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El diablo nos visita

Si bien el Diablo y sus lugartenientes tienen cosas más serias que divertirse, sí les gusta divertirse a costa de los humanos. | Octavio Díaz García de León

Por
Escrito en OPINIÓN el

“Su interlocutor estuvo con Pilatos,

también desayunó con Kant

y ahora ha visitado Moscú”

Bulgákov

 

Aviso. En esta colaboración presento un relato de ficción y una invitación a leer una gran novela. Algunas alusiones del relato se encuentran en esa novela; otras, en nuestra realidad. Lean también esta magnífica reseña.

Me encontraba en una librería del sur de la ciudad, hojeando un ejemplar de la novela de Mijaíl Bulgákov, El Maestro y Margarita, cuando una persona de mediana edad con aspecto de profesor se me acercó para decirme que no tomara muy en serio la novela. “El Diablo no tiene tiempo para andarse divirtiendo, –dijo- tiene tareas más delicadas”. Le contesté que aún no la leía, pero que, por tratarse de una obra clásica, pensaba hacerlo. “En algo tiene razón Bulgákov –me contestó-. Si bien el Diablo y sus lugartenientes tienen cosas más serias que hacer, les gusta divertirse a costa de los humanos. Por otra parte, el trabajo se les ha simplificado. En esta época las personas creen cada vez menos en Dios o en el Diablo y sus maldades carecen de frenos”.

No sabía cómo tomar los comentarios de mi interlocutor. Le pregunté su nombre y me contestó: “Soy el Prof. Voland y me especializo en magia negra”. Esta respuesta me intrigó mucho, por lo que le invité a tomar un café. Aceptó amablemente y me dijo que sería un gusto charlar con alguien que se interesaba por la literatura rusa. Ya instalados enfrente de una taza de café, me dijo que venía de Alemania, pero que había viajado por todo el mundo. No noté ni pizca de acento extranjero; su español era perfecto. “Desde que Nietzsche anunció la muerte de Dios -dijo el profesor- la humanidad ha desvariado y dado tumbos. Al negar que Dios existe hay quienes incluso niegan la existencia del Diablo, cosa aún más absurda si se mira al orden de cosas que prevalecen en el mundo”.

Le dije que, ante los avances de la ciencia, el espacio para creer en Dios o en el Diablo se había reducido. “Es cierto, la gente prefiere creer en la ciencia. – dijo- Pero la ciencia es un gran distractor y tiene grandes carencias. En cuanto a la existencia de Dios, su historia se renueva cuando Poncio Pilatos condenó a muerte, en lugar de Bar Rabban, a Joshuá Ga-Nozri, un predicador como tantos otros, pero que tuvo buenos discípulos”. “¿Se refiere a Jesús? -le pregunté- No hay pruebas de que haya existido”. “Jesús no era su nombre, pero sí existió –contestó–. Así fue. Yo lo sé”. Ante mi cara de desconcierto y lo absurdo de su comentario, empecé a dudar de su salud mental. No queriendo continuar con una conversación que no sabía a donde nos llevaría, traté de cambiar el tema de la charla y le pregunté a qué había venido a México.

Me contestó que trabajaba en proyectos muy exitosos.  “México –me dijo– es un país maravilloso. Es tierra fértil para mis habilidades y experiencia.” “¿A qué se refiere?” – pregunté.

“Existe un culto muy desarrollado a la Santa Muerte impulsado por personas que disfrutan con el dolor que ocasionan -contestó-. En México hay cerca de 40,000 asesinatos al año cometidos con gran crueldad por verdugos dignos del Infierno. Recordará que hace unos días apareció un video donde algunos de estos personajes extrajeron el corazón palpitante de un infeliz para comérselo. O vea la destreza que tienen para las decapitaciones, para colgar a sus víctimas en los puentes, para realizar emboscadas y matar a periodistas, mujeres y niños. También han mostrado habilidad para desaparecer a más de 100 mil personas deshaciendo sus cuerpos en ácido o esparciendo sus restos en cientos de fosas clandestinas”.   Puse cara de disgusto e incredulidad, pero él esbozó una sonrisa.

“Pero eso no es nada –continuó–. A partir del 2020 ha sido una época esplendorosa debido a la pandemia de covid-19. En México han muerto cerca de 800 mil personas, gracias a medidas tales como no hacer pruebas para saber si estaban enfermos, decir que los cubrebocas no servían, propiciar reuniones familiares y festejos masivos, recetar remedios inútiles como la ivermectina o negar vacunas a niños, médicos y personal de salud. Hubo escenas que ni Dante imaginó en su Infierno, al agonizar los contagiados en medio de la asfixia, sin nada que aminorara su sufrimiento. Pero esto no termina aún. Millones de personas que enfermaron, tendrán secuelas de por vida que las hará sufrir y las llevará a muertes prematuras. Esta pandemia me vino como anillo al dedo al surgir nuevas encarnaciones del mal”.

No podía creer lo que escuchaba. A aquel tipo le daba gusto relatar estas tragedias y mostrarse satisfecho por la crueldad de los sicarios y por los errores en el manejo de la pandemia. Se mostraba satisfecho, como si fuera el mismo Diablo. Interrumpió mis pensamientos al decirme que le había sido muy agradable la plática, pero que tenía que viajar urgentemente a Ucrania donde se requería su presencia. Me dijo que aprovecharía para darse una escapada a Moscú y organizar una sesión de magia negra en el Teatro Variedades de aquella ciudad.

Le pregunté al Prof. Voland, si viajaba solo. Me contestó que no. Que traía a varios colaboradores e incluso las personas en la calle se asombraban al ver a uno de ellos, Popota, que parecía un gato. Dijo que estaba pensando en reclutar a algunos de los mexicanos que se habían distinguido por su crueldad pues su colaborador Asaselo se había quedado obsoleto. Me recomendó mucho que leyera “El Maestro y Margarita”, “una obra que no lo decepcionará” -dijo-. Se levantó, se despidió y, como por arte de magia, desapareció.