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“Demasiado odio”, la más reciente novela de Sara Sefchovich

Es un libro muy honesto. Muy inquietante. Hecho sobre todo de observaciones y de preguntas. | María Teresa Priego

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Escrito en OPINIÓN el

En "Vivir la vida" (2007), Susana Martínez De Lara se queda atrapada en un vestido de novia que el reciente marido estaba supuesto a retirarle, pero no tiene tiempo: se duerme, trabaja, asiste a reuniones. Susana indaga mundos en una ciudad nueva con su vestido blanco (cada vez más grisáceo) y su tristeza a cuestas. El esposo es un fantasma cuyo cuerpo aparece a veces. Si se quitara ella misma el vestido, la mala suerte le caería para siempre. Entonces y por principio: espera.

Trece años más tarde, tras la publicación de ensayos como: "País de mentiras: la distancia entre el discurso y la realidad en la cultura mexicana", "¿Son mejores las mujeres?", "¡Atrévete!", "El cielo completo", Sara retomó el camino de la novela, y regresa con un título lleno de resonancias: "Demasiado amor" se publicó en 1990. Ahora, treinta años después de la irrupción de aquella Beatriz en nuestras vidas, Sara publica "Demasiado odio". La repetición en la novela es una constante. En la estructura, en el lenguaje. En los contenidos. Los personajes como seres alienados -en una sociedad alienada- buscando una ventana para escaparse. 

La Beatriz de "Demasiado amor" escribe un cuaderno para su sobrina del mismo nombre a la que vio una sola vez en su vida. La hija de la hermana que se fue a vivir el sueño italiano. La que sí -gracias a ella- lo logró. Pero el país desde el cual escribe es muy otro. Sembrado de angustia, amenazas, contaminación, extorsiones, cuernos de chivo, cadáveres. El reino de la violencia y el sin sentido. Porque el sin sentido es el telón de fondo de las preguntas que se respiran en cada página: ¿por qué la violencia? ¿es inevitable? ¿hay otras maneras de vivir? ¿cómo se logran? ¿de verdad lo estamos intentando?

Es decir: ¿la dictadura de la violencia interior y exterior puede transformarse? ¿qué la provoca? ¿a alguien le importa mientras no le toca? ¿habrá que resignarse simplemente a que te va a tocar? Beatriz da tumbos, como Susana Martínez, la vida la arrastra y no dice que no, porque casi da igual que decir sí. O, al contrario. Las cosas le suceden, se le imponen, la arrollan. Ella: "Me quedé callada. ¿Qué más podía hacer?" Esas situaciones absurdas en las que con frecuencia se encuentran algunos personajes de Sara. Su sobrina le regala un viaje a la playa y va a la playa, igual podía haber ido a Marte, si así se lo indican. Pero ninguna playa es como antes. Corre de una playa a la otra, pero ya no hay arena blanca, hay muertos, cobran derecho de piso y los plásticos flotan entre las olas como peces muertos. 

No tiene casa porque un delincuente se la confiscó. Harta de mares decide viajar a Morelia, pero se duerme en el autobús y despierta en Apatzingán de la Constitución. ¡Sea! Hace familia con doña Lore, la abuela, sus hijas y su hijo. "Y allí me quedé. Porque esas fueron sus órdenes". Alfonso, el hijo de doña Lore la viola y le dice que él es: "el mero mero". Beatriz solo escribe: "Me lo hizo saber y lo supe". Una de las frases que irrumpen y se repiten como una letanía a lo largo de la novela. Hay varias. Primero parecieran casi cómicas. Paulatinamente son más y más desgarradoras. Como taladros.

Pero todo cambia y el implacable Alfonso deja de ser amante y pasa a ser hijo adoptivo. Beatriz nunca había sido madre. "El Poncho se convirtió en el centro de mi existencia. Y en su periferia. En su cielo y en su tierra. En el todo y en las partes, en el arriba y en el abajo, en el medio y las orillas". Y recuerdo a otras personajas de Sara preguntándose: "¿por qué siempre vivir para los otros?" Pero también irrumpen -a todo lo largo- sus experiencias durante la investigación y las entrevistas para escribir "¡Atrévete!" y las vivencias de sus conversaciones con madres de toda la República, una vez el libro publicado.

