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El efecto Mandela

Un discurso que alimenta una polarización social creciente. | Ricardo de la Peña

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Escrito en OPINIÓN el

No: no estamos proponiendo a nadie para el Nobel de la Paz. Cuando hablamos del “efecto Mandela” nos referimos a ese fenómeno de confabulación compartida por un segmento de una sociedad de un falso recuerdo. Su origen se ubica en 2013, cuando ante el fallecimiento de Nelson Mandela hubo varias personas que afirmaron haber sabido de su muerte décadas antes, en prisión. Este es el caso original al que luego se sumaron muchos más.

Las causas del efecto

Se han dado explicaciones muy diversas para este fenómeno, muchas de las cuales pueden considerarse como seudocientíficas. En lo fundamental y desde un punto de vista riguroso, el fenómeno suele explicarse como manifestación de la condición temporal de los recuerdos, que se reconstruyen periódicamente y son afectados por estímulos de todo tipo, surgidos de la experiencia personal o colectiva. Luego, las referencias a un recuerdo distinto a la evidencia modifican la propia experiencia y modelan los recuerdos originales, todo ello reforzado por un sesgo de confirmación, por el que las personas tienden a recolectar o recordar información de manera selectiva, o la interpretan de manera tal que confirma creencias o hipótesis propias, descontando potenciales alternativas.

El efecto en el gobernante

Es imposible saber cuántas o cuáles de las más de un millar de afirmaciones del actual gobernante mexicano que han resultado inexactas, imprecisas, sesgadas o que de plano han sido falsedades o negaciones  son producto de un ejercicio subjetivo de selección o lectura sesgada de los datos por alguien que pretende probarse ideas y conformar la realidad a sus creencias, afianzando una visión ilusoria de la realidad, y qué tantas y cuáles son producto de una negación consciente, interesada, de los datos, para poder sustentar una realidad alternativa.

Sin embargo, el discurso público del gobernante incide, más que otras declaraciones, en la lectura de la realidad que hace un segmento de la sociedad, aquel que es proclive a respaldarlo y que confía en la veracidad de las versiones dadas por la autoridad. A diferencia, aquellos que mantienen una posición crítica tenderán a advertir lo incorrecto o falaz de las afirmaciones de quien gobierna, lo que propicia una creciente separación de puntos de vista sobre la realidad entre quienes tienen posiciones opuestas en el espectro político-ideológico. Si esto refleja o no una perspectiva real de las personas es asunto a discutir, pues aunque en experimentos científicos los sujetos suelen señalar que sus percepciones se habían hecho más extremas, también es cierto que un cotejo posterior de actitudes antes y después de nuevas pruebas no mostraron ningún cambio significativo, sugiriendo que los cambios subjetivamente referidos pudieran no ser auténticos o bien tener como fundamento más un sesgo en la búsqueda de información que un trato diferente hacia las argumentaciones en competencia.

Dicho en breve: o bien hay un problema de adulteración del recuerdo de eventos y datos por un sesgo de confirmación, o hay un problema de manipulación de información para adecuarla a la lectura más conveniente a su emisor. Lo más factible que haya un poco de ambas posibilidades, pero el resultado es el mismo: falsedades hechas públicas en un discurso que alimenta una polarización social creciente.