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De la pandemia a un mejor equilibrio social

Pandemia y parálisis económica van de la mano y ambas empeoran de manera exponencial los problemas que ya existían. | Jorge Faljo

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Escrito en OPINIÓN el

Las primeras señales de alarma se dieron en Wuhan, China, a fines del 2019. Hubo un doctor en particular que señaló el incremento de muertes por una enfermedad extraña y las autoridades locales lo obligaron a callarse para no alterar el orden público; ese doctor fue una de las primeras víctimas de covid-19.

Meses más tarde, para ser precisos el 11 de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud declaró la existencia de una pandemia. En ese momento el director general del organismo habló de la existencia de 118 mil casos en 114 países, con miles de hospitalizados y 4 mil 291 muertes confirmadas a causa de la enfermedad.

En un par de días se cumplen 5 meses de la declaración de pandemia; es decir, una epidemia de carácter mundial, y al 8 de agosto, había más de 19 millones de casos confirmados, en 213 países, con 715 mil muertes e incontables miles hospitalizados.

Las cifras, impresionantes, no bastan para señalar el impacto total de la pandemia. Sólo desde la perspectiva de salud los expertos señalan que esas cifras tienen algún grado de subestimación, que el viraje de los sistemas de salud a la atención del covid-19 ha obligado al descuido de la atención de la vacunación preventiva y la atención de otras enfermedades, en particular los tratamientos que también requieren hospitalización. También muy grave es que el empobrecimiento masivo está provocando, entre otros retrocesos, un deterioro nutricional que tendrá efectos de salud negativos de largo plazo. Habrá que lidiar durante mucho tiempo con el incremento de enfermedades crónicas como obesidad, diabetes e hipertensión. Los más afectados serán los niños en su desarrollo físico y mental.

Pandemia y parálisis económica van de la mano y ambas empeoran de manera exponencial los problemas que ya existían: extrema inequidad económica, tendencias al empobrecimiento, nutrición deficiente y mala atención a la salud, deterioro ambiental. Importa señalar que de estos problemas no se salvan ni las sociedades industrializadas; mucho menos los países periféricos.

No sabemos que sigue. El daño ya causado es superior a cualquier problema del último siglo y habrá de persistir durante mucho tiempo. Sin embargo, no es momento de resignación; hay que afirmar de manera contundente que la reacción de nuestras sociedades será determinante para paliar los efectos inmediatos y definir el futuro.

La tunda que nos está dando el virus ha obligado a muchos a repensar a fondo el rumbo que seguíamos. Cierto que algunos piensan que básicamente regresaremos a lo acostumbrado; en unos casos porque les conviene, en otros porque no vislumbran alternativas. Sin embargo, también surgen otras voces que con una visión global y desde espacios anteriormente impensados proponen cambios de fondo.

De acuerdo al informe de las Naciones Unidas sobre el impacto del covid-19 la recuperación debe ser una oportunidad para transformar el modelo de desarrollo de América Latina y fortalecer los derechos humanos. Su diagnóstico es que los costos de la desigualdad ya eran insostenibles y la clave para el control de la pandemia y una recuperación económica sostenible será el avance a la igualdad.

Para ello, señala el documento, la situación exige encontrar un nuevo equilibrio entre el papel del Estado, el mercado y la sociedad civil, poner el énfasis en la transparencia y la rendición de cuentas, fortaleciendo el estado de derecho y promoviendo los derechos humanos.

Se requieren nuevos pactos sociales para darle base social y legitimidad a cuatro dimensiones clave del cambio. En lo social un nuevo esquema de protección social; en lo económico la creación de empleos decentes, sostenida por mayor capacidad tecnológica local; en lo ambiental la protección de la naturaleza para las generaciones presentes y futuras; en lo político, la reafirmación de la democracia, el estado de derecho, la transparencia y rendición de cuentas de la mano de la participación de la sociedad civil y las comunidades locales a la formulación, aplicación y evaluación de las políticas públicas.

La ONU plantea una fuerte agenda de transformación que sólo será posible sobre la base de la movilización y organización de nuestras sociedades.

Desconocemos cuanto más durará la pandemia y su impacto en los ingresos y el consumo de la población. Podrían ser años. No es fácil predecir la respuesta social que podría tomar la vía de la resignación y pasividad; o una reacción impulsiva, asociada a desorganización, caos y violencia; o la mejor respuesta qué sería de organización e impulso transformador.

Me vienen a la mente momentos de nuestra historia para ilustrar esas posibilidades. Durante 35 años de porfiriato predominó la resignación; dio paso a la violencia y caos revolucionario; y sólo décadas más tarde, con el cardenismo, se encauzó en organización e impulso transformador. Ruego a mis amigos historiadores la libertad que me he tomado al describir así esos momentos de gran complejidad.

La respuesta a la gran depresión norteamericana y mundial iniciada en 1929 provocó una gran pobreza en los Estados Unidos. A México regresaron cerca de 300 mil trabajadores que perdieron sus trabajos en los Estados Unidos y a los que la economía nacional, también golpeada, no tenía manera de absorber. Pero la exigencia social de cambios de fondo terminó por encontrar una respuesta apropiada en ambos gobiernos. En los Estados Unidos el “nuevo trato” y una gran movilización laboral en obras públicas. En México, una gran reforma agraria que configuró una fuerte propiedad social en el campo.

Hay que acelerar el paso de la resignación, saltarnos el caos y aterrizar rápidamente en la exigencia social organizada y constructiva de una nueva gran transformación en las vertientes que propone la Organización de las Naciones Unidas.

Para ello habrá que desterrar los dogmas mentales que aún nos tienen amarrados. Uno de ellos, tal vez el principal, es el de que tenemos que competir en un libre mercado porque eso beneficia al consumidor. Bueno, el caso es que ya competimos y hasta los consumidores perdieron. Ahora hay que hacer prevalecer el interés de los productores; todos los productores, los grandes y los pequeños.