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El Town Hall de Peña Nieto

Queda claro que no es mucho lo que Peña Nieto tiene que informar.

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Si algo ha caracterizado al PRI a lo largo de su historia, ha sido el apego a las tradiciones políticas, al protocolo y a los simbolismos tal y como lo expresara Don Jesús Reyes Heroles en su famosa frase “en política la forma es fondo” siendo el Informe de Gobierno uno de los rituales más importantes de la cultura priísta, ya que era el momento en que la familia revolucionaria mostraba su unidad en torno a la figura presidencial -miembros del gabinete, gobernadores, legisladores, líderes sindicales etcétera- y en el que las cúpulas empresariales, los dueños de los medios de comunicación e incluso la jerarquía eclesiástica presentaban sus respetos al Titular del Ejecutivo Federal. Era el Día del Presidente.

 

Conforme se fue modificando el escenario político-electoral en México también fue cambiando el sentido del Informe, sobre todo a partir de 1997 en que el PRI perdió la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y por primera ocasión fue respondido por un diputado de oposición.

 

Atrás quedaron las épocas en que las sesiones de Congreso General de cada primero de septiembre eran un espacio de lucimiento personal, transformándose en un mero acto formal en que el secretario de Gobernación acudía a la Cámara de Diputados a entregar el informe por escrito del estado que guarda el país, por lo que desde la administración de Felipe Calderón se optó por realizar eventos cerrados en Palacio Nacional para que el presidente dirigiera un mensaje político con un público controlado.

 

Si bien era prácticamente imposible que con el regreso del PRI al gobierno federal se pudiera restaurar la vieja cultura política y con ella el culto al Presidente con toda la parafernalia que implicaba, también se antojaba difícil pensar que el Informe de Gobierno iba a terminar en un encuentro con jóvenes mediante un formato conocido como town hall -en otro contexto no hubiera sido una mala idea- que seguramente se convertirá en un “diálogo” a modo para dar una imagen de cercanía.

 

Queda claro que no es mucho lo que Peña Nieto tiene que informar y que tampoco está dispuesto a someterse al escrutinio público. Los datos son contundentes y para la gente basta con lo que enfrenta cada día en su economía personal, en los niveles de inseguridad y violencia, en la insatisfacción con los servicios educativos y de salud así como en la información que recibe sobre la situación del país en materia de violaciones a derechos humanos o de los excesos e incapacidad de muchos “servidores públicos”.

 

Justo ahora que las encuestas registran la más baja aceptación de un presidente -cuando menos en la historia reciente- se podría esperar que buscara el respaldo de las élites políticas, pero al parecer faltando todavía dos años Peña Nieto se empieza a quedar solo.

 

Tampoco se entiende su estrategia de comunicación. Pretender que todo se reduce a un asunto de percepción y al mal humor social por el que no se reconocen las cosas buenas que ha hecho el gobierno, me parece francamente ofensivo. Lo que en su momento representó un importante símbolo de poder del “Jefe Máximo de las Instituciones” -que bueno que ya no sea así-, y que debiera constituir el ejercicio por excelencia de rendición de cuentas, hoy es tan sólo un show mediático que de nada sirve y a pocos interesa.

 

@agus_castilla

@OpinionLSR

 

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