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Días de Futbol y de nostalgias

El equipo mexicano jugó muy bien. Enloqueció a muchos que querían –queríamos- que México fuera campeón del mundo.

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Escrito en OPINIÓN el

Primero la pelota era de trapo, que es decir, de trapos viejos envueltos y hechos en forma de pelota a la que pateábamos furiosos en campos de estadios  imaginarios hechos de terracería y en los que las porterías de cada lado estaban marcadas por piedras que indicaban sus límites.

Los jugadores no teníamos uniformes de jugadores. La ropa era la de la escuela, la que había que llegar y colgar, para el otro día. No teníamos zapatos con tacos, como los que usaban –usan- los futbolistas; eran los que teníamos aunque estábamos advertidos de que había que cuidarlos porque no era cosa de estrenar cuando no había para la novedad en el frente.

Los equipos se organizaban con los niños de la clase. La mayoría de más o menos la misma edad y a veces de la misma estatura. El juego era casi todos los días, o casi, al salir al medio día de las clases y se nos hacía largo el tiempo para salir corriendo y echarse una cascarita al aire en donde el triunfo de uno de los quipos era lo importante:

No había premios, no había regalos, no había medallas: era el juego de juegos: sano, feliz, incontrolable, alegre. No nos dábamos cuenta de que cada día, uno a uno, aquellos minutos se nos impregnaban en la piel y en el recuerdo de momentos irrepetibles…

Los de una infancia despreocupada, feliz, de camaradería, de risas locas y luego el manjar: tortas frijoles refritos o de queso de puerco y una Lulú Roja, mientras comentábamos detalles del juego…

Hoy sé que la vida no se repite. Sigue. Avanza. Fatalmente nos da lecciones de vuelos y aterrizajes, de cosquillas en las costillas o raspones en las rodillas: Acaso todo lo demás sean nostalgias y el sabor interminable de la Lulú roja en la boca. Todo bien: sin novedad en el frente.

Crecimos y cada uno agarró camino. Unos se hicieron ‘profesionistas’, otros técnicos o empleados de gobierno; algunos siguieron con las labores del campo o los que se hicieron de algún oficio. A uno que no se le daba el dos más dos le auguraron que, de seguir así, terminaría en periodista.  

Todos dejamos de ser niños como si la infancia hubiera sido apenas un suspiro; el abrir y cerrar de ojos: un sueño que contiene sueños: “y lo sueños, sueños son”. Luego la pelota pasó a ser de plástico: rebotaba y era más fácil de hacer el “chute” a gol…

Y así la vida, y como en película de Juan Orol, las hojas del calendario se fueron rápidamente. De grandes jugadores de fut pasamos a ser espectadores: cada uno por su lado y en la nueva vida.

Vimos que había mejores jugadores que nosotros y que a éstos les pagaban y se hacían famosos. Se transmitían los partidos los domingos al medio día por la radio. Era un ejercicio de crónica y de imaginación.

Luego la tele. Primero en blanco y negro. Los futbolistas tenían que usar colores muy contrastados para identificar cuál era de cada equipo. Y luego la tele a color. Y los futbolistas se convirtieron en  estrellas del firmamento deportivo con juegos de campeonato y supimos ¡oh sorpresa! que el futbol también es negocio: que hay compra y venta de jugadores y que todos se hacen ricos ahí. No importa. El juego es el juego: y, decía José Alameda: “Esto no termina hasta que termina” o “el último minuto también tiene sesenta segundos”…

Y luego, bueno, pues ya se sabe: los mundiales de futbol en los que los equipos mexicanos, impulsados por la emoción del juego y por la intención de los patrocinadores comerciales se convirtió en espectáculo y locura.  ¿Antes no era espectáculo? Sí. Lo era; pero había también ilusión-emoción-pasión-y orgullo: pero sin anuncios comerciales. Como espectadores no éramos objeto de adquisición: éramos espectadores, sin enganche y sin fiador. Estábamos en cada jugador, en cada jugada, en cada tiro a gol, en cada penalti y en cada éxito del portero: no había Cielito Lindo institucional.

No: No todo pasado fue mejor. Los niños de hoy recordarán estos días con alegría: En la medida de su ilusión. Y es bueno el futbol ahora. Está depurado. Los jugadores tienen mejores técnicas. Los juegos son espectáculo para espectadores que son abiertos en canal, para venderles todo, hasta la inspiración. Y todos gritan lo que su anonimato les permite. Aunque se armen debates inútiles por palabritas-palabrotas.

El equipo mexicano jugó muy bien. Enloqueció a muchos que querían –queríamos- que México fuera campeón del mundo y que pusiera la corona de la victoria en cada una de nuestras cabezas para salir con ella por todo el mundo para demostrar que los mexicanos “¡sí podemos!” –aunque este grito sea, en sí mismo, un grito de impotencia…

Los muchachos hicieron lo que pudieron. Los espectadores soñamos un buen rato. Los comerciantes llenaron las arcas: es ‘el juego que todos jugamos’.

Ahora sigue la chinga. Sigue el trabajo. Siguen las responsabilidades adquiridas. Ahora sigue que volvamos la vista a lo terrenal para construir y para dilucidar, para corregir y criticar: como cuando el equipo mexicano iba hacia el gane… Ganamos si exigimos en todos los aspectos de nuestra vida individual y colectiva… 

Y a modo de nostalgia –sí, y qué-, vemos los juegos de fut bol y nos vemos ahí: en ese gran estadio brasileño, con nuestra pelota de trapo, entierrados, jugando como campeones, como los mejores, gritando y corriendo, anotando y ganando la torta de frijoles refritos, de queso de puerco y la maravillosa e insuperable Lulú Roja.

 

@joelhsantiago