por el cambio mismo, sin atadura a concepto, referente o compromiso alguno que los articule.

 

El cambio así entendido es inasible. Hijo de una sociedad líquida siempre cambiante, incierta, imprevisible.

 

Lo líquido carece de forma propia, toma la forma del envase que le contiene. Nuestras relaciones, señala Bauman, en una modernidad líquida se tornan precarias, transitorias, volátiles; son expresiones de cambio y caducidad, son informes, se transforman constantemente: fluyen, toman la forma del envase o cauce que las “excita”, pero no los “concita”.

 

La sociedad líquida es producto del capitalismo y de su resultante consumista, en donde prevalece el goce momentáneo y la satisfacción inmediata sin perspectiva del mañana. Frente a la satisfacción individual e inmediata no valen lazos comunitarios ni futuros compartidos, todo es explosión momentánea, hedonista y aislada. Aunque estemos, como es el caso, frente a millones de expresiones individuales, éstas no forman unidad, no se comunican, no se comparten, no construyen nada nuevo y menos estable: se consumen en su fugaz expresión.

 

El Bronco a pesar del gozo que causa en tantos, no pasa de ser un happening y un performance.

 

Tal es para mí, la lectura de El Bronco. Lástima por lo que hace a la figura de los candidatos independientes. Mejor suerte merecía la institución.

 

Las elecciones son métodos de decisión colectiva, principalmente, para integrar gobiernos y representación popular. La democracia representativa, desgraciadamente, requiere de los medios y éstos han terminado por prostituirla en espectáculo político (Murray Edelman) y, en palabras de Sartori, en sociedad teledirigida. Esa es una realidad con la que tenemos que vivir y que sólo la sociedad organizada y crítica puede inocular. En este escrito, sin embargo, me interesa referirme a los resultantes del ejercicio democrático y los riesgos de su prostitución.

 

Las elecciones son para integrar gobiernos y representación política; instituciones ambas del Estado en tanto organización social para conducir la convivencia. Destaco, el Estado, ni es algo natural, ni nos es dado de una vez y para siempre y es la organización que hemos encontrado para procesar la convivencia de los contrarios, de suyo, siempre en conflicto. Como su nombre lo dice, estado es el participio pasado del verbo estar, y estar significa ser con alguna indicación de permanencia. Estado, pues, es un orden que permanece, una “estructura en el devenir”.

 

Pues bien, Jaime Rodríguez y su personaje, El Bronco, enfrentan la contradicción de ser producto y expresión de lo precario, transitorio y volátil, y tener que insertarse en lo estable y permanente; en el mundo que satanizaron para llegar a él, en ese pasado ominoso del que formaron parte hasta diciembre del año pasado.

 

Él y su botarga tienen frente así, si bien se quiere a dinosaurios de la modernidad sólida, en términos de Bauer (Estado y partidos); pero en tanto no inventemos nada nuevo, con esas instituciones tendremos que procesar convivencia y gobierno.

 

La expresión electoral, masiva y entusiasta, que le dieron el triunfo a Jaime Rodríguez y su personaje de la política del espectáculo, murió en las urnas, fluyó. Hoy carece de organicidad, estructura y disciplina que los cuerpee y acompañe en el mundo de instituciones, donde ahora tendrán que demostrar que son algo más que personajes de la web.

 

Concluyo con cita de Bauer: En la modernidad líquida la relación se teje “sin responsabilidad hacia el otro, se reduce al vínculo sin rostro que ofrece la web”. El elector de El Bronco fue efímero y sin ataduras: Expresión fugaz, no compromiso perdurable; sin ese electorado organizado y actuante, la botarga y sus ventrílocuos -cuya identidad ameritan otra entrega- se adentran al mundo de las instituciones. Van a la guerra con un palillo de dientes por arma.

 

PS.- El electorado neoleonés no votó irracionalmente, votó en la modernidad líquida.

 

@LUISFARIASM