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¿Diálogo democrático?

El diálogo político es más efectivo cuando está respaldado con recursos reales de poder. | José Antonio Sosa Plata

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Escrito en OPINIÓN el

El diálogo entre el Gobierno de México y la bancada del PAN del Poder Legislativo parece avanzar. Sin embargo, lo más probable es que este ejercicio democrático no arroje beneficios importantes para el país. La razón es sencilla: el presidente Andrés Manuel López Obrador se mantendrá firme en sus decisiones. Además, hará todo lo posible para que Morena mantenga su hegemonía durante los próximos años.

Dialogar es un acto democrático. Por lo mismo, es un relación de poder. Siguiendo la pauta de Jürgen Habermmas, en su “Teoría de la acción comunicativa”, el diálogo casi nunca es una comunicación libre de dominio. Cuando intercambiamos ideas existe la intención de influir en nuestros interlocutores. Casi siempre queremos provocar un cambio en su forma de pensar, expresarse o proceder, aún cuando solo estemos dando información.

En un sistema democrático el diálogo facilita el acuerdo, la acción compartida y en ocasiones la corresponsabilidad. Lo bueno es que el sistema de equilibrios y contrapesos favorece el cumplimiento de dichos objetivos. Lo malo es que cuando el poder de quien gobierna es excesivo, el diálogo se puede convertir en demagogia o retórica. En estas circunstancias, en nuestro país no están dadas las condiciones para pretender en las altas esferas del poder una fórmula relevante de ganar-ganar.

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En la mayoría de los casos, el conflicto reduce las posibilidades de diálogo. En circunstancias específicas, éste es la mejor opción para promoverlo. Pero siempre tiene mayores posibilidades de éxito quien cuenta con la capacidad de someter al otro. El buen líder lo sabe y debe estar preparado para imponerse. De igual forma debe generar la percepción de que se compatibilizan los intereses en juego y que se privilegia la coexistencia pacífica.

Desde esta perspectiva, el diálogo es fuente de legitimación. Legitima a las autoridades y a quienes no están de acuerdo con ellas, ya sean partidos, empresas, organizaciones sociales o cualquier otro poder. Pero nadie está obligado a ir contra sus intereses, siempre y cuando se ajuste a la ley y tenga un código de ética. Por eso, antes de dialogar es indispensable conocer las fortalezas, debilidades, amenazas y áreas de oportunidad de los interlocutores.

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El diálogo político es una de las principales herramientas para las estrategias de comunicación política. La base sobre la que se tienen que elaborar las ideas centrales, argumentos y narrativas debe analizar, casi siempre, las condiciones de desigualdad y el tipo de conflicto que se está enfrentando. Hay que estar conscientes de las capacidades mayores que se otorgan a quienes representan a las mayorías. Y asumir al mismo tiempo que las minorías también cuentan.

Sin embargo, ganar tiempo, distraer, desgastar, presionar al adversario o desviar la atención de las audiencias son algunas de las ventajas que tiene dialogar desde una posición de fuerza. En contraste, el llamado al diálogo de un interlocutor débil conviene si se pretende exhibir al contrario por haber cometido algún error, o cuando se quiere mostrar la cerrazón o intransigencia. En cualquier situación, lo importante es estar preparado para las reacciones a partir de un detallado análisis de riesgos.

Consulta: Mirna Ángela Cuentas y Analí Linares Méndez (Compiladoras). Guía práctica de diálogo democrático. Guatemala: Organización de los Estados Americanos, PNUD, 2013.

Aún más. Las acciones de comunicación política que tengan un proceso de diálogo como eje, no pueden incurrir en los errores que se están cometiendo desde hace varios años: “debates" en los que predominan los monólogos, ataques y descalificaciones; sesiones en las cámaras de Diputados y Senadores, donde predominan las posiciones intransigentes de la mayoría y las agresiones de quienes están en posición de desventaja, muy lejos del verdadero diálogo constructivo, respetuoso y civilizado al que están obligados; mesas de “diálogo” públicas que sirven para ganar tiempo e incumplir los acuerdos tomados; entrevistas o conferencias de medios en las que se evita responder lo que preguntan las y los comunicadores.

Para que el diálogo democrático sea efectivo, transformador y productivo, existen diversas técnicas, tanto para el espacio privado como el público. La experiencia profesional ha demostrado el alto valor que tienen los entrenamientos de personajes públicos para sus reuniones presenciales, públicas, de negociación y mediáticas. El objetivo principal de la capacitación es facilitar y potenciar su capacidad para argumentar y cumplir objetivos, a partir de un diagnóstico preciso de la posición de poder que ocupan.

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El entrenamiento adecuado mejora y potencia la calidad argumental en sus distintas modalidades. Desde una reunión informal hasta una entrevista mediática. Desde una negociación hasta un debate. La presentación y defensa de las ideas es importante, pero lo es más cuando los objetivos están bien definidos y se hace el cálculo preciso de los costos y beneficios que el mecanismo de diálogo establecido puede arrojar. 

El respeto y el entendimiento mutuo parecen indispensables cuando se decide el intercambio de ideas. Pero como el diálogo no es ajeno al conflicto, pretender la autenticidad, el acuerdo o el consenso no siempre resultan ser los propósitos más viables. En consecuencia, en el diálogo democrático no debería existir espacio para la ingenuidad. El poder no se cede ni se comparte. En consecuencia, solo sobreviven los más fuertes.

Recomendación editorial: Steven Levitsky y Daniel Ziblatt. Cómo mueren las democracias. Barcelona: Editorial Ariel, 2018.