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Del discurso a la realidad

López Obrador ve un país muy distinto al que estamos viviendo, sus palabras no encuentran correspondencia con la terca realidad. | Agustín Castilla

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Escrito en OPINIÓN el

A un año y medio de gestión, el presidente López Obrador conserva elevados niveles de popularidad que en buena medida se deben a su habilidad para comunicar, dominar la escena pública y mantener las expectativas en la mayoría de la población. Es indudable que la gente sigue creyendo en él y en su proyecto, lo que sobre todo en política representa un enorme capital que ha sabido aprovechar muy bien.

Sin embargo, sus palabras son cada vez más distantes de lo que sucede en la realidad, y pareciera que es ésta la que debiera ajustarse a su visión, a sus ideas, a la voluntad presidencial como se acredita cada vez con mayor nitidez y frecuencia. 

En cuantas ocasiones no hemos escuchado al presidente afirmar que se ha logrado la disminución de los índices delictivos, a pesar de que los mismos informes del SESNSP apuntan en sentido contrario. El ejemplo más reciente lo encontramos en el incremento en la violencia contra las mujeres que se ha agudizado durante la pandemia, y que López Obrador ha desestimado con gran ligereza pues en su percepción -que no se acompaña de ningún elemento objetivo-, lo que ha prevalecido es la armonía familiar. 

También asegura constantemente que la corrupción gubernamental ya se acabó porque no son iguales, siendo que se han denunciado diversos casos en los que se ha comprado equipo y materiales de mala calidad y/o a sobre precio, existe conflictos de interés, discrecionalidad en la asignación de contratos, amiguismo en el nombramiento de puestos en la administración pública, contratación de familiares, o abuso de recursos públicos con fines político-electorales por parte de los super delegados. Incluso conforme a los resultados de la Encuesta Nacional de Calidad e Impacto Gubernamental del INEGI, en 2019 aumentaron los casos de corrupción así como el número de víctimas. 

Pero probablemente sea en materia económica y de salud donde el empecinamiento de AMLO por tratar de imponer su visión de la realidad por encima de la evidencia ha sido mucho mayor. No hay manera de sostener objetivamente que la economía de nuestro país iba muy bien antes de la pandemia, cuando decreció en 0.14% y las expectativas para 2020 no eran mucho mejores, o que las consecuencias de la suspensión de actividades no serán tan graves cuando se prevé una caída de entre 6 y 8.8% para este año que sería la mas grave desde 1932. Tan sólo del 18 de marzo al 28 de abril se perdieron más de 700 mil empleos formales y, aunque el presidente calcula que la afectación será de 1 millón y supuestamente se compensará con la creación de 2 millones de empleos a partir de sus proyectos de infraestructura y los programas sociales, la cifra puede ser mucho más alta con lo que aproximadamente 9 millones de mexicanos se sumarán a la población en pobreza. 

Las contradicciones en salud son también muy graves pues a un mes de que López Obrador declaró que se estaba dominando la pandemia y que a partir del 1 de junio iniciaría la reapertura del país, los reportes por nuevos casos de covid-19 así como de defunciones muestran un incremento superior al 50% tan sólo en estas últimas dos semanas -con lo que de acuerdo a la Universidad John Hopkins hemos alcanzado la tasa de letalidad más alta en Latinoamérica, aunque el presidente lo niegue y eso sin considerar los probables sub registros que han denunciado algunas investigaciones periodísticas-, los hospitales no se dan abasto y el personal médico sigue padeciendo por la insuficiencia y calidad de equipos de protección e insumos. 

Está claro que López Obrador ve un país muy distinto al que estamos viviendo, sus palabras no encuentran correspondencia con la terca realidad, y quizá lo que sorprende es que además descalifica y arremete contra quienes se atreven a citar las fuentes oficiales de su mismo gobierno.