¿Puede una madre atenuar la violencia interna de un hijo? ¿disiparla? ¿todas querrían hacerlo? Alfonso le dice: "hay madres que no se enojan. Al revés. Yo vi a una decirle a mi jefe que no uno sino dos de mis muchachos ya trabajan para usted y ahora le ofrezco a mi hija mire qué bonita es". Entran los "empistolados" a la casa y asesinan a la madre y al perico. Se llevan a las hermanas. La abuela dice: "Mi hija estaba feliz de que le trajeran dinero y regalos. Andaba presumiendo sus ropas nuevas su televisión enorme el refrigerador de dos puertas con congelador". 

Nadie cree que nadie pueda cambiar. Que nada pueda cambiar. "Me quedé callada", repite y repite  Beatriz. " ¿qué más podía hacer?" Y en una noche de insomnio Beatriz imagina que le dice a la abuela: "usted también es culpable, no se haga; imaginando que se lo decía a las mujeres que antes venían a ver la tele con doña Lore: ustedes son cómplices no se hagan, ustedes también son culpables no se hagan; imaginando que se lo decía al señor obispo... son tan malos como los malos". Cuando el hijo adoptivo es detenido en MacAllen, Beatriz va a salvarlo. Los tumbos regresan, pero ahora de una esquina a la otra del mundo. Y ya no sola sino a dos. 

En Boston madre e hijo realizan un atentado durante el maratón. Beatriz participa, sin saber por qué. Viajan a Londres, rentan un carro que arrojan sobre los paseantes. En Estambul el daño es en una sinagoga. En Japón en un tren. La violencia los persigue. O más bien, Alfonso sabe dónde encontrarla. Igual sucede en Madrid y en París. Hay momentos en que casi podrían soñar con instalarse, integrarse, armarse una tribu. Pero, ¿a dónde vas que no te lleves? Si no te liberas, ¿a dónde vas que no repitas? Ninguno de los dos es capaz de elegir y de permanecer. Nada más no pueden. 

“¿Por qué y cómo una persona se convierte en narcotraficante? ¿Por qué son tan violentos? ¿Por qué los gobiernos no han podido acabar con ellos a pesar de tanto que lo intentan o dicen que lo intentan?". Las preguntas idénticas regresan al final del periodo terrorista de Beatriz y Alfonso, la palabra "terrorista" sustituye a "narcotraficante". La madre que parecía caer en las "trampas" de su hijo, la que parecía obedecer "sus órdenes" ciegamente, confiesa que sabía. Ella también era una cómplice consciente y activa. Alfonso sueña con regresar y ser narco. Un gran jefe narco. Y que todos le tengan miedo, ¿o respeto? ¿qué no es lo mismo? La tremenda desilusión. La desesperanza más rotunda. Por el cinismo. Por la naturalización de la violencia :"Madre, ya déjese de tonterías dijo. En este mundo no están de un lado los malos y de otro lado los buenos. Todos estamos revueltos y a todos nos toca la oportunidad de ser de uno o de otro lado y cada quen le entra a veces decidiendo a veces obedeciendo a veces porque no le queda más remedio y a veces porque simplemente lo hace". 

Y el hijo es Dios. Y todo lo que hace está bien. Y el hijo es "el rey de reyes". Y el "demasiado amor" acepta casi todo porque el pánico al abandono es muy fuerte. Y porque una mujer necesita a quien endiosar, algo así. "Irremediable". "Querida Beatriz, estas son las últimas líneas que te escribo..." le dice a su sobrina. "Me quedé y lo hice sabiendo. Yo que iba a convencer a mi hijo de dejar de ser violento en lugar de eso me volví violenta. ¿Cómo sucedió? ¿Cómo pude cruzar el umbral y convertirme en lo que más odio?" Imposible no pensar, leyendo a Sara, en "La banalidad del mal". Imposible no temblar ante la delgada línea roja que nos atrapa en las espirales de la violencia, la ceguera, o  la conveniente indiferencia. El "acostumbramiento". Es un libro desolado. Es un libro triste. Es un libro donde se manifiesta implacable ese "destino" inscrito en la repetición. ¿Quién quiere encontrar sus propias preguntas -confesas o no- en las preguntas de Sara? Vale tanto la pena leerlo, sin embargo. Es un libro muy honesto. Muy inquietante. Hecho sobre todo de observaciones y de preguntas. También de obsesiones. Con esos personajes desarraigados, volátiles, en busca de un amor que tiene mucho de imposible (por excesivo, por devorante, por fusional), de una pertenencia que nunca llega.

"De repente me di cuenta de que todos los que vivimos en estos tiempos somos, nos guste o no, participantes y cómplices, por acción o por omisión, de una guerra que hemos perdido, completa e irremediablemente".