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El hogar tomado de Lydia Cacho

El Estado mexicano no puede dejar a Lydia en la desprotección. Ni un día. Ni media hora. Ni dos minutos. | María Teresa Priego

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Escrito en OPINIÓN el

“Retiraron la patrulla que estaba afuera de mi casa sabiendo el altísimo riesgo que yo corría porque también lograron que los jueces dejaran ir a Succar Kuri de un penal de alta seguridad diciendo que no pertenece a la delincuencia organizada, que no tienen elementos, lo cual es falso y lo mandaron a una cárcel en Cancún y yo tengo amenazas de muerte explícitas frente a los jueces de Kamel Nacif, de Succar Kuri y por supuesto de los policías ahora sentenciados. Dejaron mi casa sin protección el día que sabían que yo llegaría y justo en ese momento fue cuando sucedió el ataque a la casa”, Lydia Cacho (el pasado 25 de julio) en entrevista con Carmen Aristegui.

El domingo 21 de julio cerca de las ocho de la noche allanaron la casa de la periodista, investigadora y escritora feminista Lydia Cacho en Puerto Morelos, Quintana Roo. Una casa que –dado el peligro constante en el que Lydia ha vivido desde antes de su secuestro en 2005 ordenado por el ex gobernador de Puebla– cuenta con medidas de alta seguridad. Sin embargo, irrumpieron en ella, envenenaron a sus perros, uno de ellos murió. Tuvieron el tiempo de destrozar algunas de sus pertenencias, recoger material de sus investigaciones y, sobre todo: marcar el espacio. Es evidente que los delincuentes no entraron a la casa de una de las más valientes defensoras de los derechos humanos en este país, para sustraerle esos “objetos de valor” propios a los robos comunes de casa-habitación.

¿Sustraerle material indispensable para su investigación? Sin duda. Pero más allá de este despojo tangible, ¿cuál es el mensaje de un allanamiento de esta naturaleza? Las dimensiones de la intimidación: “Te tenemos observada muy de cerquita. Irrumpimos en tu casa cuando se nos da la gana. No estás a salvo en ningún lado. Nos informan cuándo te vas y cuándo llegas”. Como sabemos, el 11 de abril se giró orden de aprehensión contra Mario Marín, el ex gobernador de Puebla y contra el empresario Kamel Nacif.

Sí, aquellos a los que escuchamos festejar con carcajadas –en las grabaciones que se hicieron públicas– el “coscorrón” que Marín le había asestado a la periodista. La vida de Lydia Cacho ha estado y sigue estando en peligro. El 22 de julio Lydia escribió en su cuenta de twiter en respuesta a un mensaje de Artículo 19: “Es cierto, los niveles de violencia y crueldad aumentan en la misma medida en que la impunidad les protege. Gracias por su solidaridad. Mis investigaciones periodísticas están seguras fuera del país; se llevaron copias, la verdad nadie se la roba”.

Recordé una muy entrañable conversación de Rafael Cabrera con Lydia Cacho publicada en la revista Gatopardo en marzo del 2017. Ese doble sentido en su título: “La fortaleza de Lydia Cacho”. Y, vaya que Lydia ha sido fuerte. Más que temeraria en su compromiso y en su coherencia. En su texto, Rafael describe palmeras y árboles frutales en el sureste mexicano. Esa casa que Lydia ha ido construyendo poco a poco en los últimos 30 años. Su hogar. Su refugio. Su espacio íntimo para vivir, leer, escribir. Rafael cita las palabras de Lydia: “’No hay forma de no salir herido del periodismo’, dice con la sabiduría de una sobreviviente. Si uno mira con atención en su extenso jardín, puede descubrir las cámaras de seguridad que ordenó instalar ocultas entre las hojas de las palmas. Las amenazas y la tortura —sexual, física y psicológica— dejaron su huella, y Lydia ha dedicado horas de yoga, meditación y terapia a reconstruirse para seguir haciendo periodismo”.

Es de ese hogar al que Lydia regresaba que decidieron retirar la patrulla asignada para su protección.

Lydia relató los hechos en una entrevista con Carmen Aristegui: “Se llevaron dos cámaras, es decir, sólo mi trabajo periodístico, dos cámaras de video… buscaron información, buscaron discos duros, yo tengo los discos conmigo. Se llevaron diez discos de información que estaban marcados con los nombres de Miguel Ángel Yunes Linares, Succar Kuri, Kamel Nacif y de otros empresarios que no puedo nombrar en este momento porque son investigaciones que estoy haciendo. Se llevaron un folder que tenía 54 fotografías originales que yo obtuve a través de la investigación y todo está correlacionado con una gran red de pornografía y pederastia clerical, política y empresarial actual. Cómo funcionan todas estas redes de protección nacional e internacional de los tratantes de niñas y niños, y el aumento de la pornografía infantil en México, las razones por las que ha aumentado la pornografía y la impunidad correlacionada con ella”.

En enero 2019 –trece años después– el Estado mexicano ofreció disculpas a Lydia Cacho por el daño que le fue infligido. La periodista cuenta –desde 2009– con medidas cautelares solicitadas por la Comisión Mexicana de Derechos Humanos, esas medidas están vigentes. Ha vivido custodiada. Tuvo que exiliarse por un tiempo. Y, sin embargo, una noche de domingo se retira su protección y los esbirros de sus enemigos toman su casa. Es aterrador. Lydia sabe que “los demonios del Edén” andan sueltos. Todos lo sabemos. La amenaza esta vez se escribió desde adentro mismo del hogar de Lydia. El cuerpo asesinado de su perrita en la vereda. El Estado mexicano no puede dejar a Lydia en la desprotección. Ni un día. Ni media hora. Ni dos minutos. Ella que se expuso tanto, para salvar a tantas y a tantos.