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El vino en Virginia

Uno de los secretos mejor guardados del área aledaña de Washington, D.C. es el vino.

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Escrito en OPINIÓN el

Como casi todos habrán de imaginarse, el Distrito de Columbia no cuenta con un territorio extenso y a diferencia del Distrito Federal, su población es escasa, en comparación con las grandes urbes en México, o con las enormes ciudades como Chicago, Nueva York o Los Ángeles. Al contrario, la capital estadounidense tiene forma de rombo y está bordeada por dos estados: Virginia y Maryland y se sitúa a las orillas del Río Potomac, a una media hora del puerto de Annapolis – que es la capital de Maryland – en la bahía del Chesapeake. Del otro lado, cruzando los diferentes puentes sobre el Potomac que unen a Washington con el resto de la civilización, se encuentra el estado de Virginia. Se puede acceder cruzando el puente “Memorial” o el “Key Bridge”; y entonces llega uno a los condados de Arlington (donde está el famoso cementerio militar y donde también está enterrado Kennedy, Pierre L’Enfant y otros personajes famosos de la historia americana), o bien, llega uno a Rosslyn. Prácticamente no hay diferencia entre Washington y Virginia. Diría que es como la diferencia entre el DF y Naucalpan, o entre Gómez Palacio y Torreón. A lo que me refiero es que todo ello pertenece al “Gran Área de Washington” (“Greater Washington Area”), en donde todo está interconectado y el servicio público llega a todos lados, ya sea en metro o en camión.

Pues bien, en ese orden de ideas, debo confesar que me gusta mucho el vino (en teoría y en práctica) y he ido aprendiendo cada vez un poco más. El vino tiene muchas representaciones simbólicas desde la Biblia hasta nuestros días. Recuerdo vagamente mis pláticas con algún sacerdote católico, y me decía que para los antiguos escritores bíblicos, el vino significaba el amor (casi todo en la Biblia son figuras y representaciones) y por ende, las referencias a esta bebida son abundantes: la Boda de Canaa, el Cantar de los Cantares, etc. Independientemente de lo que diga la hermenéutica teológica y bíblica, el vino hoy en día sigue representando lo mismo: amor, fraternidad, alegría, festejo, brindis, felicidad, entre otros. Su preparación es lenta, requiere artesanía y precisión y todas las botellas de vino son diferentes, aunque provengan del mismo campo, de la misma uva y de la misma cosecha. Cada botella de vino es un “organismo vivo” que va evolucionando con el paso del tiempo; por esta razón dos botellas del mismo vino pueden saber diferente.

Así las cosas, y entonces cuando me mudé a Washington, D.C. comencé por descubrir que en esta zona existía toda una industria vitivinícola artesanal. Cuando uno piensa en vino en los Estados Unidos, la primera referencia es a California, al Valle de Napa, o a Sonoma o al Valle de Alexander. Y no es para menos, allí hay una serie de casas vitivinícolas muy prestigiadas y muy importantes y por tal razón gozan de la preeminencia en la imagen y percepción pública cuando se habla de vino en este país. Pero ante la falta de experiencias californianas o ante la escasez (por no decir inexistencia) de buenas importaciones de vino mexicano – que es de altísima calidad – dieron como resultado la exploración para encontrar las opciones aledañas a la capital de la Unión Americana. Y así fue como encontramos a los pequeños empresarios del vino, que lo hacen por gusto, y que producen un vino de excepcional calidad (en casi todos los casos). Y no solamente eso, sino que entonces se vuelve toda una experiencia: ir a un viñedo, participar en una cata, comprar una botella y algunas botanas, dejar que los niños jueguen en el área designada para ello y más tarde volver a casa.

Desde mi punto de vista, la experiencia del vino en Virginia es un gran secreto, poco publicitado y no tan comentado entre las diversas actividades que se realizan en la capital estadunidense. Virginia ofrece estas opciones interesantes a unos 45 minutos del centro de Washington, por la carreta Interestatal 66 o por la Estatal 50, ambas con dirección al oeste, es decir, en sentido contrario de la costa. Los viñedos se han convertido en una excusa para hacer “pic-nic”, para convivir con otras familias y para crear lazos entre las personas que tienen un tema en común: su gusto por el fruto de la vid. Estoy totalmente convencido que esta actividad vale muchísimo la pena y que requiere más publicidad y conocimiento. Además, las historias atrás de cada productor de vino es interesante, pues en la mayoría de las casos son personas jubiladas que trabajaron en el Gobierno Federal en distintas agencias. Inclusive hay uno que fue agente secreto de la CIA en varios países y tiene expuestos billetes de todo el mundo a todos lados donde fue – los de México son dos billetes de 2,000 y 10,000 (viejos) pesos respectivamente, esos que tenían a Justo Sierra y Lázaro Cárdenas y eran verdes ambos – amén de sus otras pertenencias que fue recopilando y que se exhiben a la par de las catas de vino. Luego entonces, como se puede observar, esta actividad ha resultado uno de los mejores secretos que el Estado de Virginia puede ofrecer a los habitantes washingtonianos. ¡Salud por ello!

@fedeling