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Denisse y Sabina: entre la polarización y el debate

La definición de lo que es izquierda hoy es algo bastante difuso. | Teresa Incháustegui Romero

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Escrito en OPINIÓN el

No por casualidad han sido dos portensosas inteligencias y talantes femeninos, que participan en el espacio de Aristegui Noticias, quienes han puesto en blanco y negro, los linderos de la polarización política, ideológica y emocional que vive en país en estos momentos.  Por un lado, Denise Dresser, politóloga, formada en los cánones académicos del análisis comparativo de gobiernos y políticas, largamente prestigiada como una de las periodistas más críticas de los gobiernos priístas. Por otro,  Sabina Berman, dramaturga talentosísima, de amplia cultura, muy informada, que a partir de su intuición escenográfica para manejar y distinguir el drama, de la farsa y la tragedia, logra poner en imágenes y frases muy gráficas y sencillas, las situaciones y personajes de esta trama a veces cómica, a veces de sainetes, auto sacramentales, comedias, vodeviles, operetas o dramas, que día a día nos exhiben los personajes de poder y de los poderes, en este país dolido y vejado largamente por estos poderosos y poderes.

El punto de partida reconocido por ambas es el clima social de polarización ya documentado por diversos estudios realizados en torno al talante de la “discusión” en las redes sociales. Clima que ha trasuntado en discusiones y pleitos familiares, distanciamiento de viejos amigos y/o compañeros de trabajo, coasociados de clubes, entre vecinos, fiestas y reuniones que terminan en insultos o, reuniones de zoom que acaban en desconectes abruptos etc. De modo que hoy, en el México de la pandemia, para muchas y muchos de nosotros, la mejor manera de mantener a las y los amigos y familiares es evitando estas discusiones y abordar el estado del clima, las gracias de los hijos, nietos o, mascotas; cuando no postear música, compartir recetas de cocina y recomendarse series o películas de Netflix, AppleTv o lo que sea.

Los términos en esta polarización colocados por estas dos prestigiadas analistas sintetizan de manera muy clara los polos que marcan la vocinglería pública, que no debate, que escuchamos y leemos en los medios tradicionales o en las redes sociales, por lo que es conveniente colocarlo aquí. 

Según Dresser, la polarización que vivimos la ha provocado la 4T encabezada por el propio mandatario en sus conferencias mañaneras, donde se ha permitido proferir toda clase de epítetos denigrantes en contra de sus críticos y opositores. En lugar de sumar y convocar, el titular del Ejecutivo ha restado y polarizado. Ha impuesto su opinión sobre la de todos, ha establecido un gobierno unipersonal; ha limitado libertades, ha desdeñado al saber, a los técnicos y los científicos; ha erigido un gobierno de ocurrencias e improvisados. En consecuencia, está llevando el país en una dirección “que no es buena”, con mayor desigualdad, menor crecimiento económico, menos derechos ciudadanos. El presidente está reconcentrando el poder en sí mismo: ataca sistemáticamente a quienes lo critican, colocándolos como enemigos de su proyecto, debilitando a las instituciones democráticas en lugar de fortalecerlas, “afectando la calidad de la democracia”. Su lenguaje populachero plagado de términos y tropos insultantes corroe las posibilidades de unidad o, concertación cuando más se necesitan. Su gobierno es totalmente incoherente con lo que ofreció, no es de izquierda, no es progresista, no es modernizador, va en contra del interés de los ciudadanos y de las mujeres, además de haber militarizado al país como nadie. En el fondo es un neoliberal porque ha reducido al estado, incluso lo está desmantelando; no quiere aumentar impuestos o adoptar un esquema fiscal progresivo. No está reduciendo la pobreza, sino todo lo contrario, la política de manejo de la crisis sanitaria ha sido desastrosa en muertes, contagiados y crisis económica y, su programa de transferencias no compensa la caída del empleo. El presidente es un representante popular que recibió el apoyo de quienes habían sido ignorados por muchas décadas, pero hoy por hoy el presidente encabeza un gobierno impopular.

Para Sabina, auto identificada como vocera de quienes encarnan una adhesión crítica a la 4T, el presidente sí está cambiando al país, aunque no sin tropiezos. Su camino ha sido coherente y congruente con lo que ofreció cuando decía que: “iba a cambiar el régimen. Por lo que en efecto las medidas tomadas han ido por la senda de “desmontar -desde la izquierda treinta años de neoliberalismo”. Su lucha contra la corrupción está desarticulando la estrecha trama de intereses de ese maridaje entre empresarios y políticos que terminó siendo resultado de treinta años del neoliberalismo de compadres que se armó en México. El gobierno está reconcentrado el poder en el Estado copado por intereses privados. Está redistribuyendo la riqueza concentrada en el 1% de la población, está reconstituyendo el poder público. Son estos intereses afectados los que han alimentado una oposición que “lo ataca en lo grande y en lo pequeño confundiendo los niveles y la relevancia de los temas”. Son éstos lo que han alimentado y animado la polarización, aunque la respuesta del mandatario ha “echado leña al fuego” cayendo en la provocación.

Los tropiezos reconocidos del gobierno, que ha dado muestras de escuchar, de cambiar, de retractarse, están en efecto -según Sabina- en los ataques del presidente a las instituciones que representan la “zona de poder de los ciudadanos”: el INE, el INAI, los fideicomisos para las culturas y las artes”. Zona de poder que han de defender y acreditar ejerciendo una crítica ciudadana, civilizada, remontando la patológica polarización que no lleva a ninguna parte buena. Pero de ahí a considerar que el gobierno es responsable de una crisis sanitaria y económica sin precedente.

