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El llamado a la ternura

¿Qué haría una sin sus amigas/os? Esas personas caleidoscópicas que nos ayudan a pensar la vida.

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Escrito en OPINIÓN el

Su voz llega, como un murmullo a mitad de la noche.  “¿Estabas dormido?”. “No”. Conversan. Cayetana mira una palmera en la penumbra. Le gusta la naturaleza despeinada de las palmeras.  Esta es la ciudad de sus orígenes. La ciudad de la que salió huyendo. La ciudad amada. La ciudad imposible. Mira por la ventana y afuera está una laguna, pero podría ser el mar.  Le cuenta a su amigo de las arenas movedizas.

 

“Cuatro esquinitas tiene mi cama”, Juan Soriano. Colección Blaisten. 

 

Esa sensación –por momentos- de mirar alrededor y no reconocer lo que alguna vez supo de memoria.  Lo que siente que le exigen que aún sepa de memoria. Lo que fue y lo que se supone que fue.  Esas “verdades” que pareciera que una está obligada a compartir, y que no comparte. Es muy probable que muchas de ellas no las haya compartido nunca. La inmensa dificultad para aceptar las diferencias hacia adentro de una familia. Las inmensas diferencias. Hay lenguajes construidos con alfabetos remotísimos. Lenguajes encallados. Aguas que se estancan. Una manía oscura de no preguntar, de dar por hecho que todos saben de todos, que todos “conocen” muy bien a todos. No hay mejor manera de no saber nada del otro, que jurar que una sabe. Tan reductor y tan cómodo.

 

Cada cuadra. Cada esquina. Una cambia. Tantas ciudades, tantas calles van sustituyendo los nombres de las calles de los orígenes, y regresar es navegar en un barquito entre las imaginarias lealtades y las imaginarias traiciones. “¿Estás bien, chiquita?". “Sí”.  Esa voz de su amigo en el teléfono. La amistad. Los llamados de la ternura. La alegría de esa voz  que la regresa a su elecciones fundamentales. Cada vez que visita la ciudad de los orígenes es como si la vastedad del mundo desapareciera.  “No es lo mismo la memoria, que ser los galeotes del pasado. Oh, no. No es lo mismo”, se dice Cayetana desde su Faro secreto en las ciudad de las calles que se inundan.

 

“Soy un experto en arenas movedizas”, le dice su amigo. “Y tengo una técnica contra ellas”. “¡No me digas!”. “Toma un elástico irrompible y muy largo, ata un extremo alrededor de una ceiba y el otro te lo amarras alrededor de la cintura. Todo es cosa de jalar el elástico cuando sientas que se te hunden los pies”. “Buenísimo, ¿es un elástico invisible?”. “Sólo tú puedes verlo”. Cayetana piensa que los amigos siempre tienen las mejores propuestas justo en el momento necesario. Por eso nos son tan entrañables. Tan indispensables. Tan únicos. ¿Cuál sería esa ceiba a la que una ata su elástico irrompible? ¿Cuál, sino el amor y la amistad? “Voy a atar mi elástico al sonido de tu voz y a tus palabras”. “Con toda confianza”.

 

¿Qué haría una sin sus amigas/os? Esas personas caleidoscópicas que nos ayudan a pensar la vida. A ordenarla. Esas personas con las que una comparte las pasiones elegidas. Las que nos recuerdan por el sólo hecho de existir como existen y de hablar como hablan, a esa que una ha querido y quiere ser en la vida. La cotidianidad y sus encantos. “Ya está la exposición de Soriano, se abrió con una conversación entre Marek y Elena Poniatowska”. A Cayetana le hubiera encantado escuchar a la pareja de Soriano hablando del amor de su vida.

