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El Juicio Político

La política es una profesión ingrata. Es raro encontrar en el mundo y en la historia, sociedades que aprecien a su clase política. Sólo el tiempo indeclinable permite una valoración objetiva y serena sobre el quehacer público de los políticos, de su legado y trascendencia

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Escrito en OPINIÓN el

Max Weber en su ensayo titulado el “Político y el Científico”, refiere que existen dos tipos de ética: una para la gente común y otra para los políticos. A una la llama ética de la convicción y a la otra de la responsabilidad. La semántica de sus conceptos, en sí misma explica su contexto y profundidad.

Un político debe actuar con base en sus convicciones, pero con responsabilidad. Es decir, a diferencia de cualquier otra profesión y actividad, lo que el político haga o deje de hacer, tiene consecuencias inmediatas y relevantes para la sociedad que gobierna. Por ello, el énfasis en la ética del político se debe poner en la responsabilidad y no en la convicción.

La única convicción inacabable y permanente del político y del profesional de la cosa pública, debe de ser, siempre, servir a la sociedad. Pero para ello, la consideración esencial del político es ostentar el poder. Maquiavelo hace 500 años lo entendió muy bien. El príncipe, para serlo, debe de conseguir y preservar el poder. Esa es la premisa elemental y básica del político.

Sin el poder, no se pueden tomar decisiones y no se puede influir. Una vez en el poder, el político debe de actuar con responsabilidad y no con base en sus convicciones personales. Ejemplos en la historia hay muchos, como Hitler que sus convicciones personales lo llevaron a intentar exterminar a un grupo étnico y a causar una guerra mundial.

Por el otro lado, cuando se discutía en Francia la legalización del aborto, el Presidente francés Valery Giscard d´Estaing conversó con el Papa Juan Pablo II y le dijo que, en su casa y a sus hijas, las educa en la doctrina católica por ser su convicción, pero esa idea no la podría imponer al resto de los franceses, por ser su responsabilidad.

Esa ética de la responsabilidad con base en la cual deben de actuar los políticos, es en ocasiones, la causante de que la clase política sea mal apreciada por las sociedades. Es decir, con base en la responsabilidad un gobernante debe cobrar impuestos, ejercer el uso legítimo de la fuerza, decretar una expropiación, hacer la guerra y en suma, tomar decisiones muchas veces impopulares y sin embargo responsables.

Otra cosa muy distinta son los actos de corrupción, las violaciones a los derechos humanos, los abusos de poder, acciones arbitrarias y, en suma, el mal gobierno. Muchas veces, ese mal gobierno deriva del hecho de que el político en cuestión, no tiene clara que la única convicción que debe de primar en la política es el servicio a la sociedad. Otras veces, es mera incapacidad.

Un buen ejemplo de un político puro, que entendió que para hacer cambios había que estar, en primer lugar, en la silla del poder y, una vez ahí, actuó con responsabilidad antes que con convicción personal, fue Adolfo Suárez.

Suárez llegó a la presidencia de España en 1976 por designación del Rey Juan Carlos I. En 1977 en las primeras elecciones democráticas de España desde 1931, el pueblo español le otorgó el mandato popular. Una vez en el poder y con la legitimación que le dio la sociedad española, Suárez emprendió la transformación de España.

Sin embargo, tal vez por todos los cambios que llevó a cabo, tuvo que dimitir de la presidencia en 1981. Y lo hizo bajo una refriega de críticas e insultos de buena parte de la sociedad y de la misma clase política.

Los cambios que llevó a cabo, junto con el Rey Juan Carlos I no fueron menores. Se trató de instaurar la democracia tras 36 años de dictadura y, sobre todo, de administrar la reconciliación nacional y los traumas que la guerra civil y el régimen franquista ocasionaron a los españoles. No se trató de cerrar las heridas y olvidar, sino en su recuerdo, pensar en el futuro.

En el libro Anatomía de un Instante, Javier Cercas relata con precisión el periodo de transición democrática en España y da una radiografía de los actores del momento. De Suárez dice que fue un político puro y que a esos políticos, no se les debe de medir con la misma vara que a cualquier otra persona. Se les debe de evaluar con base a una ética y a una moral política y pública.

Y sea como fuere, en su momento el pueblo español fue ingrato con Suárez. Solo ahora, con su muerte y con el paso del tiempo, el juicio político a Suarez, no sólo lo absolvió, sino que lo condecoró. Le fueron reconocidos sus méritos y sobre todo su papel como actor esencial e indispensable en la transición a la democracia en España.

La política es ingrata. Y es así, porque el político es una persona que tiene premisas distintas al resto de las personas. Su actuación debe hacerse, como en el caso de Suárez, con responsabilidad y no con convicción personal. En todo caso, su convicción debe ser de servicio a la sociedad.

@gstagle