Grosso modo, el debate entre dos avezadas analistas reseña con claridad los términos coloquiales de la discusión pública, aunque de fondo hay aspectos intocados, no tan visibles a vuelo de pájaro, pero que pueden contribuir a perfilar mejor la situación. Pero, como posteaba un crítico serio del régimen hace unos días: los mexicanos tenemos que mirar más hacia afuera, que estar mirándonos el ombligo.

Primero que no hay en ningún lugar del mundo una perspectiva de izquierda. La caída del bloque soviético y el triunfo del mercado de inicios de los noventa del siglo pasado, llevaron a la concentración de la riqueza planetaria en el 1% de la cúspide, sobre la base de desmantelar los derechos sociales y la zona de bienes y servicios ligada a los derechos sociales a cargos del Estado: se privatizaron la salud, la educación, la vivienda social, el agua, la energía, los servicios de transporte y de comunicación. Se debilitó a la pequeña propiedad de la tierra, las comunidades productoras regionales, a los pequeños negocios familiares. Se favoreció la formación de monopolios, la concentración de la propiedad de la tierra, el extractivismo, la apropiación de riquezas del suelo, de mantos acuíferos, de selvas, de bosques. Se impusieron los grandes monocultivos de trigo, soya, palma africana. Se acabó con la diversidad de animales, plantas, cultivos en todo el mundo.

El proyecto y las fuerzas políticas social democráticas fracasaron ante la fuerza de las políticas de mercado. Las únicas “izquierdas” que se han erigido son populistas y aunque han propiciado el refortalecimiento del Estado y la recuperación de la soberanía nacional sobre los recursos naturales y las pequeñas propiedades comunales o privadas, no han tenido mayores márgenes para redistribuir la riqueza que las transferencias monetarias directas a grupos de bajos ingresos. Hasta antes de la Pandemia de covid-19 ningún gobierno de izquierda o de centro, había planteado ensanchar las obligaciones del Estado en materia de salud, educación, alimentación, vivienda etc. La crisis puede ser un parteaguas en ese sentido y ya lo estamos comenzando a ver con las medidas que ha anunciado Macron en Francia, así como las que ha empezado a tomar Biden para contrarrestar la crisis del virus. 

En este sentido, la definición de lo que es izquierda hoy es algo bastante difuso. A lo mas que llegan las “izquierdas” actuales es a ostentar el sello del progresismo, cuestionable en muchas de sus propuestas, sobre todo a la luz de la crisis civilizatoria que vivimos hoy, en plena era de la zoonosis. Porque más allá de “lo políticamente correcto” en el sentido de sumar las demandas del feminismo de la igualdad con el reconocimiento al derecho al aborto, el lenguaje inclusivo o, a los derechos de la diversidad sexual, el progresismo sigue apostando a la hoy cuestionable idea de que el crecimiento económico, como línea ascenso a futuro puede sostenerse.

Tampoco son hoy incuestionables las supuestas verdades científicas o las recetas técnicas. Desde la bomba atómica sabemos que el conocimiento no es neutral y que la ciencia ha sido colonizada por los intereses de empresas e imperios. Sabemos que las técnicas no son tampoco neutras, que toda técnica tiene detrás una decisión política. Por eso es indefendible la idea de que los científicos y técnicos son apolíticos, o que las comunidades institucionalizadas, profesionalizadas, están libres de intereses económicos o políticos. El mismo caso de la Pandemia pone hoy a mirar, las soluciones técnicas, médicas, logísticas, con las que la OMS ha abordado la crisis sanitaria, el tema de las vacunas, del confinamiento individual, bajo el escrutinio de esa crítica.

Hay que reconocer que en la conversación pública que sostenemos en realidad no debatimos nada. Nuestro nivel discursivo no aborda lo sustantivo de los problemas que nos acosan. La crítica al gobierno no repasa los problemas estructurales e institucionales, no analiza las condiciones políticas y sociales en las que estamos. No se delibera sobre los errores cometidos y las soluciones fallidas heredades. Los medios, en los espacios que ejercen periodistas supuestamente prestigiosos se habla de los zapatos del presidente, se analiza y recuenta su lenguaje populachero y florido o, se rasgan las vestiduras por la desritualización de la figura presidencial.

Por ello en lo que hace a la “zona de poder ciudadano” que Sabina llama a defender, creo que hay que separar el grano del trigo. Si bien es cierto que debemos ensanchar los mecanismos ciudadanos, no podemos dejar de lado los indicios de partidización y vínculos con grupos empresariales en los procesos de elección de varios de los llamados órganos autónomos, que ciertamente no han sido pensados ni definidos como espacios de representación ciudadana, sino como ámbitos sustraídos a la deliberación pública de los órganos de representación popular.  Saskia Sassen ha mostrado claramente (Territorio, autoridad y derechos. Ed. Katz, 2010) como ha sido históricamente el propio poder legítimamente constituido el que ha preparado con regulación y derechos, el terreno social y económico para el capitalismo en sus diversas transformaciones. Así entre los siglos XIV a XVIII forjó el espacio para el capitalismo liberal y, en el XX, para el capitalismo democrático resultado de la posguerra y el mundo bipolar. Desde fines del siglo XX los propios estados con la desregulación, la privatización, la apertura económica, la financierización, el outsourcing, el fomento a la inversión etc., la creación de órganos autónomos, han creado la base estructural e institucional para el neoliberalismo que en cuarenta años ha sometido a la humanidad a la primera crisis planetaria de otras por venir.  Por eso debemos dejar de mirarnos el ombligo y comenzar a debatir en serio, con la mirada puesta al mundo, pero parados en nuestros propios pies.