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El camino obrero

“Camino obrero” es el título del reciente libro escrito por Saúl Escobar Toledo, que aparta su tiempo para escribir de trabajadores. | Manuel Fuentes

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Escrito en OPINIÓN el

Después de recorrer la librería “Rosario Castellanos”, del Fondo de Cultura Económica que ahora dirige Paco Taibo II, concluyo que a los escritores no les interesa la vida obrera. Los lectores en estos tiempos de covid-19 se refugian en novelas de altos mundos para escapar a lugares distintos, y alejarse de la pandemia, su verdadera historia.

“El camino obrero” es el título del reciente libro escrito por Saúl Escobar Toledo, economista de extraños hábitos que aparta su tiempo para escribir de trabajadores, de los sinsabores, del aprendizaje de sus luchas y hasta de ese hilo que se teje con la historia del mundo fabril. 

Cuando hallé “El camino obrero” en esa librería hasta levanté el libro con regocijo.

Saúl Escobar señala que una de las causas por las que en el cotidiano se hacen a un lado los temas del trabajo es por la falta de vigor en el protagonismo de los sindicatos: 

“La mayoría (…) se convirtieron en membretes cuya actuación es desconocida por los trabajadores” 

Y remata con una aseveración que estremece:

“Hay incluso la percepción de que (los sindicatos) más bien actúan en contra de sus intereses” 

Su aseveración no está alejada de la realidad, porque la inmensa mayoría de los sindicatos, son sujetos desconocidos por los trabajadores, como fantasmas.  Nadie sabe de ellos, salvo cuando pierdes el trabajo y te mandan a la calle a probar el sabor de la tierra; o estás con la cartera vacía porque el salario no alcanza; y es cuando el patrón se apresta a decir: “fue en acuerdo con el sindicato”.

El autor en su obra hace hincapié que se ha impuesto un “pensamiento basado en la competencia, la productividad y la superioridad del mercado” y por ello todo lo que tenga que ver con sindicatos, políticas laborales, salario, empleo, contratación en sus distintas formas y hasta la legislación laboral, recibe una atención cada vez menor. 

En ello coincido con Saúl, los derechos más importantes de los trabajadores se aventaron a un rincón, al más oscuro. Los derechos obreros fundamentales se han lanzado al piso del tráfico duro, para que todos pasen por encima, empezando por autoridades, patrones y líderes sindicales.

El texto de Escobar inicia el relato con la huelga más importante registrada en el país, de acuerdo con la prensa de aquellos tiempos: el movimiento ferrocarrilero en 1906. 

Imagino a esos obreros del riel haciendo sonar el silbato y la campana del tren como inicio de la paralización de labores. 

Aquellos trabajadores de inicios del siglo XX, de botas altas, que no necesitaban de una ley laboral ni de verificadores para estallar una huelga.

El libro de Saúl pasa retomando esa resistencia de Venustiano Carranza que pretendió evitar en el Congreso Constituyente de 1916-1917 que se reconocieran los derechos laborales en la Constitución. Apenas una media docena de delegados de raíces obreras pudo prender la chispa para que emergiera el artículo 123.

No deja desapercibido el nacimiento de una Ley Federal del Trabajo, en el año de 1931, que en su raíz tenía como objetivo el control sindical y otorgó al gobierno facultades tan importantes como el registro de las organizaciones gremiales y la aplicación de la justicia por medio de las Juntas de Conciliación y Arbitraje.

Desde su nacimiento, las Tomas de Nota han permitido reconocer o no la personalidad de los sindicatos y hasta discrecionalmente cancelar su registro. Figura de control que considero, basado en el estudio de Saúl, se consolida en el nivel más alto posible de la estructura jurídica, en el reformado artículo 123 constitucional, por medio del actual Centro Federal de Conciliación y Registro Laboral; una de las novedades de la controvertida reforma laboral reciente del siglo XXI.

En la obra de Saúl Escobar se rescata la crítica de Lombardo Toledano quien señaló, afines de los años veintes del siglo XX, que la Toma de Nota es como “una camisa de fuerza del proletariado” y continúa indicando “Mas crudamente, un dirigente electricista dijo: será ‘un hacha colocada sobre el cuello de los trabajadores’.”

Relata que en aquellos lejanos años treinta del siglo pasado, se impulsaba la prohibición de los sindicatos para ejercer actividades políticas como lo contenía el proyecto original de la Ley Federal del Trabajo. Eran dos visiones, una la obrera, como motor de la revolución, e instrumento de acción para el cambio gradual del sistema, y otra la del gobierno, fincada en “la disciplina en el trabajo y la paz social”. 

En el libro “El camino obrero” hace un recuento de 110 años del andar obrero de 1907 a 2017 y concluye con preguntas de los tiempos recientes que se viven con la reforma laboral: ¿podrán elevarse los salarios contractuales sin que ello provoque conflictos serios con los empleadores? 

El autor se pregunta si en el sector público y en particular en PEMEX y CFE, el gobierno entrante “¿dará cauce a un recambio de las dirigencias y con ello aceptará el compromiso de mejorar los ingresos y las condiciones de trabajo en dichas empresas?”.

En otras palabras, Saúl Escobar se cuestiona si el gobierno actual está convencido en aceptar una auténtica democracia en las empresas públicas, sustanciales de su proyecto.

Escobar en su revisión histórica sostiene que el consenso dominante es el mercado (la productividad, los ciclos económicos y las condiciones particulares de las empresas) que se impone para definir las relaciones laborales.

Ahora ya no usan los obreros las botas altas de los ferrocarrileros del siglo pasado, pero el camino obrero es de largo trayecto, infinito, de andar incansable.