Main logo

Cuando mi padre murió…

Escribo nuevamente estas líneas, y lo hago como de costumbre: “Desde Washington”. Volví a la capital de la nación estadounidense hace una semana y he tenido que ponerme al corriente para tratar de sacar todos los pendientes que se acumularon en las últimas semanas. El pasado 23 de abril murió mi padre, Federico Ling Altamirano, y fue un duro golpe que me tomó por sorpresa. Bueno realmente en estas cosas, siempre la sorpresa y el dolor es inevitable; creo que casi nadie está preparado para recibir estas noticias, por más que esté enterado de la situación o por más anunciada que se encuentre. Y así fue y así sucedió: mi madre me llamó por teléfono esa mañana para avisarme que mi papá estaba en la ciudad de Durango, muy enfermo (de gravedad), por lo que inmediatamente me regresé a mi casa (estaba en mi oficina) para ir al aeropuerto. Al llegar al aeropuerto nacional “Ronald Reagan” para abordar el avión de vuelta a México – vía Atlanta – recibí otra llamada de mi mamá para avisarme que mi papá acababa de fallece

Por
Escrito en OPINIÓN el

La muerte de mi padre, aunque es la ley natural de la vida, me afectó profundamente porque nunca había perdido a un ser querido (tan cercano) en mi vida. No sabía lo que se sentía y no tenía idea de lo que iba a vivir, lo que iba a cruzar por mi mente, lo que habría de suceder con la familia y todo lo que sobrevendría después. Es muy curiosa la manera en que uno empieza a pensar en las cosas verdaderamente importantes de la vida. Lamento no haber escrito estas colaboraciones en el último mes, pero realmente no tenía cabeza para hacerlo. No sabía ni qué decir, ni qué escribir, ni siquiera hacer alguna contribución que lo mereciera. En esta ocasión lo hago, y quiero hablar de lo que sucedió, a manera de homenaje para mi papá. Ese día llegué a la ciudad de Durango en la noche, y me fui directo a la funeraria; el taxi del aeropuerto me llevó y tuve que enfrentarme a la cruda, mezquina y siniestra realidad. Al día siguiente hubo una misa y un homenaje en el Partido Acción Nacional, y en dicho homenaje tuve que hablar a nombre de la familia. Apenas pude hacerlo, pero con un gran esfuerzo logré articular un pequeño testimonio de vida; no del político, sino del padre, de mi papá.

En resumidas cuentas, lo que dije es que mi mayor herencia es mi “nombre”. Literalmente. Me llamo Federico Ling y es este el mejor regalo y legado que me dejó mi papá. A donde quiera que voy la gente me pregunta: ¿tú qué eres de Federico Ling Altamirano? La respuesta es: “su hijo”. No solamente es un orgullo llevar su nombre, sino el reconocimiento implícito que hacen de él, de su legado, de su congruencia. Allí está la esencia de mi orgullo, de mi fortaleza como persona y los pilares que me constituyeron en lo que soy ahora. Puedo decir que estoy orgulloso de mi padre y que, a mis 31 años, todavía sigo pensando en que “cuando sea grande” quiero ser un “señorón” como lo fue él. Heredar este nombre y apellido es entonces mi tesoro. Mi papá también fue poeta y escribió un verso llamado “Por si mañana me voy”; en una de las estrofas dice: “A mis hijos casi nada quito o pongo con mi ausencia, si es que logran entender en el diario acontecer que ellos son su propia herencia”. No hay palabras más claras y más contundentes, porque esta fue siempre la lección que nos enseñó, en la que nosotros mismos tendremos que ser responsables y libres para saber construir nuestra vida.

La muerte de mi papá me tomó por sorpresa en la ciudad de Washington. Nunca voy a olvidar esto. Si la capital estadounidense ya me había marcado para el resto de mi vida y la experiencia de trabajar en el extranjero ya era lo suficientemente importante para ser un parte aguas en mi camino profesional, la muerte de mi papá lo es en el terreno personal. Ahora sigue dar paso a nuevos horizontes en mi vida. Esto me obliga a pensar en las cosas que son importantes y a no dejar que las trivialidades de la normalidad de la vida nos hagan a un lado del camino: la ruta es clara y llevo mi nombre como herencia.

@fedeling