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El país de la locura

Durante la semana pasada me preguntaba – hacia el final de la misma – sobre algún tema interesante para escribir y se me vinieron a la mente dos cosas: en primer lugar quería escribir sobre el área de llegada del Aeropuerto Internacional Dulles, el cual está situado en el área metropolitana de Washington, específicamente en el Estado de Virgina, a unos 35 o 40 minutos del centro del Distrito de Columbia. Es toda una experiencia esperar a alguien que llegue, no por otra cosa, sino para poder observar a las demás personas que están esperando a su vez a diversos pasajeros. Y así, entonces se desencadenó este artículo, llegando a conclusiones atrevidas:

Por
Escrito en OPINIÓN el

En esta ocasión, en el citado aeropuerto, mientras esperaba a mi esposa, me tocó observar a un militar alemán, vestido y ataviado con su uniforme de servicio, que recibió a una anciana a su llegada a Washington; también vi a un señor que esperaba a su pareja, y para recibirla, llevó a su perro. Cuando la mujer llegó, primero saludó durante más de 5 minutos a su perro, y posteriormente, fríamente saludó a su compañero sentimental. También estaba un joven muy alto que esperaba a su novia – supongo – y cuando ésta llegó, le entregó un ramo de flores; pero cuál fue la sorpresa que ella le dio dos fuertes cachetadas y siguió caminando (el tipo se fue sonriendo detrás de ella). Además, se pueden ver a una multiplicidad de choferes que esperan con letreros a los pasajeros que deben transportar y de entre toda la gente, destacan aquellos hispanos que reciben a sus familiares con pancartas, globos y flores – todo ello haciendo gala de la calidez que nos caracteriza a todos los latinoamericanos naturalmente y de lo cual me siento orgulloso. Para todos aquellos que han visto la película llamada “Love Actually” (Realmente Amor), esto se asemeja a esa parte donde se narra una escena similar en el área de llegadas del aeropuerto de Heathrow, en Londres. Mi opinión es que es en este tipo de circunstancias cuando se conoce en esencia a las personas.

 

Lo anterior me recuerda la enorme y vastísima diversidad que hay en la ciudad de Washington, como capital estadounidense, en donde todas las organizaciones, empresas e instituciones de los Estados Unidos tienen una representación, y además, en donde casi todos los países del mundo han establecido una embajada, amén de la representatividad de los organismos internacionales como el Banco Interamericano de Desarrollo, el Banco Mundial y la Organización de Estados Americanos. Y ya hemos hablado en entregas anteriores de que así también, el Distrito de Columbia es un espejo de la realidad estadounidense, en la cual confluyen una serie de personas, razas, culturas, religiones, idiomas y costumbres diversas, todas ellas conviviendo entre sí.

 

Pero no solamente Estados Unidos es diferente de México o de otro país latinoamericano por esta razón, sino que lo es por la cultura que impera a lo largo y ancho de sus calles. Cuando le pregunté a un buen amigo de qué cosa me sugería escribir esta semana, me recomendó un tópico interesante (y así es como llegamos a este tema): la locura en los Estados Unidos. En principio de cuentas no quise hacerle demasiado caso, pero me comenzó a explicar su teoría – que en realidad es bastante simple – acerca de la falta de cohesión social y familiar en este país, el alto consumo de drogas, la portación de armas, el estrés post-traumático de los veteranos de guerra y la interminable cantidad de gente sin hogar que vive en las calles; todo esto como factores desencadenantes de episodios psicóticos, permanentes o temporales, en la capital estadounidense. Pareciera a simple vista que es difícil de juzgar si la locura es mayor en este país o en otro, puesto que estamos hablando de percepciones meramente; no obstante, es una imagen preconcebida y generalizada entre las personas con quienes uno platica de forma cotidiana y que, como cosa común, venimos del extranjero.

 

Precisamente mi opinión personal es que la diversidad y las enormes diferencias en la cultura y las razas, las religiones y las cosmovisiones de los diferentes grupos sociales y de los individuos en los Estados Unidos, provoca que se tengan que buscar consensos y un suelo común (bastante neutral y sumamente genérico). Esto ocasiona que los enlaces sociales sean más bien débiles y que las personas no se encuentren fuertemente integradas, y que trasladen esta responsabilidad al gobierno. El problema de lo anterior es que entonces tenemos una disgregación familiar y sentimental, y  por ende, una sociedad que depende cada vez más de factores externos para llenar sus vacíos y necesidades. Quizá no es que haya más “locos” en las calles, sino que las necesidades afectivas de las personas son mayores, o son más difíciles de satisfacer y hay más soledad para reconfortarse de este problema.

 

A pesar que este tema es demasiado amplio, y las hipótesis y teorías así como las percepciones personales pueden estar equivocadas, es importante entrar al análisis de fondo de las cosas para tratar de entender  mejor en qué nos parecemos y en qué cosas no (y no hablo de circunstancias superficiales) sino de la materia de fondo; aquella que constituye nuestra psique personal y comunitaria. Allí está eso que llamamos cultura, esencia.

 

@fedeling