 

Cayetana apunta en su cuaderno de tapas rojas: Juan Soriano. Abre su calendario del regreso a esa otra realidad. Las comidas de los martes y los viernes con sus amigas feministas. Los pasos de su hijo en el tapanco. Los colibríes en su balcón. Las visitas de su hijo mayor y de su nuera. La bufanda que aún conserva el olor de su hijo que está lejos. Las librerías de viejo. Sus cafés y su tamal de chipilín en el Fondo de Cultura Económica con su astrónomo preferido. Sus plantitas. Su colección de muñecas. Sus clases de yoga. Sus expediciones al centro de la ciudad con ese amigo de memoria impresionante, que es para ella como su particular cronista de la ciudad. Las causas que la conmueven y la mueven.

  

“Niñas jugando”, Juan Soriano, Colección Blaisten. 

 

El elástico irrompible existe. ¿Cómo no lo había pensado así? Desde la caminadora mira las fascinantes convenciones de iguanas y siente –mientras suda como el Mantequilla Nápoles- que todo es cosa de sostener esa continuidad que se le resquebraja a veces. “Cinco kilómetros, dale”. Esa continuidad complejísima entre aquel “nosotros” –con todas sus  negadas diferencias y sus asegunes- y este “nosotros” que no puede vivirse ya sino desde el “yo” de cada uno, diferenciado y respetuoso. Con todas las dudas que ese “yo” puede provocar hacia adentro de una/o misma/o.

 

Cierra las puertas del gimnasio para que el viento no le llegue.  Está sola. Sudar como en un baño de vapor. Le gusta. Le da paz. Sudar los dolores. Sudar los malentendidos. Sudar todo lo que se edita, se niega, lo que tendría que llegar hasta las palabras y expresarse, pero no va a pasar. Nadie conoce las palabras exactas para nombrar, nadie las tiene. Podrían intentar encontrarlas entre todos, pero las reglas hacia adentro de los “clanes” son claras: está prohibido buscarlas. Mejor ser galeotes del pasado, que nombrar.

 

¿Cómo la negación y el silencio podrían ser las mejores elecciones? Quién sabe. Es una elección muy misteriosa, pero recurrente. Quizá es una manera de mantener vivos los fantasmas, seguir colgados de ellos. Chapotear en los malentendidos para sostener el oscuro litigio. ¿Y por qué nutrir los fantasmas? Quién sabe. ¿Será porque son una costumbre tan larga que parecería el abismo prescindir de ellos? Piensa en ese espacio de libertad que es para ella el Museo de Arte Moderno. Está Soriano. El infinito del arte que estalla las fronteras, que nos sana las claustrofobias, que nos libera de los encierros y sus vértigos. “Hay un más allá de las columnas del non plus ultra”, pensaba cuando era niña. Vaya si lo hay.

 

Los “clanes” cargan sus nudos neuróticos, se cierran sobre ellos mismos.  Nudos como escondidos en una nuez. Las nueces tienen – también y por supuesto- sus atractivos, sus generosidades. A veces podemos actuar como ardillitas fascinadas por la nuez. Encerrarnos. Olvidar que las vastedades del mundo existen y reunirnos a cascar y cascar hasta el infinito y más allá las dudosas “delicias” del nudo neurótico.  O tantito peor que sólo “neurótico”.  Los discursos de amor-odio. “Cinco kilómetros, dale. Suda tus dolores”. Cayetana mira su elástico que sólo ella puede ver y que la ata a sus ceibas preferidas.

 

Y así vamos casi todas/os por el mundo. Con nuestro elástico invisible atado a tantas formas del amor, a sus realidades y a sus promesas. Sin los llamados de la ternura, sin las/los amigas/os, ¿cómo podría una pensar la vida? ¿Cómo? “Cinco kilómetros, dale. Eres una suertuda. El mundo es vastísimo. La vida es vastísima. Que nada te regrese al fantasma de las columnas del non plus ultra.” “Gracias por el elástico, don Gorilo, voy a soñar bonito”.  Cayetana soñó con una pintura de Juan Soriano, una bellísima pintura de una niña que duerme rodeada de ángeles.

 

@Marteresapriego 

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