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Devoción al automóvil

El caso más extremo (o ridículo) lo ejemplifica #LordAudi.

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Escrito en OPINIÓN el

¿Alguien recuerda los aciagos meses de contingencias ambientales? Sucedieron apenas unas semanas atrás. El tema acaparó la agenda pública. Surgieron espontáneamente centenares de especialistas en los muros de Facebook y en los estudios de televisión. De todo ello, ni su rastro queda. Por decreto oficial la contaminación atmosférica de las ciudades desapareció. Como toda moda se difuminó. Y sin embargo, la nata de esmog ahí sigue. Lo puede constatar cualquiera que levante la mirada o cometa el involuntario acto de respirar. 

 

Dejó de ser un tema central justo en el momento en que se levantaron las restricciones extraordinarias a la circulación de los automóviles. Esto me hace suponer que la verdadera preocupación de la opinión pública no era la crisis medioambiental, sino el doble Hoy No Circula. Aquellos que por unos meses fueron feroces antiestatistas, ahora vuelven a circular satisfechos de lunes a domingo en sus carros, como reyes de una congestión vial.

 

Las contingencias no mermaron la devoción de nuestra sociedad al automóvil. Este seguirá siendo un objeto de culto mientras pensemos que confiere estatus y no lo concibamos simplemente como lo que es: una máquina de combustión que desplaza a sus tripulantes de un lugar a otro.

 

El caso más extremo (o ridículo) lo ejemplifica #LordAudi. Se hizo acreedor a ese título nobiliario al adjudicarse el privilegio de circular en un carril de uso exclusivo para el transporte público y las bicicletas. Este lord exige que los ciclistas abran paso al rugir de su motor. Como ello no ocurrió, ejerció su imponderable derecho de aventarle la lámina a un ciclista y, por qué no, de atropellarlo. Total, para él no pasa de un rayón. Nada que no se resuelva con polish.

 

La frase –esto es México, capta goey– que luego le espeta a un policía, encierra toda una visión de la sociedad y del lugar que a cada quien le corresponde. Traducido del dialecto mirrey al español, quiere decir algo así como “tú, asalariado de uniforme, no eres autoridad, mientras que mis conectes y mi Audi son un pasaporte para que yo pueda saltarme la ley y hacer lo que me venga en gana”.

 

Permítanme retomar el famoso modelo de la tragedia de los comunes que Garret Hardin ya había esbozado en 1968. Creo que puede aportar claves para comprender lo que está pasando en las calles y los vientos de nuestras ciudades: 

  

Imaginemos un pastizal cuyo uso es compartido por múltiples pastores para alimentar a su ganado. Al paso del tiempo los pastores observan que queda suficiente pasto no consumido como para alimentar aún a más animales y por lo tanto, maximizar sus utilidades individuales. Comienzan a hacerlo, pero llega el punto en que debido al incremento de ganado, el pastizal queda sobreexplotado, pues su capacidad para proveer suficiente alimento para tantos animales es sobrepasada. El desenlace es que todos los animales mueren.

 

La tragedia de los comunes demuestra que si todos actuáramos como #LordAudi para satisfacer nuestros intereses egoístas e inmediatos sin pensar en los demás, el resultado sería catastrófico. En cambio, el ciclista al que atropelló estaba colaborando con la colectividad, pues su medio de transporte libera espacio vial y no contamina. La colisión de #LordAudi con el ciclista no fue sólo física, sino de dos visiones antagónicas de mundo.

 

Vivimos en ciudades en las que los recursos y el espacio son escasos. Peor aún, son finitos, lo cual en muchos casos implica que lo que tienen unos es a costa de lo que le falta a los otros. Por eso necesitamos establecer reglas de convivencia y respetarlas. Estamos condenados a vivir juntos, aglomerados, y por lo tanto tenemos que ponernos de acuerdo.

 

Un punto de partida es replantear ese viejo dicho económico según el cual la suma de egoísmos individuales trae como resultado el bien común. En realidad lo que dicha suma genera son congestiones viales y contingencias ambientales.

 

@EncinasN 

@OpinionLSR