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De la Rúa: de la esperanza al desencanto

Jamás logró imponer su voluntad de establecer una agenda con definiciones sobre temas trascendentes. | Gustavo Ferrari Wolfenson*

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Escrito en OPINIÓN el

Che pibe, hoy llega un senador a la madrugada y te toca ir a buscarlo”. Con estas palabras, recibí la instrucción de un funcionario de la Embajada Argentina en México, donde allá por el año 1973, con 19 años, me desempeñaba como empleado de la sección cultural.

El vuelo de Aerolíneas Argentinas arribó como a las dos de la mañana. Ese senador que llegaba era Fernando de la Rúa, miembro de la oposición y la única persona que había derrotado al peronismo en su apabullante triunfo electoral de ese año. De la Rúa, un estudioso del derecho y uno de los profesionales más reconocidos en Latinoamérica en materia de procesal penal, llegaba a México invitado por la UNAM a dar unos cursos en el Instituto de Investigaciones Jurídicas, que dirigía el excelso doctor y profesor Héctor Fix Zamudio. Su triunfo por el distrito de Buenos Aires lo había convertido en el senador más joven de la historia política del país y los periódicos de todo el mundo lo llamaban “el Kennedy argentino”.

La condición de no pertenecer al partido gobernante, no le brindó durante su visita, muchas posibilidades de conectarse con los funcionarios de la embajada, en ese momento altamente politizada con la presencia del ex presidente Héctor Cámpora al frente de la misión. Por lo tanto durante su estadía en la Ciudad de México y dado también mi condición de estudiante de la universidad, fui nombrado su acompañante oficial. En esos días pude conocer a una persona inteligente, de un respeto absoluto por las formas institucionales y los valores republicanos de la democracia. Entablamos un diálogo ameno entrecruzando mis sueños futuros y sus visiones de un país diferente. De regreso a Buenos Aires, se ofreció y cumplió a rajatabla, el recopilarme material existente en el Congreso para mis investigaciones en administración de gobierno, que yo usaría para elaborar mi tesis y puntualmente me lo mandaba para mi información. No eran tiempos de mails ni faxes así que un sobre de correo ordinario, siempre me llegaban documentos con una afectuosa nota que decía “Te puede interesar, un abrazo Fernando”

Ese intercambio epistolar y de diálogo permanente, prosiguió durante mis años de doctorado en Europa y mi posterior misión diplomática en Cuba. Cuando en los albores de los 80 regresé a una Argentina que quería terminar con el ciclo de las dictaduras militares, Fernando me invitó a acompañarlo en la creación del Centro de Estudios para la República, un think tank que apoyaría su precandidatura a la presidencia en el retorno a la vida democrática del país. En una suerte de espacio deliberativo, el Centro se convirtió rápidamente en una usina de ideas y proyectos que apuntalaron lo que sería luego su trayectoria política. Electo senador nuevamente en 1983 y 1989, diputado federal en el 91, y otra vez más senador en el 1993, fue luego el primer Jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires para finalizar su trayectoria como presidente de la Nación. Fernando de la Rúa representaba la garantía de triunfo electoral de su partido, la Unión Cívica Radical, ya que su sola presencia en la planilla significaba un incremento de por lo menos 15 puntos arriba del promedio histórico de votos. Con un estilo especial de hacer política, siendo pionero en caminar por las calles, hablar y meterse en los problemas de la gente, como los jubilados, las minorías indígenas y la violencia en el futbol, jamás perdió una elección y su figura era para muchos, la garantía institucional de la conducta republicana. Las principales leyes que apuntalaron la incipiente democracia del país salieron de la prolijidad y obsesión de su propia pluma, un bolígrafo marca BIC color negro que siempre llevaba en su saco y compraba por cajas durante sus caminatas por la calle.

