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El peculiar encabronamiento colectivo mexicano

Lo que en otros países termina costando carreras políticas o incluso es pagado con cárcel, en México no pasa del ruido mediático y del escarmiento social

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Escrito en OPINIÓN el

Si hacemos un juego de asociación de palabras en alguna plaza pública mexicana en el que se le pregunte a la gente qué emoción asocia con el término ‘ciudadano’, no se tiene que ser Nostradamus para saber que la mayoría mencionará casi automáticamente la palabra ‘enojo’. Y es que la actual crisis de representatividad democrática que atraviesan muchos países (México entre ellos), ha permeado negativamente en nuestro estado anímico colectivo

El enojo social al estado actual de las cosas ha hecho florecer en diversas partes del mundo al ya muy analizado populismo anti-establishment. No obstante, pareciera que en nuestro país dicha crisis de representatividad democrática no engendró a candidatos de este tipo como sucedió en naciones como Estados Unidos (en donde ganó), Francia (en donde por poco gana) o Inglaterra (en donde ganó con el Brexit). 

¿Y por qué en México no?

A pesar de que es una pregunta compleja con muchos factores a analizar, creo que una de las principales razones por las que el anti-establishment no pegó en nuestro país es que –a diferencia de EUA, Francia e Inglaterra– en México nos hemos acostumbrado a ver que los escándalos de corrupción gubernamental no tengan consecuencias reales y por lo tanto, gocen de impunidad. Así, lo que en otros países termina costando carreras políticas o incluso es pagado con cárcel, en México no pasa del ruido mediático y del escarmiento social por una semanas (muchas veces ni siquiera eso). 

En consecuencia y paradójicamente, nos libramos de candidatos populistas antisistema en las elecciones del 2016 y 2018. Como si en el inconsciente del mexicano estuviera alojada la idea de que el sistema es demasiado poderoso para ser vencido solo con las quejas de un ocurrente que apela al hartazgo ciudadano. 

Virus populista anti sistémico

Ahora bien, aunque no contrajimos el virus populista anti sistémico que hace votar solo con el estómago, es una realidad innegable que el encabronamiento colectivo en México ha crecido consistentemente –y con justa razón– durante los últimos años. Por si fuera poco, el año pasado caímos en el Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional al paupérrimo lugar 135 de los 180 países evaluados. Por ello, esta será la primer elección presidencial en la historia de nuestro país en la que los dos candidatos punteros (sin ser anti sistema) propondrán un cambio radical (compartiendo un mismo diagnóstico pero con rutas de acción muy diferentes entre sí). Es decir, en esta elección no figurará el clásico dilema electoral “cambio o continuidad”, sino la disyuntiva entre escoger la mejor opción de dos tipos de cambio.

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Sin embargo, quiero regresar al encabronamiento colectivo con el gobierno y focalizarlo en el ciclo de vida que tiene cuando no hay elecciones de por medio. Dicho ciclo normalmente empieza con un enojo colectivo generado por el escándalo del momento (inserte aquí Odebrecht, gasolinazo, socavón, etc.). Posteriormente se convierte en indignación con sed de justicia. Y finalmente, al quedar impune, termina mutando al peor de los males en una democracia; un estado de resignación e indiferencia. Consecuentemente, la indiferencia hace las veces de fertilizante para que brote una apatía cívica que reza ad nauseam el mantra: “no sirve de nada involucrarse si de cualquier manera nada o muy poco cambiará”. 

Lo tétrico del ciclo antes aludido es que lo que en un principio desencadenó el hartazgo se repetirá con una ciudadanía que –con tolerancia– normalice los abusos y la corrupción sexenal. De tal manera y sin verdaderas ni efectivas válvulas de escape, el mexicano asume que el único momento en el que puede desahogar su enojo con el gobierno es durante el periodo de elecciones mientras se resigna y corre el riesgo de olvidar eso que tanto le encabronó.

Canalizar nuestro encabronamiento colectivo

Por todo lo anterior, urge canalizar mejor nuestro encabronamiento colectivo. Sí, desde luego hay que aplicarlo al momento de votar. Pero también  (y todavía más importante) hay que emplearlo a través de nuestra participación ciudadana cotidiana. Si asumimos habitualmente nuestro deber cívico, tarde o temprano romperemos el ciclo vicioso al que aludo arriba y tendremos una mejor clase política que, por miedo a las consecuencias, mejore sustancialmente su actuar.  

En México afortunadamente no contrajimos el virus populista antisistema. Además, la sociedad civil cada vez está mejor organizada (en buena medida gracias a las TICs). Sin embargo, debemos reconfigurar nuestro ciclo de encabronamiento colectivo para que termine en intransigencia y no en resignación e indiferencia a las fechorías de nuestra clase política.

Hace tiempo escribí que los mexicanos sufrimos de un raro padecimiento que combina la amnesia, el síndrome de Estocolmo y la insensibilidad congénita al dolor. Espero que –sea quien sea nuestro próximo presidente– nos aliviemos pronto de este mal. La medicina se llama participación ciudadana y el paciente necesita más dosis que las que está recibiendo.

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@alejandrobasave | @OpinionLSR | @lasillarota