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El éxito mexicano de sus exportaciones agropecuarias

O Pirro el victorioso | Instituto Mora

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Escrito en OPINIÓN el

Uno de los logros de que se ha ufanado la administración saliente del presidente Enrique Peña Nieto ha sido el convertir a México en un campeón exportador de productos agrícolas en 2017. La noticia puso de buen talante a los responsables de la dirección del país, habida cuenta de las escasas razones que últimamente han tenido para sentirse satisfechos, por lo que el simple resultado cuantitativo ha llevado a contabilizar esa noticia entre “lo bueno [que] casi no se cuenta, pero cuenta mucho”. Si se comparan los ingresos que generó el sector agroalimentario en ventas en el extranjero con otros que tenían fama de ser fuentes importantes de recursos provenientes del exterior el resultado ha sido a todas luces notable. Según cifras oficiales, en 2017 se exportaron 32.6 mil millones de dólares en productos agroalimentarios. Aquí el motivo del júbilo: si tomásemos una escala de cero a cien, siendo cien el dato de las ventas al exterior de productos agroalimentarios, otros ingresos como las remesas enviadas desde el exterior por trabajadores mexicanos en ese mismo año habrían sido de 88; las divisas por el turismo 65 y; finalmente, comparado con las disminuidas ventas de petróleo, éstas habrían sido sólo de 60. Con esos números ¿Podemos decir que el sector agropecuario puede convertirse en un sector protagonista para el bienestar social de México en los años venideros, o al menos para su entorno rural? La respuesta debería acompañarse de algunas reflexiones que permitan colocar en la balanza beneficios y costos.

Productos específicos

Las exportaciones en mención se refieren primordialmente a los siguientes productos concretos: bebidas alcohólicas (cerveza, tequila y mezcal), frutas (jitomate, aguacate, pimiento, melón, sandía y papaya) y bovinos en pie (becerros y vaquillas para su engorde fuera de México). En general, y salvo algunos matices de grado, estos son productos asociados a sectores singulares del campo mexicano: los agro negocios y su sector empresarial, un subsector cuya dinámica, por el alto componente de capitalización y activos que tienen también del exterior, pueden hacer relativizar el carácter que como ganancia representa el producto de sus ventas, pues a su vez pueden reenviarlo a sus países de origen a través de los laberintos de la cuenta de capital de la balanza de pagos. Algunos ejemplos: el sector de las bebidas alcohólicas mexicanas está dominado por empresas como Diageo, Brown-Forman o Anheuser-Busch InBev; pero lo mismo ocurre con el sector de la agricultura comercial donde en el mejor de los casos domina un esquema de agricultura por contrato, de arrendamientos de la tierra (incluida el agua del subsuelo), en la que los procesos de estandarización, congelación o empaque y embalaje son de empresas extranjeras u operan con capital extranjero (caso del aguacate, frambuesas, zarzamoras y arándanos). Hasta hoy la experiencia con muchas de estas compañías ha sido un compromiso social y medioambiental cuestionable; específicamente en aspectos como el cuidado del agua, del suelo y de la biodiversidad, pero además, y sobre todo, porque a menudo ofrecen condiciones laborales penosas, tales como ausencia de seguros de trabajo y prestaciones sociales, malas remuneraciones, trabajo infantil, entre otros; por lo que dejan a su paso costos muy altos en materia de racionalidad ambiental o económica que no son contabilizados en la cifra desnuda del saldo de la cuenta del comercio exterior agropecuario de México.

Beneficios homogéneos

Al inicio del siglo XIX uno de los padres de la economía política, David Ricardo, formuló en sus Principios de Economía Política y tributación la teoría según la cual cada nación debía realizar esencialmente, por razones de eficiencia, las actividades que mejor se ajustaran a sus cualidades y a sus recursos; de tal suerte que, si todas las naciones actuaban de esa manera, los beneficios del comercio internacional se derramarían en forma homogénea. Así, si en Portugal abundaban los viñedos y en Inglaterra los telares, lo mejor sería que el país ibérico se dedicara primordialmente a producir y vender vino, y los ingleses a producir y vender telas. No debía existir una razón económica para que a los portugueses se les ocurriera ponerse a inventar telares y fabricar sus propias telas, ni tampoco para que los ingleses dedicaran tiempo a experimentar con el cultivo de vides y la elaboración de vino (aun cuando sus condiciones geofísicas lo dificultaran). El principio de la especialización debía predominar en la lógica del comercio. El problema es que volvernos especialistas en algo entraña un costo de oportunidad altísimo no contemplado por la teoría de las ventajas comparativas: podríamos ser expertos en un proceso y convertirnos en ignorantes de todo lo demás. Tal vez, con los años Portugal podría haberse lamentado de no haber intentado producir telas (¡Hasta el siglo XVII contaban con la flota mercante más importante del mundo!).

Y una última reflexión a partir del modelo primario exportador reeditado: ¿Qué tan lejos nos coloca de una economía de enclaves agropecuarios? Baste recordar que un modelo de comercio semejante fue el que desarrollaron en Centroamérica al inicio del siglo XX los norteamericanos Minor Cooper Keith y Andrew Preston y que desembocaron en la United Fruit Company, firma de gran poder no sólo económico, sino hasta político a nivel regional. En el caso de estos personajes, el desarrollo de los ferrocarriles en el subcontinente centroamericano les permitió abastecer de productos exóticos al paladar estadounidense y al mismo tiempo crear un mercado para los productos agrícolas tropicales. Siendo así, ¿qué diferencia hay entre plátanos y aguacates, o entre plátanos y un tequila shot?

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@japo56619

El Dr. José Alfredo Pureco es profesor investigador titular del Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora adscrito al Área de Territorio y Medioambiente. Economista e historiador. Intereses de investigación: Historia económica y medioambiental de México siglos XIX y XX (el sector agropecuario) e Historia Regional (el occidente de México).

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