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Dioses

Las estelas, inscripciones y códices precolombinos narran (mejor sería decir los historiadores o la historiografía) que Huitzilopochtli fue hijo de la Cuatlicue. Se trató de un parto diferente y singular, porque el vástago nació convertido en guerrero para dar muerte a sus hermanos en pleno alumbramiento

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Escrito en OPINIÓN el

La gestación de Huitzilopochtli se asemeja a la de Jesús de Nazaret: el soplo divino. Mientras la Cuatlicue barría un templo en Teotihuacán (lugar de los dioses), del cielo cayó una esfera de plumas color turquesa y, al recogerla, la diosa de la tierra quedó fecundada. Los hijos de la Cuatlicue, sospechosos del adulterio prohibido de su madre, decidieron cometer un acto matricida.

La diosa al darse cuenta que su progenie quería ultimar su vida, huyó al cerro de Coatepec a refugiarse. Sin embargo, sus hijos, los 400 indios Centzo Huitznahua liderados por su hermana la Coyolxauxqui, la encontraron para matarla por cometer el pecado tan indigno. En el momento justo, Huitzilopochtli nació ataviado con sus armas y, en defensa de su madre, logró asesinar a todos ellos.

La famosa representación de la hermana Coyolxauxqui, labrada en piedra, demuestra la violencia del fratricidio. Su hermano Huitzilopochtli no sólo la mató, sino que la descuartizó, como para no dejar duda del acto deshonroso que pretendía acometer.

El nacimiento de Jesucristo, en cambio, no fue violento en sí mismo, sino que la violencia vino de fuera. Herodes I rey de Judea enterado del  advenimiento del mesías y al desconocer su paradero, mandó a sacrificar a todo aquel varón de dos años, o menos. Lo que, como la historia narra, no logró conseguir. La muerte final de Jesús fue ejecutada por su hijo, Herodes Antipas junto con Poncio Pilatos (el hijo concluye la tarea del padre).

María la madre de Jesús, cuentan los evangelios, tuvo una gestación similar a la de la Cuatlicue. Sólo que en este caso fue el espíritu santo, teniendo como emisario de la divina concepción al arcángel Gabriel. José, el Pater Putatibus (de ahí el sobrenombre de Pepe a los José), no tomó la noticia tan mal como la Coyolxauxqui, pero sin lugar a dudas pensó en repudiar a María por adúltera.

Al final, José no descuartizó a María, sino que ya en estado culmen de gravidez, la llevó a empadronarse a Nazaret y, de ahí, surge la peregrinación que tan idílicamente termina con el nacimiento de Jesús en un pesebre, custodiado por los reyes magos.

Eventos similares como: el soplo divino, la duda sobre la honradez de la madre, el nacimiento ejemplar y la muerte circundan a Jesús de Nazaret y a Huitzilopochtli.

También Poseidón, el dios del mar de los helénicos, quien no fue gestado mediante el soplo divino, tuvo un alumbramiento violento. Su padre Cronos lo quiso devorar (o lo devoró) al nacer. Sólo que en este caso –como la fuerza de Huitzilopochtli o la suerte y circunstancia de Jesús al peregrinar–, Zeus lo rescató de las fauces del progenitor mortífero.

Dioses en la historia de la humanidad hay miles. Ahora el Olimpo ecuménico y universal, se encuentra semi-desierto, con pocos dioses rondando sus habitaciones. Antes, en cambio, existían dioses para todo.

Mircea Eliade en su libro, El Mito del Eterno Retorno, prefigura una antropología de cosmovisiones y creencias, en donde el hombre y su naturaleza es la misma en el transcurrir del tiempo. Tenemos ritos de iniciación, de confirmación, de virilidad y feminidad, de enlace y de muerte. Siguen existiendo sacerdotes y personas cuya profesión es lo divino, que conocen la palabra de los dioses, como en los oráculos de las antiguas metrópolis.

Ya no tememos al trueno o a las tormentas, porque conocemos su origen científico y natural. Sin embargo, tememos a los dioses que amenazan con la eternidad oscura y en silencio. El temor en occidente, es un elemento que envuelve a las creencias, que legitima a quien conoce la palabra divina.

Los dioses transcurren en el tiempo. Algunos pierden popularidad, para ceder el estrellato a nuevas figuras que reivindican las creencias en una vida con sentido. Tal vez Poseidón (como dice el escritor Cees Nooteboom) o Huitzilopochtli, siguen rondando en los pasillos del Olimpo en espera de alguien que crea en sus poderes y tal vez algún día regresarán al imaginario colectivo, prometiendo nuevas bendiciones.

Quizás en un futuro próximo, cuando el agua en el planeta esté por acabarse, recemos de nuevo a Tlaloc por sus lágrimas, o ante la nube de carbono, imploremos a Ra (dios del sol de los egipcios) que haga brillar con más intensidad sus rayos para evitar el invierno radioactivo.

La creencia pues, siempre ha estado en la esencia del hombre al grado que, por miedo o esperanza, es parte de nuestra naturaleza misma. Sólo los muy arrojados se atreven a no creer en nada, o cuando menos eso dicen.

@gstagle