Tuve la posibilidad y el orgullo de acompañarlo en todas sus campañas y trayectoria, como coordinador de muchas de ellas, como un enamorado más de la política, o como su asesor en sus funciones legislativas y de gobierno. Hicimos cosas novedosas, incorporamos jóvenes estudiantes de las universidades como colaboradores voluntarios, desafiamos los espacios políticos tanto de la oposición como del propio partido. Muchas veces discutimos, tuvimos visiones diferentes y hasta algunos alejamientos por falta de una comunicación más fluida producto de las rencillas propias de los círculos de siempre. Sin embargo siempre existió ese respeto mutuo por nuestras propias convicciones, las cuales el propio tiempo las fueron poniendo en su lugar.

Puede resultar ridículo que escriba hoy sobre un presidente que tuvo que abandonar su mandato antes de tiempo y dejar el país en un estallido social y caos económico. Puede ser patético hablar de las debilidades institucionales que surgieron desde el inicio mismo de su proceso y el progresivo sentimiento de “desencanto” producto del creciente contraste entre la diversidad de expectativas que había despertado su arribo al poder y las posibilidades reales de satisfacerlas, pero bueno hoy, tras su fallecimiento he querido recordarlo con especial nostalgia.

Siento, sin embargo, que Fernando de la Rúa fue un presidente para una Argentina que en realidad no existe y cuya visión republicana fue estrellándose frente a la discusión sobre temas temporales cuya trascendencia fueron tan efímeras como la propia coyuntura. Jamás logró imponer su voluntad de establecer una agenda con definiciones sobre temas trascendentes para consolidar un destino que nos permitiera, de una vez por todas, encaminarnos en un proceso de fortalecimiento institucional, crecimiento sostenido, bienestar colectivo y que nos alejara de los límites de la marginación y la exclusión. Tampoco a la dirigencia tanto política, empresarial como social le interesaba. Por eso su gobierno debió de ser algo más que normas, leyes y formas de organización. Nunca pudo constituirse, como quizá su pensamiento lo deseaba, en una cultura política, es decir un cuerpo de creencias sustentada por valores y expresada colectivamente a través de actitudes y conductas. No se lograron consensos políticos (más que electorales y de apetencias personales) y sociales para el logro de acuerdos que permitieran cambiar los viejos parámetros de la asignación de recursos públicos y los destinara a los que realmente los necesitaban. No se pudo erradicar el clientelismo, el histórico protagonismo caudillista, ni generar mecanismos de participación de los ciudadanos, principios fundamentales de todo proceso de consolidación política.

Como partícipe activo de esos tiempos fui testigo de que una República para sobrevivir necesita crear expectativas hacia un futuro estable y que no puede hacerlo con instituciones débiles, con procesos económicos muy lejanos a la búsqueda del bienestar colectivo. Diciembre 2001 fue la reacción a la suma de años de errores, de apetencias de poder sin límites, de corrupción institucionalizada, de caudillismo prebendario y clientelismo asistencialista. Lamentablemente ese modelo aun sigue vigente y perdura.

Al Fernando de la Rúa presidente le reconozco que jamás pudo transmitir su pensamiento de que un país avanza hacia su consolidación republicana cuando hay un sólo patrón para medir los valores éticos y su responsabilidad civil. Como ciudadano puedo asumir que nos debemos una profunda reflexión y un exhaustivo examen de conciencia; sobre nuestras propias debilidades y errores, y los porqué de habernos quedado a mitad del camino.

Uno de sus últimas actuaciones institucionales fue el 23 de diciembre del 2013, cuando el Tribunal Oral Federal de la justicia argentina, luego de un juicio que duró 12 años sobreseyó a De la Rúa de los hechos que originaron una causa por cohechos en el Senado. La claridad y contundencia del fallo, el prestigio de los jueces que lo firman, excluyen cualquier duda sobre su inexistencia. Fernando se convirtió de hecho, en su propio abogado en la causa y una vez más su pluma jurídica se hizo valer y ello tiene una gran significación personal e histórica y representa una alta reivindicación ética ante lo que durante tantos años le causó injustos perjuicios.

