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El legado intelectual de Ignacio Padilla

Con profundo afecto para sus deudos.

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Escrito en OPINIÓN el

¿Qué haría si alguien le propusiera intercambiar su vida por la de otra persona?, ¿aceptaría vivir la vida sobre la base e historia de la de otro individuo?, estos elementos son precisamente los que el escritor mexicano Ignacio Padilla (1968-2016), recientemente fallecido tras un accidente automovilístico la madrugada del sábado pasado, utilizó para construir una novela sobre los suplantadores y la incertidumbre de la verdad.


Todo inicia con una simple partida de ajedrez entre dos extraños que se desarrolla en un vagón de un tren en cierto lugar de Europa, los dos personajes involucrados en tan peculiar enfrentamiento son un soldado de la Primera Guerra Mundial y un guardagujas que responden a los nombres de Tadeus y Víctor, respectivamente.


Dejará de ser una simple partida de ajedrez al ponerse en juego la identidad de cada uno de ellos, quienes de manera aprobada intercambian sus vidas por la del adversario, situación que los lleva a transformar de forma radical el rumbo  de cada uno de ellos, y de quienes les rodean.


El hijo de uno de estos excepcionales personajes se encargará de buscar la historia verdadera de su padre, a quien él creía soldado y héroe nazi, pero que por azares de la vida se verá enfrentado a la fábula en que se han convertido los acontecimientos de la que imaginaba era la tradición de su familia.


Ignacio Padilla recrea en Amphitryon (la novela de la que hablo), la ficción en la que se ha convertido la historia del siglo XX, iniciando con el acontecimiento traumático de la guerra y posguerra, y que influenciaron de muy diversas maneras a los sucesos que le siguieron.


Amphitryon es un libro incrustado en el género de la novela negra, con elementos de la intriga, rasgos de thriller y una carga fuerte de intelectualidad, que hacen de esta obra una novela muy interesante y con muy pocos antecedentes dentro de la literatura mexicana, lo que la convierte en una  aventura encomiable para cualquier lector serio.


Las primeras referencias literarias que se tienen de Ignacio Padilla datan de sus andaduras de preparatoria junto a sus amigos y a la postre colegas, Jorge Volpi y Eloy Urroz, con quienes formaría en 1996 la cofradía del crack en compañía también de Pedro Ángel Palou, Ricardo Chávez y Vicente Herrasti, todos ellos en la actualidad incorporados a las voces más influyentes de la literatura mexicana.


Ya para ese año de 1996, Padilla se había convertido, gracias a su talento narrativo, en una de las nuevas voces de las letras de nuestro país, ya que dos años antes obtuvo el Premio Nacional de Literatura en tres categorías distintas: Cuento Infantil “Juan de la Cabada”, “Juan Rulfo” para Primera Novela y el Premio de Ensayo Literario “Malcolm Lowry”; suceso que vaticinaba una excelente y muy prolífica carrera intelectual.


Esto quedó reafirmado para finales de 1999, año en que junto con Volpi, Ignacio Padilla ratificaba que sus reconocimientos no eran obra de la casualidad y sí de su talento y creatividad, al alcanzar en España el Premio Primavera de Novela 2000 precisamente por su libro Amphitryon, el cual ha sido traducido a más de quince idiomas, lo que permitió catapultar a Padilla, pero sobre todo a las letras mexicanas, a un plano internacional para comienzos del siglo XXI, logro trascendente para un escritor no mayor de cuarenta años, para ese entonces.


Sus textos siempre se desmarcaron del resto por poseer equilibrio dentro de la métrica literaria, y así Ignacio Padilla asumió un rol narrativo desafiante, esto por las diversas e inteligentes formas de abordar la utilización del lenguaje, lo que a la vez le significó una renovación continua para sus lectores.


Durante los 20 años que ejerció como escritor desde su primero libro publicado, Padilla nos regaló inquietantes novelas que nos relatan historias sobre hombres que habitan islas desiertas o viven en la antigua Unión Soviética; artículos que recogen su experiencia de vida durante dos años en Swazilandia, África; cuentos situados en entornos urbanos ubicados en diversos escenarios cerrados, en desiertos, selvas o bien en playas; o simplemente ejercicios literarios donde el lenguaje y la estructura formal cobran mayor importancia que la narración misma.


Toda la tesura que plasmó en sus ficciones y ensayos, le valieron para ser apreciado en el universo literario como un escritor depositario de una fluidez intelectual deslumbrante, maduro y capaz de envolver en sus letras desde un niño hasta un erudito, por ello, su muerte, significa una gran pérdida para la literatura universal, pero sobre todo, es una mayor pérdida por el gran ser humano que era.


Ignacio Padilla, era licenciado en Comunicación por la Universidad Iberoamericana, doctor en Literatura Inglesa por la Universidad de Edimburgo y doctor de Literatura Española e Hispanoamericana por la Universidad de Salamanca, fue agregado cultural de la Embajada de México en la Gran Bretaña (2001-2003), columnista y posteriormente Director Editorial de la revista Playboy-México, becario de la John Simon Guggenheim Foundation y miembro del Sistema Nacional de Creadores. Cervantista y miembro de la Académica Mexicana de la Lengua. 


Su creatividad, su agudeza y su fuerza literaria, lo situaron en uno de los lugares más privilegiados que un escritor puede alcanzar, y que sin duda, el tiempo seguirá reconociendo su talento narrativo, ensayístico e intelectual, por lo que sin duda, seguirá cosechando logros y ocupando un gran sitio en el mundo de las letras.


Con profundo afecto para sus deudos.