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Dos años sin oposición

Se requiere de una mejor oposición y contrapesos sólidos. | Agustín Castilla

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Escrito en OPINIÓN el

Al cumplirse los primeros dos años de gobierno del presidente López Obrador, llama la atención que mantenga altos niveles de popularidad que, si bien son similares a los que tenía Felipe Calderón con 64% de acuerdo a la encuesta de El Financiero Bloomberg, en ese entonces el país no atravesaba una severa crisis de salud, económica y de inseguridad como la actual.

La popularidad del presidente se ha intentado explicar con base en su habilidad en el manejo de los símbolos y la identificación de un amplio segmento de la población que lo percibe como alguien cercano, el dominio del espacio público mediante sus conferencias mañaneras, en el reparto de dinero en efectivo a través de los programas sociales, e incluso es muy probable que la pandemia por covid-19 haya contribuido a diluir la responsabilidad gubernamental pues un segmento importante de la población considera que los malos resultados son atribuibles a este fenómeno mundial.

Pero sin duda otro factor que ha influido, es que en estos dos años López Obrador prácticamente no ha tenido oposición, no sólo porque Morena junto con los demás partidos que impulsaron su candidatura cuentan con amplia mayoría en ambas cámaras del Congreso, sino porque los demás partidos (PAN, PRI, PRD, MC) no han logrado sobreponerse a la derrota sufrida en 2018, y hoy se han convertido en una oposición marginal, sin credibilidad, ni propuesta.

El problema va mucho más allá de un asunto numérico, pues en varios momentos y a pesar de su minoría, la oposición perdía las votaciones pero ganaba los debates y colocaba temas importantes en la discusión pública. Un ejemplo de ello lo representó Acción Nacional por muchos años antes de que accediera al poder, o Porfirio Muñoz Ledo, quien, en 1988, tras la cuestionada elección de salinas de Gortari, confrontaba casi en solitario a la mayoría priísta en el Senado.

Tampoco se trata únicamente de una cuestión de comunicación o estrategia como algunos sugieren, pues hay mucho más de fondo. Son muy escasas las voces -quizá por temor de provocar la reacción del grupo en el poder-, y menos aún las que logran tener algún eco. En todo este tiempo no han podido plantear una agenda, construir propuestas, articular un discurso atractivo que responda a las preocupaciones de la gente, quedándose en la mera crítica reactiva. Nomás no pueden conectar con la gente, no logran comprender el sentir popular -quizá ni siquiera lo intentan-.

Por increíble que parezca, no le han hablado a las clases medias que están en riesgo de engrosar las filas de la pobreza, al personal de salud que se juega la vida sin las condiciones y protección adecuadas, a quienes han perdido su empleo tanto en la iniciativa privada como en el sector público, a los jóvenes cuyo futuro es muy incierto, y más bien generan la percepción de que su oferta es regresar al pasado reciente bajo el pobre argumento de que “estábamos mejor que ahora”.

Los partidos de oposición han incurrido en una grave omisión al no realizar un indispensable ejercicio de autocrítica y reconocer claramente los errores y excesos que se cometieron, así como por las inaceptables condiciones de inseguridad, desigualdad social y discriminación imperantes -por citar sólo algunas-, y detonar una discusión seria sobre las alternativas para buscar soluciones viables.

Lo cierto es que no han sido capaces de reinventarse y su principal estrategia son las alianzas electorales que por sí solas constituyen una apuesta muy limitada, sobre todo si no logran explicar convincentemente el sentido de las mismas, no se hace un minucioso análisis caso por caso antes de llegar a acuerdos, no presentan una oferta política distinta con nuevas figuras, y en cambio optan por postular a los personajes de siempre pertenecientes al establishment -que pueden tener mucho peso al interior de sus partidos pero poco representan para la ciudadanía- o a personajes cuestionados, es probable que lejos de sumar, resten tal y como ocurrió en las pasadas elecciones federales en las que, si acaso contaron con el apoyo de las estructuras partidistas, pero buena parte de la militancia y simpatizantes no votaron por muchas de las candidaturas que postularon. Ojalá no se tropiecen con la misma piedra, pues se requiere de una mejor oposición y contrapesos sólidos.