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El testimonio de Miguel

Está en juego es la seguridad de aproximadamente 4.6 millones de personas que se transportan cada día en el Metro. | Agustín Castilla

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Escrito en OPINIÓN el

Lo ocurrido el lunes por la noche en la Línea 12 no se trata de un mero accidente con consecuencias graves, es ante todo una tragedia humana que apenas estamos dimensionando conforme vamos conociendo las historias de quienes la vivieron en carne propia. Es estremecedor pensar en la angustia de los pasajeros que viajaban en los vagones que se desplomaron o de sus familiares que esperan noticias afuera de los hospitales, en el miedo de las personas que se encontraban cerca de la zona, y sobre todo en la desesperación y el dolor de las familias cuyos seres queridos ya no llegaron a casa esa noche, como la mamá de Brandon Giovanni de tan sólo 12 años, que lo buscó por horas sin que nadie le diera información de su paradero hasta que por la tarde del día siguiente se difundió el reporte de fallecidos, el hijo de Liliana de 14 años que la esperaba para cenar o Enrique que se despidió de su novia Nancy una estación antes y ya no las volverán a ver. Es inimaginable lo que sintieron doña Amelia y su esposo Efraín cuando les avisaron que el metro cayó encima del coche en el que viajaba su hijo Juan José cuando circulaba por avenida Tláhuac al regresar del dentista.

También resulta conmovedora la solidaridad de las y los vecinos de la zona que acudieron a apoyar las labores de rescate y ofrecieron agua, café y tamales a los rescatistas y familiares de las víctimas, lo que contrasta con la insensibilidad, falta de empatía, oportunismo y mezquindad de quienes pretendieron lucrar con la tragedia o aquellos que sólo les importa evitar un costo político que les pueda afectar en las elecciones.

Pero no se deben confundir las cosas, es un derecho ciudadano exigir cuentas y obligación de las autoridades investigar las causas, asumir y deslindar responsabilidades. En diversas ocasiones se advirtió de problemas tanto en el diseño, construcción y operación de la llamada línea dorada, y es indispensable conocer con absoluta claridad si el colapso se debió a una falla estructural, a la calidad de los materiales, a la falta de mantenimiento -son las hipótesis que se han manejado hasta el momento- o a alguna otra causa, así como reparar el daño y adoptar las medidas necesarias que garanticen la no repetición, pues lo que está en juego es la seguridad de aproximadamente 4.6 millones de personas que se transportan cada día en el Metro.

En medio de tantas dudas, de tanta indignación, enojo y polarización, vale la pena tener presente este testimonio tan humano y honesto de Miguel Córdoba, persona en situación de calle que lleva 10 años durmiendo debajo del puente de los Olivos sobre Tezonco, y que compartió a través de Ruido en la Red.

Miguel cuenta que como a las 10 de la noche estaba acostado debajo del pilar platicando con unos amigos “cuando se escuchó como si tronara un fierro y se cimbró la banqueta, salimos corriendo, ni siquiera jalamos nuestras cobijas, íbamos corriendo y nos caímos porque se vino el cimbradero grande y se vio como se vino el metro hacia abajo en dos, se hundió, una desesperación de gente horrible que no le deseo a nadie, fue terrible… siempre busco un lugar al aire libre, pero cuando ya me canso me quedo debajo del puente pero se siente muy feo, el último Metro viene cargadísimo para llegar al paradero y se cimbra todo arriba y hasta el piso donde estamos nosotros, un temblor grande sí acaba con todo lo que hay aquí en todas las orillas, paso por aquí hasta 6 veces cada día y venía llorando desde la nopalera porque dije, hay gente que a lo mejor no se despidió de su familia y por una idiotez, y perdón lo digo así, por una idiotez de nuestras autoridades que quieren llevarse un dinero en la bolsa compran materiales de mala calidad y ahí están las consecuencias y ahorita vienen las elecciones y se van a echar la bolita unos a otros, y los que pagamos, hasta los más pobres. Yo ganó 20, 30 pesos al día en tantas vueltas que doy para vender mis botellas y mis latas, me voy a un comedor comunitario, me cobran 11 pesos, pero siempre buscándole y hay gente que juega con la vida del ser humano. Anoche era una desesperación de los niños y la gente que gritaba cuando se vino abajo, horrible, y no me lo van a contar porque yo lo vi”.