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Cuando Dios dice a fregar…, del cielo llueven escobetas

La pandemia desnudó brechas como la desigualdad, la informalidad y la fiscalidad. | Jorge Faljo

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Escrito en OPINIÓN el

Esto lo decía Macristi, una monja de buen carácter que conocí en mi infancia, y que así señalaba que los males tienden a presentarse juntos. No soy creyente, pero conservo el buen recuerdo y, además, me parece que el refrán refleja lo peor de esta pandemia, su ensañamiento en los más vulnerables.

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), recién publicó, el pasado 28 de abril, los datos de una encuesta que señala que la población de México es la que más ha resentido el impacto en los ingresos y el bienestar asociados a la pandemia de covid-19. Para ello levantó información de 25 mil personas en 25 de los 37 países que son miembros de la Organización.

Sus resultados no nos dejan bien parados. En México el 26.4 por ciento sufrió pérdida en el empleo, contra el 11.8 del promedio general y el 65.4 por ciento presentó alguna dificultad laboral, la cifra más alta del conjunto de 25 países.

Según la encuesta en México el 66.1 de los entrevistados reportaron por lo menos alguna dificultad financiera desde el inicio de la crisis. De nuevo el porcentaje más alto de todos los países. Una cifra que duplica el promedio general de 31 por ciento.

En la encuesta se preguntó sobre varias posibles dificultades financieras de menor o mayor gravedad: El 40.1 por ciento de los entrevistados mexicanos tuvo que disponer de ahorros o vender alguno(s) de sus bienes; lo más preocupante es que el 10.7 por ciento declaró haber pasado hambre por no tener dinero para comprar alimentos. México tuvo el mayor porcentaje de personas con dificultades financieras, el 66.1 por ciento de los entrevistados, contra un promedio general de 31 por ciento.

Las cifras provenientes de una encuesta de este tamaño adolecen de cierto margen de error y no se puede tomar a pie juntillas. Pero el hecho de que la encuesta haya seguido la misma metodología en 25 países si permite señalar diferencias que deben preocuparnos.

Un peor resultado para los mexicanos se asocia a algo que ya he comentado en entregas anteriores; México es el país que ha enfrentado la crisis económica asociada a la pandemia con el porcentaje más bajo de gasto social y apoyo al consumo popular. Menos del 1 por ciento del PIB. Por otra parte, las remesas de trabajadores en el extranjero totalizaron un 3.7 por ciento del PIB y han sido la principal fuente de alivio para millones de familias.

Otra de las varias vertientes de inequidad que ha acentuado la pandemia es la diferencia entre trabajo femenino y masculino. Para marzo de 2021 la mayor parte de las ocupaciones perdidas se han recuperado, así sea en condiciones de menor ingreso y dignidad laboral, es decir en empleos informales. No obstante, la diferencia de género es fuerte; por un lado, hay 92 mil hombres ocupados menos; pero hay un millón 375 mil mujeres ocupadas menos.

México es fiel reflejo de lo que señala el Fondo Monetario Internacional al afirmar que la emergencia laboral ha impactado sobre todo a las madres. El cierre de escuelas y guarderías golpeó sobre todo a las madres trabajadoras que se vieron obligadas a recluirse en sus hogares para continuar realizando el grueso de las tareas domésticas y ahora con la carga adicional de ser cuidadoras – educadoras de sus hijos.

De acuerdo al Instituto Mexicano de la Competitividad –IMCO-, hay un potencial de 8.2 millones de mujeres que podrían, y querrían, incorporarse al empleo si se les ofreciera la oportunidad y las condiciones para hacerlo. No utilizar su energía, talento y capacidades es desaprovechar, dice el IMCO, el equivalente a 3.5 billones de pesos anuales.

Pero hacerlo requiere implementar un sistema universal de cuidados infantiles que, citando fuentes de la Organización de las Naciones Unidas –ONU-, y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe –CEPAL-, tendría un costo de aproximado de 1.16 por ciento del PIB, pero generaría un incremento de 1.77 por ciento del PIB.

El caso es que es posible sospechar que el desempleo, el deterioro de las condiciones de empleo en favor de la informalidad, el empobrecimiento que llega al hambre, el incremento de la carga de trabajos domésticos (incluyendo el cuidado de los niños), tiene a recaer en los grupos de población que ya eran los más vulnerables desde antes de la pandemia.

Para la CEPAL, en voz de su secretaria ejecutiva, Alicia Barcena, el covid desencadenó la más aguda crisis económica y política del capitalismo global desde la Gran Depresión de 1930. La pandemia desnudó brechas como la desigualdad, la informalidad, la fiscalidad, entre otras. Este último punto es particularmente importante en México, donde durante décadas los ingresos petroleros permitieron no estar a la altura de la recaudación tributaria de la generalidad del resto de las economías; es decir que el petróleo nos mantuvo como paraíso fiscal. Y así seguimos.

Combatir el hambre, apoyar el empleo femenino, sostener el consumo básico, de preferencia asociado a la producción y el empleo internos requiere de un gobierno fuerte y decidido. Pero lo más importante es la decisión de no intentar una salida de la crisis meramente cuantitativa, que en realidad nos arrastre a acentuar la dualidad de un México altamente globalizado y al mismo tiempo con un grave rezago social.

Preocupa que la superación de la crisis ocurra como continuidad de la globalización y no como oportunidad para cambiar de rumbo hacia una estrategia de fortalecimiento de la producción y del mercado interno. No es hora de inversiones de relumbrón, sino de reactivación de la producción dispersa, la rural y la urbana, empleando capacidades disponibles. Depender de la inversión externa, la gran inversión privada y una inversión pública concentrada excluye a la mayoría y acentuaría una ya peligrosa división social y productiva.

Lo primero es reforzar la recaudación tributaria del nivel de paraíso fiscal a otro cercano a la media internacional, latinoamericana y/o de la OCDE. Esto a la vez que se protege el consumo mayoritario. Hay que plantearnos, como ya lo hacen muchos países, de los Estados Unidos a Argentina, exigir una contribución proporcional a la riqueza acumulada por los muy pocos; menos del uno por ciento de la población. De otra manera nos encaminamos a un desastre social de terribles consecuencias.