Hace unos meses, en un viaje al país, compartimos un desayuno en un café de cualquier esquina de Buenos Aires, Fiel a su costumbre llegó caminando tranquilamente por la calle, sin ningún tipo de seguridad personal, conversando con la gente, que le dice, “buen día doctor”. Revivimos anécdotas, asumiendo errores, reconociendo que los tiempos pasados y que su vida política quedaron allá lejos. Sólo sus propios pensamientos sabrán donde caminan la tan cruel narración histórica de los hechos y parafraseando a Calamaro seguramente repetirá “Caminando, caminándote, mi calle que quizás yo puede cambiar”

A Femando de la Rúa con quien compartí muchos años de mi vida, sigo teniéndole mi respeto, admiración, en un sentimiento muy fraterno, por su persona e investidura y celebro siempre aquel “Che pibe, hoy llega un senador a la madrugada y te toca ir a buscarlo” que fue el origen de mi valorada amistad.

* Gustavo Ferrari Wolfenson

Nació en Buenos Aires, Argentina. Es Licenciado y Master en Administración (Universidad Nacional Autónoma de México y Complutense de Madrid), Doctor en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales (Universidad de Brasilia y Centro de Altos Estudios Internacionales de Ginebra, Suiza).

Comenzó su actividad profesional en el Voluntariado de las Naciones Unidas en misiones de emergencia en los terremotos de Nicaragua (1972) y Guatemala (1975) y formó parte del Proyecto de Desarrollo Integral de los Altos de Chiapas auspiciado por la Organización de las Naciones Unidas y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) 1972-75. Como miembro del servicio exterior argentino, cumplió misiones diplomáticas en México y Cuba como Agregado Cultural y de Prensa.

Desde ese entonces, su labor como funcionario de las Naciones Unidas, diplomático, docente e investigador y consultor internacional ha abarcado más de treinta y seis países en especial de América latina y África. Desde 1990 se desempeña como consultor para diferentes organismos internacionales, gobiernos y organizaciones no gubernamentales focalizando su labor en el comportamiento de la comunidad en los procesos de consolidación democrática y fortalecimiento municipal, con especial énfasis en la reconstrucción del tejido social.

Se desempeña como profesor asociado e investigador del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad de Harvard en temas relacionados con la problemática sociopolítica de los países en desarrollo y coordina el Programa Gobernabilidad y Ejercicio del Poder del Instituto Tecnológico Autónomo de México. (ITAM). Es autor en la Rep. Argentina del Proyecto de Ley sobre el Control de los Aportes Privados a los Partidos Políticos que mereció el Premio Nacional del Poder Ejecutivo en 1990 y ha participado como consultor principal en la creación de las Escuelas Nacionales de Gobierno de la Argentina, Sudáfrica y Canadá. Fue Subsecretario de Relaciones Exteriores y Delegado Especial del señor Presidente de la Rep. Argentina Fernando de la Rúa en misiones internaciones y Jefe de Asesores en el área de reforma del Estado y su inserción hacia la sociedad. Miembro activo del proceso de la reforma política de la Rep. Argentina integrando la Mesa del Dialogo Argentino y la Pastora Social en la crisis del 2000 conjuntamente con monseñor Jorge Bergoglio (hoy S.S el Papa Francisco).

Es docente y colabora con más de 30 reconocidas instituciones académicas internacionales, siendo autor de numerosos ensayos, publicaciones y columnas de opinión, Socio fundador de la Asociación Latinoamericana de Consultores Políticos (ALACOP) y miembro de la Asociación Internacional de Consultores Políticos. En el año 2010 fue designado Académico de Número de la Academia Argentina de Ciencias del Ambiente, por sus investigaciones y trabajos sobre la sustentabilidad democrática en América latina. Fue nominado en dos oportunidades Joven Sobresaliente de la República Argentina.

Actualmente se desempeña como consultor internacional en temas de gobernabilidad y fortalecimiento de la sociedad dentro de los procesos democráticos.