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De puentes, identidades y ríos

Cualquier encuentro debe partir del reconocimiento de los agravios para hallar lo común en los anhelos que nos conectan. Pensar en ríos. | Fernanda Salazar

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Escrito en OPINIÓN el

Tomar distancia de nuestros propios contextos para luego aproximarnos a ellos con otras ideas e interpretaciones de nuestra realidad, de nuestras acciones, experiencias y responsabilidades -en su relación con las de quienes nos rodean-, es más necesario que nunca en sociedades que parecen estar atrapadas entre la auto-referencia y el performance del deber ser. Por un lado, por la resistencia a reflexionar y desprendernos de nuestros privilegios, otro tanto por la negativa a reconocer la humanidad y experiencias de quienes no piensan igual, y también por la cultura de la cancelación que deriva en franca imposibilidad de diálogo. Todo ello, propiciando falta de interés en comprender la complejidad de lo que somos y poder transformar a partir de ella. 

Hace algunos días, Barbara Kaneratonni Diabo, bailarina autóctona originaria de Kahnawake (Mohawk), se presentó con una pieza llamada Sky Dancers, que recuerda la trágica historia del derrumbe del Puente de Quebec sobre el río San Lorenzo a principios del siglo XX. Ese que en teoría se convertiría en un referente de ingeniería en el mundo, se vino abajo durante su construcción por la negligencia de ingenieros que, a pesar de haber sido notificados del riesgo, decidieron seguir adelante.  

Más de la mitad de los muertos fueron hombres Mohawk quienes, por su fama de no sufrir vértigo, fueron contratados para la construcción, no solo de ese puente, sino de los rascacielos en Nueva York. La pieza de danza de Kaneratonni, a través del uso de estructuras sencillas y videos de archivo, refleja esa característica. Más de la mitad de los hombres que murieron estaban casados, dejaron 24 viudas y a sus hijas e hijos huérfanos. 

No conformes con la negligencia y amparado en la idea de “ayudar” a las viudas, el gobierno decidió solicitar refugio a las iglesias para internar a las niñas y los niños. En pocas palabras, una desarticulación total de la comunidad a partir de un proyecto de “modernidad” y asimilación. 

Actualmente, Quebec es la única provincia oficialmente francófona, pues a pesar de haber sido cedida a Inglaterra tras la guerra de siete años, la población de Quebec ha defendido su lengua e identidad, al punto de haber estado cerca de independizarse del resto del país. Esta lucha la ha llevado a ser vista con desconfianza y en muchos sentidos discriminación por parte del resto de Canadá. Al mismo tiempo, en Quebec se registra racismo y violencia sistémica contra los pueblos y personas indígenas. 

Actualmente, y particularmente en el marco del hallazgo de tumbas clandestinas de niñas y niños indígenas en lo que fueron escuelas residenciales pertenecientes a la iglesia católica -como aquellas a donde mandaron a las hijas e hijos de los trabajadores que murieron en el derrumbe del puente de Quebec-, las conversaciones sobre el racismo en Canadá se han avivado. 

Una de las discusiones está en torno al reconocimiento de las lenguas de las primeras naciones como lenguas oficiales, algo que genera resistencias en las autoridades, incluso en Quebec, aún cuando ellas y su gente entienden la importancia de la lengua como parte de la identidad. Al mismo tiempo, es cierto es que el francés, a pesar de ser lengua oficial en el país, no ocupa el mismo lugar en la sociedad ni en los puestos laborales, e incluso empresas que contratan call-centers asignan horarios más amplios cuando la atención es en inglés.

Por otro lado, está la discusión sobre la abolición del Indian Act, que establece la relación entre el gobierno de Canadá y los diferentes pueblos indígenas, incluyendo las reservas territoriales. Además, están las propuestas de cambios legales para reconocer y combatir el racismo sistémico. 

Otro tema del mayor interés en un país diverso como es Canadá es la ley sobre laicidad en Quebec y la imposibilidad de portar símbolos religiosos en salones de clase (como sucedió en Francia), cuando en la mayoría de los casos éstos son parte de la identidad de una persona. 

En ese sentido, el choque entre la búsqueda por liberarse de una historia de dominación de la iglesia católica, podría estar llevando a acciones que reproducen el racismo y la dominación cultural sobre minorías a las que se les impide expresar su identidad. 

La pieza de danza de Kaneratonni, cuyo abuelo murió en aquel puente fallido de la supuesta modernidad, cierra con un recordatorio contundente: a pesar de todo, siguen aquí. Sus comunidades siguen vivas, su resiliencia les sostiene. 

Y la diversidad humana y colectiva seguirá a pesar de todo el despojo de identidades y territorios promovido desde el supremacismo. 

Una pregunta de entre muchas que me surgen: ¿es posible generar diálogo sin despojo de nuestras identidades, para mirar hacia un futuro distinto y justo, o se profundizará el atrincheraramiento en la política identitaria que no dialoga en la diversidad?

A riesgo de la cancelación, mi respuesta es desde la esperanza. Hoy, más que nunca, la capacidad de interactuar y convocarnos desde nuestra complejidad es la respuesta a los enormes retos que enfrenta la humanidad. Esto no significa, de ninguna forma, avalar la opresión. Cualquier encuentro debe partir del reconocimiento de los agravios que hemos causado y nos han sido causados, para hallar lo común en los anhelos que nos conectan en muchos lugares del mundo. Pensar, no en puentes, sino en ríos.