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Demagogia y transformación en un México con piloto, pero sin rumbo

La democracia se escribe con ejemplos republicanos, no con odios, se construye en el diálogo y se consolida en el consenso. | Gustavo Ferrari

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Escrito en OPINIÓN el

Este pasado 19 de abril de 2020, México sufrió la cifra récord de tener 105 homicidios dolosos en un solo día. La célebre frase de Andrés López Obrador de “abrazos y no balazos”, no ha tenido eco en el pensamiento de una ciudadanía que casi dos años atrás, le daba el triunfo electoral y sentaba en el Sillón del Águila a un dirigente que declamaba por cada rincón del país, un rezo laico a favor del combate a la corrupción, el fin de la violencia y el iniciar un camino hacia la Cuarta Transformación de un nuevo país que dejara una huella en la historia o por lo menos le permitiera devolverle la fuerza institucional a un modelo desbastado moralmente “por los grupos económicos y la apetencia de poder”, o sea los “fifís” como suele llamarlos. 

Estos tiempos de gestión, en plena pandemia, que hoy nos encuentran muy lejos del ideal trazado, no han sido precisamente un lecho de rosas. 

El sentir demagógico de que los “besos y abrazos en vez de balazos”, el “me protegen los escapularios”, “tengo otra información” , “ me canso ganso” entre otras y que sólo a través de la lucha contra la corrupción e impunidad se conseguiría un armonioso desarrollo colectivo y la realización personal de los individuos, no se ha cumplido.

Como un observador activo de los tiempos democráticos que se viven, creo que la imagen presidencial en México se está tornando difusa al ritmo de las crecientes debilidades institucionales que han surgido desde el inicio mismo del proceso. 

Se está produciendo un progresivo sentimiento de desencanto como resultado del creciente contraste entre la diversidad de expectativas que había despertado el nuevo régimen, las cifras declinantes de su economía y las posibilidades reales de satisfacerlas. 

Ya la Cuarta Transformación, tan declamada, no es el único espacio donde pueden buscarse las soluciones a los problemas existentes. Hoy en México, la agenda de temas marcada todas las mañanas por el presidente López Obrador, se va consumiendo en la discusión sobre temporalidades, cuya trascendencia es tan efímera como la propia coyuntura. 

Jamás se logran definiciones sobre temas trascendentes para consolidar un modelo que permita de una vez por todas, encaminarse en un proceso de fortalecimiento institucional, crecimiento sostenido, bienestar colectivo y que aleje a la población de los límites de la marginación, la violencia desmedida y la exclusión social que padece.

Por eso esta Cuarta Transformación debe ser algo más que normas, leyes y formas de organización. Tiene que constituirse en una cultura, no demagogia, política, es decir en un cuerpo de creencias sustentada por líneas concretas de acción, resultados, valores y expresada colectivamente a través de actitudes y conductas. No se están construyendo consensos políticos (más que electorales y de apetencias personales) y sociales para el logro de acuerdos de gobernabilidad que permitan cambiar los viejos parámetros por los cuales se llegó al poder. No ha podido, al contrario, ha revivido, el histórico protagonismo caudillista y a pesar de las permanentes e incoherentes consultas ciudadanas que realiza para legitimar y justificar su accionar, sigue excluyendo los reales mecanismos de participación ciudadana, principios fundamentales de todo proceso de consolidación política.

Hasta ahora la Cuarta Transformación no ha entendido que la democracia necesita crear expectativas hacia un futuro estable y previsible y que no puede hacerlo con instituciones débiles, con procesos económicos muy lejanos a la búsqueda del bienestar colectivo, con retórica y demagogia y con la falta de un marco de seguridad jurídica que garantice su funcionamiento. Sumado a ello la presencia de una violencia desmedida y con ineficiencias que generan mayor desigualdad en la sociedad. 

Esta es la expresión de un país que pone de manifiesto que aún no ha encontrado el rumbo, donde el 93% de los delitos pertenece al fuero común, donde según los estándares de las Naciones Unidas viola el 77% de las cláusulas contra la corrupción, donde existen 2,022 policías municipales pero hay 400 municipios que no cuentan con ninguna fuerza policíaca, ya sea por falta de presupuesto o por amenazas del crimen organizado y hasta hace poco el 70% del personal de policía sólo contaba con educación primaria.

