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El PRI de Borge

Seis años se tardaron González Canto y Borge en lograr la renuncia de Carlos Joaquín al Revolucionario Institucional.

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Escrito en OPINIÓN el

Desconozco si Carlos Joaquín era el mejor posicionado en la carrera interna y adelantada del PRI para Quintana Roo, aunque no dudo que las cartas jugadas por Borge y González Canto estén lo suficientemente chayoteadas para encabezar cualquier encuesta. La historia reciente, además, nos muestra que los aspirantes más populares no son precisamente los más eficaces candidatos y, peor aún, gobernantes.

 

Desconozco por igual si Carlos Joaquín, medido contra las opciones de los otros partidos, estaba en condiciones de ganar la gubernatura para el PRI. Ignoro también si ahora, como abanderado de la coalición PAN-PRD, pueda vencer al tricolor.

 

Lo que sí sé es que Carlos Joaquín puso la pica en el PRI.

 

Seis años se tardaron González Canto y Borge en lograr su renuncia al Revolucionario Institucional. Fue una tarea cuya enjundia y tesón se les desconoce en otros haberes.

 

Carlos Joaquín se fue del PRI por una razón: porque no existe tal en Quintana Roo. Su aserto puede generalizarse al resto de las entidades federativas y esa es la gran verdad que el PRI se niega a ver.

 

El medio hermano de Pedro Joaquín renunció porque en Quintana Roo, como en el resto de la República, el PRI no existe como una estructura ciudadana organizada, actuante y eficaz, sino como una franquicia cooptada por una camarilla que ha hecho de ella un instrumento de control político excluyente. Camarilla que por supuesto puede imponer a su candidato e, incluso, al próximo gobernador, pero que solo estará ahondando la crisis que se larva de tiempo atrás en ese desastrado Estado.

 

En Quintana Roo dicha camarilla está en el poder y dispuesta a incendiar al estado antes que perderlo. En otras entidades donde el PRI no es gobierno, las respectivas camarillas se conforman con controlar al partido, sus prerrogativas y candidaturas, y desde allí sacar provecho vendiendo cara su oposición. En todos los casos sus visiones y ambiciones nada tienen que ver con las de un partido nacional; responden a particularismos e intereses locales y de facción.

 

Al perder el poder el otrora invencible fue objeto de una feudalización; su proverbial disciplina al Presidente se pulverizó en abyecciones locales. En todos los casos el PRI pasó de ser una maquinaria electoral nacional a un conjunto de facciones detentadoras de viejas glorias con el único propósito de conservar hasta donde sea posible el control del poder o bien de las prerrogativas partidistas.

 

Ése fue el PRI que conoció Peña Nieto, el de Fuerza Mexiquense con Montiel, un PRI local al servicio del Gobernador, sin visión nacional, sin aliento de partido, sin mayor cohesión que el dinero que repartía a carretadas. No en balde ahí se fraguó el TUCOM. Y ¿qué era el TUCOM si no un club de gobernadores contra el PRI nacional? No niego las debilidades de Madrazo y su imposición como candidato, pero ello no desdice que varios PRIes locales bajo las batutas de sus gobernadores operaron contra el PRI de la mano de Elba Esther, hasta hace unos años aliada de Peña Nieto y tutora de Moreira que lo llevó hasta el CEN priísta.

 

Y el TUCOM es hijo de la CONAGO, originalmente un club de gobernadores priístas para hacer frente a Fox.

 

Ése PRI en que se fraguó Peña es el mismo que operó como Gobernador, una maquinaria electoral y una inmensa bolsa de dinero puesta al servicio de los PRIes de otros gobernadores con miras a construir su candidatura presidencial.

 

Por eso cuando Peña recupera la Presidencia no le importa rehacer un partido nacionalmente organizado y estructurado con base social y participación ciudadana efectivas, se conforma con seguir interactuando con los PRIes de sus otrora pares, los gobernadores. César Camacho jamás fue Presidente de un PRI nacional, fue un gerente y un mandadero del PRI mexiquense en Insurgentes Norte. Su PRI no se ocupó de integrar a las diferentes expresiones del priísmo nacional, ya no hablemos de las desplazadas. No sólo no concitó lo poco que quedaba de un PRI verdaderamente nacional, sino que tampoco se ocupó de tejer desde las secciones electorales un partido con presencia y organización nacionales efectivas. Allí están los números del 15 para quien dude.

 

El paradigma del PRI feudalizado es que gobernador impone sucesor sin importar consecuencias. Esta dinámica llevó a ese partido a la lista de gobernadores impresentables que atormentan su presente y agobian su futuro ensanchando por hora la brecha entre pueblo y partido. Los gobernadores reclaman para sí exclusividad de imposición y se rebelan a toda visión de Estado, de partido, de futuro y de conjunto nacional. Remember Colima y Nuevo León.

 

Entiendo el enojo de Beltrones, pero creo que confunde los efectos con las causas. La renuncia de Carlos Joaquín no hay que cargársela a él, sino al PRI de Borge.

 

 

El PRI en sus orígenes (PNR y PRM) fue una solución genial contra las fuerzas centrífugas que amenazaban con rasgar el tejido político social que construía la postrevolución. Pero esas fuerzas jamás desaparecieron, fueron incorporadas y domadas, jamás extirpadas. La transición no acabó con el presidencialismo mexicano pero sí liberó a dichas fuerzas de su control y hoy gravitan contra su propio partido e incluso contra la Presidencia. Por supuesto Peña Nieto es Calles, ni México es el del Jefe Máximo.

 

Poco vivirá el que no vea el desenlace de este enredo quintanarroense. Imposible pedirle a Borge comportamiento priísta, político y menos estadista. Recordemos que ganó porque González Canto, su impositor, operó para que metieran a la cárcel a su contrincante perredista, Greg Sánchez. Origen es destino y Borge hace lo único que ha visto en su inventada y efímera carrera política. El problema es que al hacerlo ignora la razón de ser de los partidos y de la política, sin percatarse, además, que trabaja en darle cabal sepultura a su partido y en este caso el “su” no puede ser más personalísimo y posesivo.

 

@LUISFARIASM