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El analfabetismo funcional de López Obrador

Si el presidente tuviera un mejor nivel de comprensión sobre el fondo de las crisis, otra cosa sería. | Leonardo Martínez

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Escrito en OPINIÓN el

Contar con una alta capacidad intelectual nunca ha sido un requisito ni para ganar elecciones ni para llegar al poder y presidir un gobierno. Si hubiera una manera de probarlo históricamente, seguramente se encontrarían ejemplos por millares en todas las épocas y por todas las partes del mundo. 

En lo que se refiere a los factores personales que mejor contribuyen a los éxitos electorales en regímenes democráticos, todo parece indicar que el carisma y el sentido de oportunidad son más importantes que diversos tipos de inteligencia. Aunque, a decir verdad, la sola inteligencia tampoco es una condición suficiente para llevar un buen gobierno, como seguramente se podría constatar también con muchos ejemplos. 

Pero lo que sí ayuda para llevar un gobierno mínimamente eficaz, que por lo menos no empeore el nivel de bienestar de sus gobernados, es tener un nivel básico de comprensión de los problemas que deben ser atendidos. Si no se entiende el problema, o si se le plantea caprichosamente a través de la lente del pensamiento mágico o del odio faccioso, menos se entenderá cómo encontrar soluciones al mismo.

Y en México tenemos un problema mayor, que es, diciéndolo objetivamente y sin ánimos peyorativos, la baja capacidad de comprensión que el presidente ha mostrado tener cuando se trata de entender problemas nacionales. La evidencia acumulada lo ha demostrado sistemáticamente de muchas maneras, desde los debates presidenciales cuando al no saber qué contestar reducía todos los diagnósticos y todas las soluciones al sueño de acabar con la corrupción, hasta las justificaciones pueriles e insustanciales de muchas de las políticas y acciones que ha implantado en su gobierno.   

Entre tantos ejemplos disponibles, retomo lo que dijo apenas hace unos días durante la gira que hizo por San Luis Potosí a finales de enero (justo antes del anuncio de su contagio por coronavirus y que muchas personas no creyeron que fuera cierto, con justificada razón, pues ¿se acuerdan del cuento del pastor abiertamente mentiroso y el lobo?), cuando no dejó pasar la oportunidad del día para seguir difundiendo información falsa e interpretaciones espurias sobre las crisis que nos ahogan.

Aseguró una vez más que la estrategia económica que impulsa “es eficaz y que ya se ven las lucecitas que indican que México está por salir del túnel” y con esa seguridad que nunca alcanzan a tener quienes sí entienden el fondo del tema del que están hablando, afirmó que el país crecerá entre 4 y 5% en 2021 "por lo que los mexicanos saldrán airosos".

Afirmar que su estrategia económica es eficaz no solo es una burda mentira, es una declaración inmoral si se considera que según estimaciones independientes más de 10 millones de personas cayeron a nivel de pobreza solo en el año de 2020. 

Para él, salir airoso es escalar apenas unos cuantos pasos para salir del fondo de un inmenso socavón generado inicialmente por las decisiones tomadas por él mismo y agravado por los efectos económicos de la pandemia. Porque en 2019, antes de la aparición del coronavirus, mientras las economías en desarrollo crecían en promedio entre 3 y 4 %, México ya iba en picada con un crecimiento negativo. La imagen es muy clara: mientras la mayoría de los países empezaban a tropezar con el inicio de la pandemia, México ya iba en caída libre.

Ese día de la gira López Obrador también mencionó lo siguiente: "...dijimos que vamos a caer y vamos a recuperarnos y va a ser una V, caímos al fondo y salimos, y ya está cumpliéndose el pronóstico, ya estamos creciendo de nuevo". Bueno, se aprendió lo de la V porque no hay cosa más sencilla para tratar de representar lo que quiere que suceda, pero la gráfica de la recuperación no se parecerá en nada a esa letra ni a ninguna otra de nuestro alfabeto porque los procesos de recuperación serán mucho más tortuosos y largos que los que él se imagina. La debacle económica es tan grave que no hay manera de saber cómo se irá recuperando cada uno de los giros económicos pues muchas de las cadenas productivas se han ido colapsando y la pérdida de ingresos y de empleos de millones de familias incrementan todavía más la incertidumbre sobre sus futuras recuperaciones.  

López Obrador no es capaz de vislumbrar que la pérdida de un empleo, o en el caso de la economía informal la pérdida de la única fuente de ingresos de la familia, tienen un poderoso efecto multiplicador de calamidades que puede poner en jaque los caminos de la recuperación para millones de personas. Además, la prolongación y la gravedad de ambas crisis, la económica y la sanitaria, han generado un deterioro de la salud física y psicoemocional de la población que complica adicionalmente el panorama.  

Regresando a lo dicho por López Obrador durante la gira que comento, también mencionó que "...se rompió récord en las remesas, al subir 12% respecto del año pasado". Qué lamentable resulta, ante la imperiosa necesidad de tener que presumir algún logro, que se acabe por presumir inadvertidamente un fracaso. En efecto, la tendencia en los montos de las remesas ha sido creciente desde el inicio del gobierno de López Obrador, alcanzando volúmenes récord como el de 4,500 millones de dólares para el mes de marzo de 2020. 

El problema no es tanto con los montos sino que López Obrador lo perciba como un logro, cuando evidentemente no lo es. Las remesas son los dólares que las personas de origen mexicano que trabajan en los Estados Unidos envían a sus familias en México, dinero que constituye un apoyo importante para mitigar las condiciones de pobreza en las que esas familias se encuentran. El punto es que un aumento de las necesidades de apoyo económico de esas familias no es un logro del gobierno, al contrario, es un fracaso porque significa que a esas familias ya no les alcanza para subsistir con los pocos ingresos que perciben en México. 

Regresando de nuevo a las declaraciones de la gira, López Obrador también presumió que “su gobierno no recurriría a solicitar créditos y a endeudarse”, como si hacerlo fuera una de las deshonras recomendadas por quienes considera sus peores enemigos, los conservadores y los neoliberales. Pero para su desgracia, si en algo está de acuerdo la inmensa mayoría de los especialistas y de los gobiernos responsables, es que eso es justamente lo que se requiere para invertir y sacar a las economías del barranco al que fueron arrastradas por la pandemia.

Aún así, la falta de comprensión de conceptos elementales lo hace declarar mentiras y falsedades, pues la deuda pública como porcentaje del PIB corriente pasó del 45% a finales de 2018, al 62% a mediados de 2020 (según los últimos datos disponibles). Es decir, en los primeros 18 meses del gobierno de López Obrador la deuda pública creció un 37%, pero él sigue creyendo que no ha endeudado más al país. El problema es que esos recursos no se han aprovechado para salir de las crisis sino que se han derrochado en caprichos faraónicos improductivos.

Finalmente, la incapacidad para entender la dinámica real de la pandemia lo hace responsable de miles de muertes evitables. Su actitud de macho y su pensamiento mágico seguirán enviando señales equívocas e irresponsables a millones de personas que podrían cuidarse mejor de los contagios si él se los exigiera claramente y sin ambigüedades. Pero no hay indicios de que eso cambie en algún momento.

López Obrador se dedica a capotear las crisis repitiendo un puñado de frases falaces: “Ya domamos la curva”, “Somos ejemplo mundial en el manejo de la pandemia”, “A nuestro país no le va a pegar tan duro la crisis”, “Ya estamos saliendo del hoyo”, “Ya iniciamos la recuperación”, entre muchas otras. Ni hablar, si el presidente tuviera un mejor nivel de comprensión sobre el fondo de las crisis, otra cosa sería.