Este 19 de abril de 2020 con 105 homicidios dolosos en un solo día, con 2,585 personas asesinadas en marzo, lo que supone una media de 83,4 asesinatos diarios, nos encontramos nuevamente ante el desafío institucional de una dirigencia totalmente perdida e incapacitada para adaptarse a los tiempos que corren, sobre todo a niveles locales. El gobierno de Andrés Manuel López Obrador tiene que empezar a desgranar sus pensamientos y propuestas concretas del modelo democrático y republicano del futuro, porque trabajar para el futuro no hace falta que todos piensen igual, hace falta cumplir la ley. Nadie es dueño de la verdad absoluta y el autoritarismo es el intento de limitar las ideas y a las personas. Debemos entender que la política no es la competencia entre dirigentes para ver quién tiene el ego más grande.

La democracia se escribe con ejemplos republicanos, no con odios, no con enemigos, se escribe en el disenso, se construye en el diálogo y se consolida en el consenso. Nadie es dueño, lo repito, de la verdad absoluta, nadie es el patrón de una finca llamada país, estado o municipio. Aprendamos a vivir en libertad y entendamos que un país avanza hacia su consolidación institucional cuando hay un sólo patrón para medir los valores éticos y su responsabilidad civil; cuando cada ciudadano acepte que su futuro depende de su profunda reflexión y de su exhaustivo examen de conciencia; cuando todos nos decidamos de una buena vez a entrar en la historia por el camino de la verdad, asumiendo como seres maduros nuestras propias debilidades y nuestros propios errores. 

Siento que cuando todo ello suceda, se estará más cerca de encontrar las respuestas a la tan ansiada Cuarta Transformación.

* Gustavo Ferrari Wolfenson

Nació en Buenos Aires, Argentina. Es Licenciado y Master en Administración (Universidad Nacional Autónoma de México y Complutense de Madrid), Doctor en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales (Universidad de Brasilia y Centro de Altos Estudios Internacionales de Ginebra, Suiza).

Comenzó su actividad profesional en el Voluntariado de las Naciones Unidas en misiones de emergencia en los terremotos de Nicaragua (1972) y Guatemala (1975) y formó parte del Proyecto de Desarrollo Integral de los Altos de Chiapas auspiciado por la Organización de las Naciones Unidas y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) 1972-75. Como miembro del servicio exterior argentino, cumplió misiones diplomáticas en México y Cuba como Agregado Cultural y de Prensa.

Desde ese entonces, su labor como funcionario de las Naciones Unidas, diplomático, docente e investigador y consultor internacional ha abarcado más de treinta y seis países en especial de América latina y África. Desde 1990 se desempeña como consultor para diferentes organismos internacionales, gobiernos y organizaciones no gubernamentales focalizando su labor en el comportamiento de la comunidad en los procesos de consolidación democrática y fortalecimiento municipal, con especial énfasis en la reconstrucción del tejido social.

Se desempeña como profesor asociado e investigador del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad de Harvard en temas relacionados con la problemática sociopolítica de los países en desarrollo y coordina el Programa Gobernabilidad y Ejercicio del Poder del Instituto Tecnológico Autónomo de México. (ITAM). Es autor en la Rep. Argentina del Proyecto de Ley sobre el Control de los Aportes Privados a los Partidos Políticos que mereció el Premio Nacional del Poder Ejecutivo en 1990 y ha participado como consultor principal en la creación de las Escuelas Nacionales de Gobierno de la Argentina, Sudáfrica y Canadá. Fue Subsecretario de Relaciones Exteriores y Delegado Especial del señor Presidente de la Rep. Argentina Fernando de la Rúa en misiones internaciones y Jefe de Asesores en el área de reforma del Estado y su inserción hacia la sociedad. Miembro activo del proceso de la reforma política de la Rep. Argentina integrando la Mesa del Dialogo Argentino y la Pastora Social en la crisis del 2000 conjuntamente con monseñor Jorge Bergoglio (hoy S.S el Papa Francisco).

Es docente y colabora con más de 30 reconocidas instituciones académicas internacionales, siendo autor de numerosos ensayos, publicaciones y columnas de opinión, Socio fundador de la Asociación Latinoamericana de Consultores Políticos (ALACOP) y miembro de la Asociación Internacional de Consultores Políticos. En el año 2010 fue designado Académico de Número de la Academia Argentina de Ciencias del Ambiente, por sus investigaciones y trabajos sobre la sustentabilidad democrática en América latina. Fue nominado en dos oportunidades Joven Sobresaliente de la República Argentina.

Actualmente se desempeña como consultor internacional en temas de gobernabilidad y fortalecimiento de la sociedad dentro de los procesos democráticos.