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El Señor de las Ligas

¿Usted recuerda ese mote del “Señor de las Ligas” hace algunos años? Pues bien, en esta ocasión he decidido titular este artículo con ese nombre, pero no tiene nada que ver con los hechos sucedidos en 2004, sino con algo totalmente diferente que me sucedió la semana pasada en las calles del Distrito Federal

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Escrito en OPINIÓN el

Como ya he establecido en artículos anteriores, por mi trabajo debo viajar mucho a México y por supuesto que esta es una de las cosas que más disfruto de vivir en Washington. Tengo al alcance las bondades de mi país, pero debo admitir también que la oportunidad de verse reflejado en el otro siempre es una ocasión para hacer un análisis y un contraste de la realidad, especialmente de la nuestra. Pues bien, como ya lo dije, desde que me mudé a los Estados Unidos y dejé la Ciudad de México he podido comparar muchas cosas y he podido observar a mi país y a mí mismo en el espejo que representa la ciudad en la que ahora vivo.

En esta ocasión me tocó viajar a la Ciudad de México nuevamente y durante uno de esos días, mientras estaba haciendo algunas diligencias y atendiendo reuniones, al cruzar una concurrida calle de esta urbe inmensa (todavía sigo en el DF), un automóvil Mercedes Benz se me “echó encima” (cuando yo, como peatón, tenía el derecho de paso en una esquina) e intentó dar vuelta apresuradamente; pero tuvo que frenar igual de intempestivamente para cederme el paso (como siempre debió ser) y, con cara de muy pocos amigos, me dejó pasar. Pero eso no fue lo peor (porque esto ya me ha sucedido muchísimas veces antes en la ciudad), sino que una joven que estaba a mi lado me gritó: “comió ligas, ¿o qué?” y entonces, yo sin darme cuenta todavía que me estaba gritando a mí, volteé y pude ver que toda la familia se estaba burlando de esto. Por supuesto que lo único que pensé fue: “ahora resulta que el que está mal soy yo”. Y me dio mucho coraje, pero no dije nada. Adicionalmente pensé: uno tiene que haber comido ligas para sobrevivir en la ciudad, si es que uno quiere caminar. Y lo peor es que no lo piensan los conductores, sino los propios peatones. ¿Será que los peatones – esos que opinan que uno debe comer ligas – cuando conducen son como los choferes del Mercedes Benz negro? Yo estoy convencido que sí. Es un asunto cultural que está enraizado hasta lo más profundo de nuestra psique, y tiene que ver con el “derecho de agandallar” (al menos, de quienes pueden hacerlo, como en este caso los conductores de los automóviles).

Pues bien, traigo todo esto a cuento porque este es uno de los mayores contrastes entre México y Estados Unidos (más allá del idioma, la comida o el clima), el derecho de paso de los peatones en Washington (y en otras partes del mundo, inclusive en Roma, por ejemplo) es absolutamente inalienable. Un vehículo nunca puede intentar pasar antes que un peatón, incluso aunque el peatón se cruce en la luz roja. Y en México, aunque el peatón cruce en su propia luz verde, debe cuidarse de esos, como los Mercedes Benz negros y de sus conductores que pululan por allí y van “echando la lámina” encima de los peatones.

Yo estoy convencido que esta es una de las diferencias fundamentales que he podido observar entre ambas ciudades. Hay muchas cosas que son distintas, y muchas de ellas funcionan mejor en México, pero otras, como el derecho de quienes caminamos, funciona mejor (casi a la inversa) que en mi país. Esto me da mucha tristeza, porque me hace pensar que México es una gran nación, con una pobreza cultural urbana muy grande y con un nulo sentido del respeto por el más vulnerable y del que más lo necesita. ¿Qué pasaría si en México empezamos a respetar a los otros, sobretodo a quienes están en una posición más frágil que nosotros mismos? ¿qué sucedería si en lugar de abusar del que no puede, lo protegemos y lo ayudamos? México es mi país, es mi Patria y siempre lo voy a querer por ello, sin embargo, no puedo dejar de denunciar estos hechos que me generan un coraje muy grande y una tremenda frustración. Estoy convencido que nuestra falta de desarrollo y de avance tiene que ver con el nulo respeto de las reglas, de los demás y de nosotros mismos, tal como sucede en las calles, entre los vehículos y los peatones. Al respecto solo me queda decir que no somos el “Señor de las Ligas” y por ende, me gustaría que los peatones pudieran confiar en el respeto de los conductores, y no en si se tomaron la molestia de “comer ligas” ese día para evitar ser atropellados por infractores.

@fedeling