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OPINIÓN

Descorche

La salida potencial de un contendiente formalmente derrotado cambiaría las perspectivas para la definición de candidaturas desde los partidos opositores.

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No deja de ser ingeniosa, aunque poco respetuosa, la definición de los pretendientes a la candidatura presidencial del partido gobernante como “corcholatas”. Eso devuelve de inmediato a esa añeja, pero rediviva versión de la sucesión como un juego de destape a cargo de un líder con el poder decisorio. Y eso pareciera que será, al margen de que el procedimiento se enmascare mediante a un mecanismo de consulta por encuesta, cuyas características, neutralidad y temporalidad estarán en cuestionamiento.

La competencia en la mayoría

Del lado de la coalición gobernante, es de esperarse que la resolución se anticipe a los tiempos legales. De hecho, la precampaña se ha abierto, aunque no se asuma con ese nombre para esconder las actividades proselitistas que se realicen de una normatividad coja que difícilmente puede detener el deambular de quienes son pretendientes a la silla. Y en esa competencia no todos son iguales, pues hay aspirantes con auténtica capacidad de concitar respaldos relevantes y otros que son mero relleno. Los primeros se enfrascarán pronto, o ya se han enfrascado, en una disputa sin cuartel de la que habrá alguien que gane la ansiada posición y alguien que pudiera obtener un premio de consolación, si se pretende mantener la cohesión del grupo. Los segundos están condenados al olvido y quizá pudieran negociar posiciones que les compensen por el esfuerzo y que impida en algunos casos su salida, lo que no es irrelevante: piénsese en la Ciudad de México como carta de cambio.

La competencia en la oposición

Dada la cantidad de puestos a elegirse en 2024 es muy factible que se abran las puertas a negociaciones interesantes en el seno de la coalición que hoy día detenta la mayoría: ejecutivos locales o asientos de liderazgo legislativo, por ejemplo. Pero eventualmente la tentación de correr en la contienda pudiera animar a alguien a desprenderse del bloque mayoritario y buscar un respaldo de alguna organización opositora y, por qué no, incitar una alianza que le respalde. Esa opción, es claro, no es para todas las personas que contenderán desde la vertiente guinda, pero sí para algunos.

La salida potencial de un contendiente formalmente derrotado, pero que acuse defraudación en el proceso de selección morenista, cambiará las perspectivas para la definición de candidaturas desde los partidos opositores. Todo hace suponer que los tres aliados recientes irán de la mano con una única propuesta y buscarán sumar a una cuarta fuerza, por las buenas y por la crítica ácida, para lograr un frente más amplio, lo que por lo pronto no es ya no se diga seguro, sino ni siquiera probable, a menos que en conjunto decidan respaldar a un exiliado de las filas gobernantes. De lo contrario, será de esperarse que existan dos candidaturas ajenas a la alianza mayor: una respaldada por una coalición opositora, que pareciera pretender ocultar por un tiempo quién podría ser su abanderado, para evitar el desgaste y la burla desde Palacio; y otra en apariencia sin posibilidades de triunfo, pero que pudiera ser encabezada por un caballo negro y otorgarle a esa franquicia una posición política idónea, al convertirle en el fiel de la balanza en el legislativo. Desde luego, salidas del polo en el poder bien pudieran derivar en corrimientos de partidos de la coalición gobernante a una opositora, por lo que habrá mucho que ver todavía, pues es muy poco lo que está escrito en piedra.