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Culiacán, a querer o no, punto de inflexión

Solo acelerando el crecimiento de los elementos sanos de la economía y de la sociedad podrá irse desplazando y debilitando el poder del crimen organizado. | Jorge Faljo

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Escrito en OPINIÓN el

Lo ocurrido este pasado jueves en Culiacán cimbró al país. La población local vivió horas de terror encerrada en los lugares donde estaban al iniciarse las balaceras. Éstas fueron desatadas por el crimen organizado que se enseñoreo de buena parte de la ciudad; circulaban exhibiendo armas de alto calibre, cerraron los puntos de acceso a la ciudad, el aeropuerto, y derrumbaron el muro de un penal provocando una fuga de reos. Fue su respuesta a la detención de Ovidio Guzmán, un hijo del Chapo, preso en Estados Unidos.

En el resto del país seguíamos con alarma y desconcierto lo que ocurría en la capital de uno de los estados con mayor pujanza económica. La situación era confusa y hasta este momento muchos detalles de lo ocurrido siguen siendo inciertos o borrosos.

Lo que es seguro y sorprendente es la capacidad de organización y respuesta inmediata de estas bandas que en un par de horas pusieron en jaque no solo al gobierno local, sino incluso al federal. La confrontación de fuerzas fue totalmente favorable a los seguidores y aliados del Chapo en detrimento de las fuerzas institucionales.

Finalmente, el gobierno retrocedió en su intención de detener y, posiblemente, extraditar a Ovidio y, puesto que ya estaba en sus manos, lo liberó. Fue una decisión del gabinete de seguridad federal, con la aprobación del presidente López Obrador de la que se responsabiliza plenamente.

AMLO explica que era mucho más importante preservar la vida de los seres humanos que la detención de un presunto delincuente. Decide no enfrentar la violencia con la violencia, y está por la paz, la fraternidad y el amor. Menciona en favor de esta actitud al nuevo testamento. Es decir que se vuelve a declarar cristiano.

No obstante, la decisión presidencial es muy controvertida y algunas de sus expresiones, del fuchi guacala, al papel de las madres y abuelas en el control de los delincuentes son objeto de franco pitorreo en las redes sociales. Pero hacer chistes no le quita seriedad al asunto, buena parte de la población se siente insegura, y este es un tema mayor de la vida nacional.

Los adversarios políticos del presidente hablan de una rendición ante el crimen y de un estado fallido. Argumentan que se debió dar una fuerte demostración de poder por parte de las fuerzas armadas institucionales.

Pero si se hubiera seguido ese camino el costo en vidas humanas podría haber sido inmenso. Se amenazó en particular a un conjunto habitacional de militares, es decir a sus familias, incluyendo niños.

El presidente tomó la decisión que en ese momento era la correcta. Pero no deja de preocupar que, más allá de su convicción cristiana, exista en esta administración la percepción de que en una guerra contra el crimen organizado saldríamos perdiendo.

Los que exigen someter al crimen organizado por la fuerza de las armas asumen que el gobierno ganaría en corto tiempo y a un bajo costo en sangre tanto de militares como de civiles. Culiacán, y Aguilillas, nos demuestran que no es así. Y este es un diagnóstico terrible, tenemos un estado débil y eso no se remediaría mediante enfrentamientos que más bien podrían demostrar su debilidad y un costo inaceptable en vidas.

El camino planteado por este régimen es el del desarrollo, la inclusión de los jóvenes con educación y preparación para el trabajo; elevar el bienestar de los más vulnerables mediante transferencias sociales; conseguir la autosuficiencia alimentaria sustentada en la producción campesina e indígenas, entre otras medidas.

Pero Culiacán es un parteaguas. Demuestra la inaceptable debilidad heredada del Estado y la convierte en argumento político en contra de toda la cuarta transformación. Abre una herida que se irá ensanchando y que se convierte en una de las principales amenazas a la propuesta de desarrollo del régimen. 

Reconocer la debilidad obliga a acciones de fortalecimiento rápido; hay que acelerar el paso. Con una captación fiscal de nivel paraíso no hemos podido crecer. Urge elevar la captación. Estoy convencido de que si no se hace pronto y se traduce en desarrollo social se perderá la oportunidad de la actual alta popularidad del régimen. Entre más se tarde será más difícil.

El Fondo Monetario Internacional sugiere fortalecer al sector privado. Pero el problema de fondo de la inversión privada es que el entorno mundial es crecientemente hostil, y al interior tenemos un mercado empobrecido. El mejor impulso a la inversión privada es una política industrial que le abra vertientes de producción en substitución de importaciones chinas tanto para el mercado interno como para elevar el contenido nacional de las exportaciones.

Lo principal es configurar un fuerte sector social. Y el primer paso es que las transferencias sociales se amarren al consumo de productos nacionales. No a un mecanismo de transferencias que favorece la globalización del consumo.

Acelerar la transformación requiere promover a las organizaciones sociales independientes y democráticas y dejar de verlas como adversarias. 

Culiacán obliga a redoblar el paso transformador; aún hay tiempo y sustento social. Solo acelerando el crecimiento de los elementos sanos de la economía y de la sociedad podrá irse desplazando y debilitando el poder del crimen organizado y también los argumentos de aquellos que quieren una confrontación que hundiría en sangre la transformación de México.