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¿El consentimiento?

Vanessa Springora tenía 13 años cuando conoció a Gabriel Matzneff de 50. La denuncia de Vanessa estalló como una bomba en Francia. | María Teresa Priego

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Escrito en OPINIÓN el

Vanessa Springora tenía 13 años cuando conoció a Gabriel Matzneff de 50. Fue en una cena de "el mundo literario" a la que acompañó a su madre editora. Ese encuentro, esa pareja tan desigual es el centro de "El consentimiento", la novela autobiográfica que ha causado tanto revuelo en Francia. Vanessa plantea un tema –hoy– fundamental: ¿qué significa "consentir"? ¿en qué circunstancias? ¿a qué edad? Una adolescente convencida de que elige su relación con un hombre muy mayor, ¿está eligiendo en toda libertad? ¿Existen la manipulación, la coacción, el abuso de poder? ¿La ciega fascinación? Los tiempos han cambiado considerablemente. Lo que parecía "normal", ha dejado de serlo. Es en este contexto y tras la obligada toma de consciencia que ha significado el movimiento #MeToo que la denuncia de Vanessa estalló como una bomba en Francia. Las sociedades descubren que tienen mucho, muchísimo que preguntarse.

En el caso de Matzneff, no solo fue la relación con Vanessa. A la salida de "El consentimiento", la periodista Francesca Gee dio testimonio de su relación con el escritor en los años setenta, cuando era una adolescente. Escribió un libro en su momento, nadie aceptó publicarlo. Vanessa va más allá, expone cómo Matzneff por años escribió novelas –tan celebradas y premiadas– que incluían sus relaciones con mujeres y niños menores de edad. Sin que nadie reparara en este punto. Sin que nadie cuestionara esos párrafos donde reivindica la felicidad y el aprendizaje que puede significar la relación sexual con un adulto para un niño. El escritor asume que el "alumno", de ocho, diez años , "consiente". Y lo explica sin conflicto alguno como sucede en su libro "Los menores de 16 años". ¿Se rumoraba que el escritor era un pedófilo? Parece ser que sí, solo que serlo no era demasiado grave.

30 años después Vanessa mira hacia ese pasado: la infancia, la adolescencia. Los tiempos difíciles del matrimonio de sus padres: "Deberíamos ser felices, pero los recuerdos de nuestra vida en común, en el piso en el que vivo brevemente la ilusión de una familia unida, son una auténtica pesadilla". Un padre ausente, violento cuando está presente. La madre derrama una copa de vino sobre el mantel, él se le lanza al cuello para estrangularla por su descuido. Los padres se separan. La hija visita al padre y enfrenta sus ataques de furia porque en la biblioteca, tocó algunos de sus libros. Hay un dolor. Una ausencia flagrante. Un hoyo negro en el lugar del padre y esa convicción: "nadie me va a querer".

En esa cena el hombre adulto la mira. Con insistencia. La hace sentir importante: 

"Desde el primer instante confundo su sonrisa con una sonrisa paternal, porque es una sonrisa de hombre, y ya no tengo padre... Parece que cada inflexión, cada palabra, está destinada a mí. ¿Soy la única que se da cuenta?" Escucha su nombre. Es "un gran escritor", su foto desplegada en las librerías junto a otros "grandes". Vanessa adora la literatura. Planea ser escritora: "¿Cómo no sentirme halagada por que un hombre, que además es escritor, se haya dignado posar sus ojos en mí?" Matzneff le escribe cartas y comienza a aparecerse en todas las esquinas: "Me acecha en la calle, patrulla por mi barrio e intenta provocar un encuentro improvisado, que no tarda en producirse. Intercambiamos unas palabras y me marcho muerta de amor". 

Y así, "muerta de amor" vivirá por un tiempo, cada vez menos libre, cada vez más sitiada por las demandas de ese su Pigmalión que no duda un segundo en que todo lo que hace es "por su bien", el de ella. La madre se entera y decide no oponerse para no lastimar su relación, para que su hija no se distancie de ella. Su hija se lo reprochará después. Hay un momento de verdad que me parece estremecedor, de mujer a mujer, entre madre e hija. Solo que una de esas mujeres tenía entonces apenas 14 años. Vanessa le extiende a su madre –que no le cree– una carta de amor que recibió de Matzneff: "Mi madre coge la hoja que le tiendo con una mueca de asco e incredulidad. Una expresión estupefacta en la que asoma un ápice de celos. Al fin y al cabo, cuando aquella noche propuso al escritor llevarlo a casa y él aceptó con un tono tan dulce, muy bien pudo pensar que él no era insensible a sus encantos. Descubre con una violencia inaudita que me he convertido en una rival antes de tiempo, y en un principio ese sentimiento la ciega. Luego se recobra y me suelta una frase que jamás habría creído que tuviera algo que ver con G.: —¿No sabes que es un pedófilo?"

Vanessa camina por la calle con una amiga y se encuentra a su leal y rendido amante, junto a otra adolescente. La deslealtad que se había negado a ver la llevan a romper. Logró liberarse de la dominación de Matzneff, logró salvarse. Pero, según escribe, algo adentro suyo no dejaba de doler. Una sensación de indignación ante el abuso. Ese enorme abuso de su fragilidad en aquellos años: "Estoy enamorada y me siento querida como nunca. Y eso basta para borrar toda aspereza, para suspender todo juicio sobre nuestra relación". Y así, más de tres décadas después decide escribir su libro. Como consecuencia del escándalo, de los debates que se suscitan, Matzneff "cae en desgracia", como él mismo escribe. En una carta abierta publicada por la revista L'Express el escritor le responde a Vanessa.

Primero su sorpresa: su examante lo traiciona. ¿Cómo se queja? si él no se dedicó sino a hacerla feliz y sigue sin explicarse (ahora él tiene 83 años) que ella haya terminado una relación tan "maravillosa". Narra que es el fin de su vida, que no entiende por qué ella lo presenta como "un perverso, manipulador, depredador, un malvado". Habla de "puñalada", jura que no ha leído el libro, pero se lo contaron. Compara su caso con Polanski y Woody Allen. Es una víctima, Matzneff, lanzado a la exclusión por las acusaciones de una mujer injusta, y bueno sí, quizá en algún lugar (comenta él de pasadita) cometió un error (recurrente) al intentar poetizar la relación con los niños.

Vanessa hoy es directora de una editorial. Mostró el manuscrito a su madre. ¿Había algo en él que le molestara? Su madre respondió: "No cambies nada, es tu historia". Una se pregunta si la autora no habrá soltado la más liberadora de las carcajadas ante el inimaginable párrafo final de la carta pública de su antiguo y tan poderoso Pigmalión: "Que Dios tenga piedad de nosotros; que te proteja mejor de lo que fui capaz de protegerte. Guardaré siempre, ardiente en mi memoria y en mi corazón como un cirio ante un ícono de Cristo, una imagen luminosa de ti".