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De Villas Salvárcar a Iguala

Falta ver si el gobierno federal entrará con el mismo vigor como se hizo en Ciudad Juárez, con todos los claroscuros de ese proceso.

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Escrito en OPINIÓN el

No hay en este mundo dolor más grande que perder a un hijo.  Por doloroso que sea, la vida no nos prepara para despedirnos de nuestros padres y abuelos, mucho menos para ver morir a nuestros hijos.

 

Todavía conservo fresca la memoria de los quince jóvenes asesinados en Villas Salvárcar en Ciudad Juárez en 2010.  Por azares del destino, nos tocó estar en Juárez el día de la matanza, cuando un grupo de pandilleros afiliados a uno de los cárteles de droga en la ciudad decidió, por error, matar a todos los jóvenes que asistían a una fiesta en esa colonia quienes no tenían nada que ver ni con el narcotráfico ni con el bando opuesto.  

 

Fuimos a acompañar a las familias a velar a sus hijos. Padres y abuelos inconsolables robados del futuro, viviendo entre la angustia, la resignación y la furia.  Y una comunidad entera transformada de la noche a la mañana por un acto de salvajismo.  Aún me acuerdo bien de los cuerpos de dos de los jóvenes descansando en pequeños ataúdes en la sala de su casa, rodeados por los familiares.

 

En Juárez, ese dolor se transformó en cambios profundos en la ciudad, gracias a que las familias se organizaron, encararon al gobierno por su negligencia en poder proteger a sus hijos y catalizaron un movimiento ciudadano que ayudó a hacer frente a la violencia.  El presidente Calderón, quien había hecho algunas declaraciones poco afortunadas sobre la masacre, finalmente tuvo la valentía de reunirse con las familias en Ciudad Juárez, aún enfrentando las críticas y el enojo que le mostraron.  

 

Después de esta masacre,  empezó un proceso gradual de cambios profundos en la ciudad, en que los ciudadanos demandaron un fin a la impunidad, y el gobierno federal tomó cartas en el asunto y empezó a meter recursos y a transformar la estrategia policiaca en algo mucho más robusto y sensato y coordinado. 

 

Fue, sin duda, un proceso accidentado e imperfecto, pero la valentía de los padres y abuelos que habían perdido todo, abrió la puerta a que la ciudad retomara su voz y reclamara cambios necesarios. Hoy en día, la violencia en Juárez sigue sin resolverse del todo, y siempre existe la amenaza de nuevos brotes, pero la tasa de homicidios ha bajado significativamente y la vida está regresando a la ciudad.  

 

Hoy estamos ante otra situación, ahora en Guerrero, en que los padres de 43 jóvenes están llorando por sus hijos, sin ni siquiera saber ni cómo ni porque murieron, en otro acto de barbarie sin sentido.  Falta ver si el gobierno federal entrará con el mismo vigor como se hizo en Ciudad Juárez, con todos los claroscuros de ese proceso, y si se les dará un poco de consuelo a las familias en medio de una experiencia inconsolable.

 

@SeleeAndrew