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Echando a los remeros por la borda

La falta de brújula con la que este gobierno está recortando y reasignando los recursos públicos hacen que estemos tomando ruta hacia el puerto equivocado. | Leonardo Martínez

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Escrito en OPINIÓN el

La semana pasada Alfonso Romo, jefe de la oficina de la presidencia, dijo en una reunión de la Cámara Americana de Comercio (AmCham) que el gabinete del presidente López recibió la orden de analizar un nuevo recorte presupuestal con el objetivo de no incurrir en un déficit fiscal.

Varias notas de prensa resaltaron algunos de los comentarios que Romo expuso en su intervención, como los que hizo para recomendar a los empresarios creerle al mandatario federal porque "…lo que dice, lo hace. Lo de pasar de una austeridad republicana a una pobreza franciscana, no lo duden. En las últimas dos semanas nos han pedido más recortes".

Durante su ponencia, también sostuvo que "…el problema de recortar tanto es que yo veo a las secretarías agobiadas, por eso las defiendo, porque les quitaron una gran parte del presupuesto y de la gente. Tenemos una inercia que no podemos cortar y no queremos paralizar, pero de que hay una determinación a no incurrir en un déficit fiscal, no tengan duda. El presidente primero hace otras cosas que no cumplir este mandato, para bien o para mal. Ya veremos después cómo corregirlo, pero hoy no. Y como vemos que se puede bajar, por eso nos están pidiendo otro recorte".

Y en las entrevistas posteriores, Romo aclaró: "No nos dijeron de cuánto porque queremos ser muy responsables fiscalmente… será en todas las secretarías".

El propósito de esta entrega no es analizar las contradicciones de Romo (que son muchas, por ejemplo, primero afirma que las secretarías ya están agobiadas, que traen una inercia que no pueden cortar y después dice que el déficit se puede bajar quitándoles recursos, es decir, agobiándolas más y cortando la inercia que dice que no pueden cortar) sino comentar la visión de fondo que anima esta política “fiscalmente responsable”.

Veo en primera instancia que la génesis de políticas públicas de este gobierno sigue compartiendo un problema común con la forma tradicional de elaborar la mayoría de los planes y programas gubernamentales en México: se empieza por crear una imagen objetivo que subyugue a los beneficiarios potenciales y después se acomodan las estrategias, las medidas, los recursos, los tiempos y las acciones para dar la impresión de que así se cumplirá con las metas y los objetivos. Evidentemente lo que suele suceder es que no se cumpla ni lo uno ni lo otro.

Sobra decir que en países más serios, en los que no se aplica la máxima mexicana del borrón y cuenta nueva al inicio de cada ejercicio gubernamental, los objetivos y las metas no son determinadas al gusto o al capricho del jefe sino que son el resultado de procesos de planeación y programación que son técnica y temporalmente viables, y que disponen de los recursos necesarios para ser aplicados a lo largo de horizontes de largo plazo.

En contraste con lo anterior, en México el gobierno sigue prometiendo la inminente llegada al paraíso terrenal (bueno, al menos de la parte no fifí de la población) usando imágenes tomadas de un imaginario que, valga la redundancia, está mucho muy alejado de la realidad. Pero lo peor del caso es que las maneras mediante las que el gobierno pretende alcanzar esa imagen objetivo son las indicadas para gestar, tarde o temprano, un fenómeno de autosabotaje.

La cancelación de proyectos altamente rentables para el país en el largo plazo (como el NAICM), la eliminación de reformas como la energética, los recortes presupuestales aplicados tábula rasa (sin considerar seriamente criterios de eficiencia económica, institucional o social) y la asignación de enormes cantidades de recursos a proyectos con valor presente deficitario (como la refinería Dos Bocas, el aeropuerto de Santa Lucía y el Tren Maya) son factores que se combinan para generar una reducción futura de ingresos públicos y mucho mayores presiones sobre el gasto público, todo lo cual relativiza la importancia y el afán de no incurrir en déficit fiscal. En este marco la responsabilidad fiscal que presume Romo se diluye completamente.

Resulta penoso pero visto en perspectiva, el desaseo y la falta de brújula con la que este gobierno está recortando y reasignando los recursos públicos hacen que estemos tomando ruta hacia el puerto equivocado. Y en su afán por llegar a toda prisa, no se han dado cuenta que muchas de las decisiones que han estado tomando equivalen a echar a los remeros por la borda. Así, ¿cómo?

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