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Efecto Biden CDMX

Cuando hablamos del “Efecto Biden” en la Ciudad de México, esperaríamos que un espíritu de acuerdos se empezara a conformar. | Roberto Remes

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Escrito en OPINIÓN el

Este fin de semana, a raíz del triunfo de Joe Biden sobre el polarizante Donald Trump, pensaba en las posibles consecuencias para la Ciudad de México. A nivel nacional, sabemos, puede haber preocupación por ciertas agendas; muchos sostienen que a México le va mejor con los Republicanos, dada la relación entre los sindicatos y el Partido Demócrata. Más allá de las políticas públicas, Biden cuando menos representa certidumbre en la relación, en contraposición a los caprichos del “Señor Naranja”.

Analizando el caso específico de la Ciudad de México, la impresión que me estaba dejando el triunfo de Biden era simplemente la posibilidad de que al retomar el Acuerdo de París, la agenda de cambio climático pueda elevar las presiones al Gobierno de la Ciudad de México contra la construcción de infraestructura para el automóvil y a favor del transporte masivo.

Sin embargo, el fin de semana ocurrieron dos eventos en chats privados en los que participo, que me hicieron reflexionar en otra vía. En ambos casos hubo tensión a partir de la actitud polarizante de uno de los participantes en cada uno de esos chats. En el primero, una persona insulta a otra; la postura de todos fue “esto no lo podemos tolerar”, y lo sacaron del chat. En el otro caso, una persona tomó fotos de pantalla, las llevó a Tuiter, y quiso exhibir una conversación privada como si fuera pública, y lo mismo, expulsada del chat. En ambos casos, el común acuerdo fue respaldar a los administradores. Hacía mucho que no sentía un espíritu de consenso como el que sentí.

Me pregunto si en un contexto de polarización, previo al triunfo de Biden, esto habría sido posible. Así parezca inverosímil, creo que el triunfo de Biden cambia los códigos de comunicación. No sabemos cómo gobernará, no sabemos cómo le irá con un Senado adverso y una estrecha mayoría en la Cámara de Representantes, tampoco sabemos qué pasará con 71 millones de personas que votaron por Trump, algunas de las cuales creen que hubo un gran fraude en la elección. Tampoco sabemos de su actitud hacia México.

Pero si nos remontamos a lo que ha ocurrido en esta ciudad en los últimos 15 años, la polarización se ha venido incrementando por distintas causas: aeropuerto, desafuero, elección de 2006, redes sociales, manifestaciones que se tornan violentas, más la polarización nacional, que como capital se concentra en nuestra ciudad.

La Constitución Política de la Ciudad de México sería la excepción a esta polarización de los últimos años, pero la forma en que se concretó este documento generó una carta filosófica más que un instrumento fundacional para un proyecto de ciudad. Estaría en el Instituto de Planeación Democrática y Prospectiva esta labor, pero al haber ganado las elecciones de 2018 con una cómoda mayoría en el Congreso de la Ciudad de México, la Jefa de Gobierno ve ese espacio como propio, sin apertura para la discusión de ese proyecto de ciudad. Es decir, el gobierno, separado de la sociedad y sostenido en una narrativa de poder, impone su visión de ciudad.

Cuando hablamos del “Efecto Biden” en la Ciudad de México, esperaríamos que un espíritu de acuerdos se empezara a conformar, pero en este momento seguimos gobernados bajo el “Efecto Trump” en el que las decisiones no sólo se imponen con autoritarismo, sino que procede denostar a los opositores, tal cual han hecho Donald Trump, Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum.

La Ciudad de México requiere conformar una nueva oposición, frente al desgaste de las mismas figuras de siempre y los partidos que carecen de credibilidad. Este es el momento. Es entrar en la Ola del Efecto Biden para dejar de lado las posiciones maniqueas y la intolerancia al diálogo: cualquier nueva quimera de ciudad tendría que ser construida bajo la lógica de que la fiesta urbana es para todos y no sólo para quien haya ganado las elecciones.

Necesitamos establecer mecanismos sociales para discutir un nuevo proyecto de ciudad, y aún cuando el Instituto de Planeación Democrática y Prospectiva termine siendo una oficina subordinada a la Jefa de Gobierno, o de adorno, como parece será, la visión de ciudad tendría que ser construida por todos con cierto realismo.

Cuando hablo de realismo me refiero a una política de ingresos y no sólo a una política de egresos: todos tenemos buenas ideas para gastar pero nunca para cobrar impuestos. Cuando hablo de realismo también pienso que todos quisiéramos una ciudad sin grandes construcciones, pero el sector inmobiliario es uno de los principales motores económicos, y en algún lado viviremos, consumiremos y trabajaremos en el futuro, por tanto necesitamos que el crecimiento urbano y el reciclamiento del suelo formen parte de nuestra vida cotidiana en forma armónica.

Entonces, de haber un Efecto Biden en la Ciudad de México, éste tendría que sacarnos de la inercia de confrontación en la que hemos vivido de forma creciente los últimos años, incluso desde antes de imaginar a Donald Trump como presidente de Estados Unidos; y empezar a encontrar un proyecto de desarrollo de esta ciudad, mucho más centrado en valores como la preservación del medio ambiente, la superación de la pobreza, la cobertura universal de salud, las oportunidades de empleo, la reducción de la violencia y la convivencia social.

La oportunidad que veo en este momento para la ciudad hacia el futuro es aprovechar el Efecto Biden y empezar a pensar la Ciudad de México de otra manera.