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El populista

Lo malo del populismo es el populista. | Luis Farías Mackey

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Escrito en OPINIÓN el

Todos los populismos se construyen en torno a un personaje epifánico.

Weber concibe al carisma como la “cualidad que pasa por extraordinaria de una personalidad, por cuya virtud se le considera en posesión de fuerzas sobrenaturales o sobrehumanas -o por lo menos específicamente extraordinarias y no asequibles a cualquier otro-”.

Ahora bien, el carisma es por reconocimiento: un grupo importante cree ciegamente en la “revelación” del líder carismático y articulan hacía él su entrega, veneración y ciega confianza.

Pero este reconocimiento exige una corroboración permanente e incremental.

El carisma tiene una esencia emotiva y muere cuando el ardor se apaga. Por tanto, el populismo es esencialmente inestable y demanda mantener viva la flama de la adoración.

Siendo así, la preocupación y ocupación primigenias del populista son conservar su reconocimiento, ya que, sin él, “el amor acaba”. Esta tarea, además, tiene una doble vertiente que deriva en círculo vicioso. Por un lado, el populista necesita mantener viva la llama emocional en sus seguidores: la aclamación desbordada, el aplauso febril, la entrega incondicional, la fe ciega. Por otro, él, en lo personal, atento a su personalidad “egomaníaca” y “narcisista” (Byung-Chul Han), requiere adictivamente de ese refrendo constante. Lo que deriva en dos dinámicas autoritarias: el cesarismo y la intolerancia. Conforme pasa el tiempo y el carisma mengua, más demostraciones de veneración son exigidas y más descarnado se es ante la crítica.

Y hablando de intolerancia, el populista por esencia requiere de un villano: el culpable de que las cosas no se den. No deja de ser paradójico este sobado expediente porque, por un lado, el populista vende sus poderes sobrenaturales e incontrovertibles, pero, por otro, existe un agente pernicioso, malo, generalmente difuminado, que en los hechos siempre puede más que él. Para Ionescu, todo populismo se construye sobre una “manía persecutoria”; por ende, también en ella se sostiene. Y agregaríamos nosotros, exaserva polarizaciones.

Esta necesidad de mantener el reconocimiento y recibirlo como elemento de subsistencia genera una especie de jaula o tara, que impide a los seguidores transmutar a una relación laica y cívica, e imposibilita al populista a abandonar su sitial de adoración. El populista es en el fondo un actor que se enamora de su papel y se ve obligado a sobreactuarlo para no perderlo.

El populismo es esencialmente inestable

Todas estas conductas: necesidad de corroboración constante y enfermiza de reconocimiento y adoración, así como de requerir de villanías justificadoras, pueden llegar a trastocar la toma de decisiones y la gobernanza.

Gobernar implica primigeniamente decidir sobre asuntos complejos de interés público. El populismo parte de la simplificación panfletera de la realidad para ofrecer soluciones banales a problemas complejos. No tiene por qué perder tiempo en comunicar lo denso y enmarañado de los asuntos públicos, menos explicar escenarios y riesgos y, por ende, tampoco discutirlos y argumentarlos. La solución es simple, mágica y al alcance de la mano del populista. Pero éste no pasa de ser un ardid propagandístico y electoral, ya que la realidad sigue siendo compleja, aunque se niegue.

Por otro lado, la toma de decisiones debe procesarse en mérito de las complicaciones y repercusiones sociales, políticas y económicas de la cuestión que se trate. Siendo decisiones sobre cuestiones de interés público, siempre habrá otros intereses en juego y esta compulsa suele dañar la relación emotiva entre el populista y su grey; se llama el costo del poder, el cual desgasta aceleradamente a quien lo detenta. Frente al deterioro entre el populista y sus fieles no caben razones de Estado, bien común, economía, estabilidad o política, toda vez que entre el líder carismático y sus seguidores no media más elemento que la fe ciega de los segundos en las capacidades extraordinarias del primero y en la simplicidad de sus propuestas; por tanto, no están para entender razones ni argumentos de complejidad superior a los mantras de su dogma.

Si las cosas, además, no le salen, siempre habrá un malefico personaje, individual o colectivo, responsable de sus bancarrotas.

El riesgo radica en que en el procesamiento y toma de decisiones el populista ponga por encima de cualquier otro interés el de mantener su aura sobrenatura; por delante de cualquier argumento su carisma, por sobre cualquier valoración su necesidad esencial de reconocimiento corroborado, antes que la eficacia su popularidad.

Es aquí donde los populismos se convierten en nefastos y nefandos, toda vez que alteran la ecuación propia de un gobierno democrático que es de, por y para los gobernados; cuando las decisiones se toman en función de las necesidades egomaniácas de corroboración del fervor al gobernante, las prioridades ciudadanas dejan de contar y las decisiones suelen ser desastrosas y de largo aliento.

Para colmo, el populista es altamente previsible y manipulable. Quien quiera evitar alguna de sus medidas, no debe oponer argumentos y razones, sino mellar su prestigio, cuestionar su autenticidad, acusar traición a las causas populares, dar la espalda al pueblo, denunciar engaño; entonces el populista, cual ciervo acorralado, corregirá de inmediato, sin importar los costes políticos y sociales, aduciendo siempre el interés superior del pueblo, aunque sea éste la primera víctima de una decisión de coyuntura y por criterios de pánico escénico.

Repetimos, nada puede estar por encima de la imagen sublimada que de sí mismo tiene el populista.

Finalmente, un análisis de los populismos actuantes demuestra cuatro efectos reales y medibles en el desempeño del poder: a) apropiación del Estado, b) clientelismo, c) descrédito de toda oposición y d) aplicación de medidas iliberales (restricción de libertades, derechos y pluralismo) (Dahrendorf).

Cualquier semejanza con nuestra pesadilla en curso, es mera casualidad.

Cuarta Transformación o Comunidad de Campaña

@LUISFARIASM  | @OpinionLSR@lasillarota