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Del presidente, la oposición y las masculinidades tóxicas

Necesitamos liderazgos que planteen soluciones alternativas, justas y sustentables en el largo plazo. | Fernanda Salazar

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Escrito en OPINIÓN el

Sabemos que uno de los efectos de la organización patriarcal de la sociedad y el Estado, ha sido la asignación de roles y cualidades en función del género. El liderazgo es una de esas cualidades que, siendo relacionales, solo pueden percibirse en función de aspectos subjetivos como los sesgos culturales que están atravesados por las relaciones estructurales de poder en las que vivimos. 

Por eso, cuando nos preguntamos ¿qué es ser un líder? La mayoría de las personas en la mayoría de las culturas responderían desde parámetros de lo masculino, porque nuestra exposición a ese concepto ha estado marcada por los roles que mujeres y hombres (un determinado tipo de hombre) han ejercido en el ámbito privado y público. 

Es así que los estereotipos hegemónicos han construido el ideal del liderazgo sobre una forma específica del liderazgo masculino caracterizado por1: 1) estilo competitivo sobre cooperativo, 2) estructura jerárquica sobre horizontal, 3) resolución racional sobre intuitiva de problemas, 4) control sobre flexibilidad, dando además por hecho que efectivamente todos los hombres actuarían así y que las mujeres no lo harían (con todo lo que ello implica). 

¿Por qué reflexionar sobre esto en tiempos de la pandemia? Porque las respuestas a esta crisis de salud, que afectarán ampliamente el futuro de personas y comunidades -principalmente las de aquellas de por sí más vulneradas y marginadas- están lideradas principalmente por hombres cuyas formas de ejercer el poder y sus sesgos están reproduciendo las desigualdades e injusticias que muchos de esos mismos liderazgos políticos, empresariales y sociales han creado. En parte, debido a que su liderazgo y expectativas (de ellos y otros como ellos) están atravesadas por el mandato de masculinidad que, como dice Rita Segato, radica en la potencialidad no solo sexual sino bélica, física, económica, intelectual, moral y política del hombre para considerarse como tal. 

Esto lo estamos viendo en la mayor parte del mundo y México no es la excepción. 

La lucha de poder que atestiguamos en medio de la pandemia -partidista, de clase, de género, etc.- no parece estar interesada en la verdad o en lo mejor para las personas ni para el medio ambiente y menos en la justicia. Los debates y mensajes emitidos desde distintos poderes no están enfocados en cómo articular las mejores políticas que atiendan la salud, sí por el covid-19 pero también por otros padecimientos (incluidos los provocados por el estrés y la sobrecarga de trabajo). Tampoco están enfocadas en cómo construir una economía más justa para el futuro, ni en el impacto sobre los lazos comunitarios. Tampoco en pensar cómo mirar el futuro con esperanza, particularmente pensando en niñas, niños y adolescentes; ni en cómo transformar de fondo las violencias de género (por ejemplo, despenalizando el aborto y facilitando acceso a servicios sexuales y reproductivos) ni en aquellas que se siguen reproduciendo en espacios ocupados por el crimen organizado (por ejemplo, despenalizando drogas). No están hablando de cómo resolver la falta de acceso a internet para estudiantes que no lo tienen y cuya esperanza de movilidad social a partir de la educación puede estar siendo sepultada (aún más) con esta crisis. Ya no hablemos de visibilizar la falta de acceso a servicios básicos como el agua. 

Por el contrario, el lenguaje de guerra, la confrontación, la división, la muestra de poder y jerarquías por encima de la cooperación para construir soluciones, son la constante. En México, el discurso presidencial y el de la oposición es igual de tóxico e inútil para efectos de lo que nos exigen los tiempos. Aferrarse a proyectos que no responden a las necesidades de las personas ni las comunidades (ni de las más pobres o marginadas, ni de las clases medias para evitar que caigan en pobreza) y ufanarse de vivir golpeando al gobierno sin ningún ánimo de cooperación o transformación de fondo real, son muestras de que el liderazgo político, empresarial y social está ejercido por masculinidades tóxicas, igual por ser mayoría de hombres pero también porque la cada vez mayor cantidad de mujeres con poder y en el poder, no está pudiendo ejercer su liderazgo desde otros lugares que reten a lo que ya conocemos y abran un camino de nuevos liderazgos. De ello depende alguna posibilidad de despatriarcalizar la actividad política. 

La pandemia del covid-19 tiene que servir para transformar el estado de las cosas. Para ello necesitamos liderazgos que planteen soluciones alternativas, justas y sustentables en el largo plazo. De identificarlas, crearlas, impulsarlas y elegirlas, todas y todos somos corresponsables. 

1.  De acuerdo con Juana María Ruiloba.