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Cuando AMLO vio a la CTI

Querido René Drucker, cuanta falta hace falta tu mirada y tu voz en momentos como los que atravesamos. | Rafael Loyola Díaz*

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Escrito en OPINIÓN el

Tuve el privilegio de gozar de la amistad de René Drucker. Personaje cuya voz se extraña en estos momentos de tanta confrontación, de fracturas institucionales y de visiones de la ciencia, desde el poder, que no esperaba la comunidad científica. René nunca ocultó su vocación por los movimientos progresistas, incluso a costa del pase de cuenta que suelen venir, ante esos comportamientos, del establishment de la ciencia que no deja de tener sus corrientes conservadoras. Empero, hemos de reconocer que la personalidad de René Drucker también daba pautas a reacciones duras pues le gustaba el diálogo franco, la provocación y la promoción del cambio para mejorar, aún a costa de los intereses que se afectaran. Era un devoto de la transformación, mucho hizo de innovador como científico y como responsable de la Coordinación Científica de la UNAM, y en todos los espacios que tenía a su alcance para influir en el mundo de la ciencia mexicana, además de ser un gran divulgador del conocimiento y generoso con amigos, colegas y necesitados.

De sorprender era la jovialidad de René, incluso en su fase otoñal, tanto fue así que en los últimos años de su intensa existencia hizo un corrimiento de la ciencia dura, como les gusta decir a los científicos exactos y naturales, a las ciencias sociales, al igual que también se fue abriendo paso de una visión muy UNAM de la ciencia a considerar a otros organismos que mucho avanzaron en los últimos años en generación de conocimiento, como la UAM, el CINVESTAV, universidades estatales y el conjunto de Centros CONACYT.

Sin duda vió, ayudó y reconoció que el mundo de la ciencia y la tecnología se había diversificado en las últimas décadas en México, ya no era la UNAM el único cisne negro. De manera parecida, tuvo un corrimiento muy interesante de la ciencia a la transferencia de conocimiento, de forma tal que en sus últimos años se volcó a proyectos de desarrollo tecnológico y de innovación, donde los empresarios tenían un papel central.

Para las elecciones del año 2012 y fiel a su inclinación de avanzada, se sumó con entusiasmo  a la campaña electoral de Andrés Manuel López Obrador, oportunidad que le dio para tratar de acercar a la comunidad científica con el entonces candidato del Partido de la Revolución Democrática. Con este motivo, recuerdo, me invitó a presentar al candidato una propuesta de política científica en la ciudad de Aguascalientes, momento en el que yo tenía una fuerte inclinación por el modelo de Centros Públicos de Investigación (CPI), dado mi todavía reciente paso como director de unos de los Centros CONACYT. René, con su elocuencia, hizo un vigoroso discurso en apoyo a su candidato, quién ya se había comprometido a crear la secretaría de ciencia si llegaba al poder; por el contrario, yo experimenté los regaños del entonces candidato, por haber osado comentar que la continuidad en política para la ciencia y la tecnología en los gobiernos de Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo había permitido un gran avance en la materia. Este comentario mereció el disgusto del candidato, pues en su opinión, desde esos años, a los gobiernos tildados de neoliberales no podía atribuírseles ningún mérito; en su lugar, y en voz de uno de sus amigos, nos ofreció una disertación sobre una visión de la educación sin selección, sin tiempos de terminación de cursos e inclinada por un acompañamiento paternal de los alumnos.

Como parte de su abanderamiento de la propuesta en ciencia, René Drucker formuló una propuesta de política en Ciencia, Tecnología e Innovación (CTI) que se sumó a otras que nutrieron, animaron y enriquecieron el debate del proceso electoral.

Para ese momento, el año 2012, circularon cinco grandes propuestas sobre la política que se debería diseñar en materia de CTI, pues para ese momento las dos administraciones del Partido Acción Nacional habían logrado arraigar el concepto de innovación en la política pública, destinando cuantiosos recursos para impulsdar la relación entre academia y empresa con vistas a la mejora de la productividad y la competitividad.

La primera propuesta está contenida en el documento titulado Declaración de Monterrey: Sociedad y Economía del Conocimiento para impulsar la Competitividad y el Desarrollo Sustentable de México, formulado por la Asociación de Directivos de la Investigación Aplicada y el Desarrollo Tecnológico (ADIAT); la segunda tiene el título de Inclusión con responsabilidad social. Una nueva generación de políticas en Educación Superior, formulada por la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES, 2012); la tercera fue presentada por el doctor Arturo Menchaca en su calidad de Presidente de la Academia Mexicana de Ciencias (AMC) con el enunciado El único camino hacia el desarrollo de México pasa por el conocimiento. La cuarta propuesta está contenida en el documento denominado Propuestas de la Secretaría de Ciencia, Tecnología e Innovación, a cargo de René Drucker Colín y avalada por el candidato del PRD. La quinta y última es el documento titulado Hacia una Agenda Nacional en Ciencia, Tecnología e Innovación, promovido por la UNAM y avalado por 64 instituciones, entre las que se encontraban universidades y organismos públicos de investigación, otras instituciones de Educación Superior (IES) privadas, academias profesionales y algunas empresas. Sin duda, esta última fue la propuesta más respaldada.

En el diagnóstico sobre el saldo en CTI para ese momento, todas las propuestas coincidieron en que existía rezago en todos los rubros y una limitada inversión con respecto al PIB, además de que lo invertido se situaba en el nivel más bajo de los países de la OCDE, también distante de lo que invertían en el rubro otras economías emergentes y por debajo del promedio de otras naciones de América Latina. Enfatizaban también que la inversión de la iniciativa privada era muy reducida con respecto a lo que ocurría en otros países; que era limitado el número de investigadores y tecnólogos para una población y una economía como la mexicana, y que la formación de doctores estaba muy lejos de lo reportado por otros países similares.

Luego de estas grandes convergencias, cada propuesta formuló apreciaciones particulares. En el documento del doctor Drucker se mencionaba la caducidad del modelo público que se había aplicado hasta ese momento, la persistencia de una compleja e inoperante estructura para gestionar la CTI, una normatividad rebasada y fuera de sintonía con las nuevas condiciones que se demandaban del quehacer científico, al igual que para promover el desarrollo tecnológico y la innovación. Además, señaló que desde hacía más de diez años se había adoptado un modelo sin las debidas mediaciones nacionales y sin considerar la infraestructura, la política económica y las características del empresariado mexicano, por lo cual era difícil responder favorablemente a una política volcada a incrementar la productividad y la competitividad de las empresas. 

En el rubro de las propuestas, se dieron coincidencias significativas, con excepción de lo planteado por la ADIAT. Se compartió la necesidad de reubicar la CTI dentro de la agenda pública, de lograr que fuera incluida entre las prioridades y se asumiera como estratégica para el desarrollo nacional; por ello, se pronunciaron por elevarla a rango de Secretaría de Estado. En dirección similar se planteaba la urgencia de que se cumpliera el ordenamiento legal de asignarle el 1% del PIB, porcentaje que debería alcanzarse con la participación del sector privado. Un punto sobresaliente fue la sintonía que se registró en la definición de nichos de oportunidad y en estimular una investigación que fuera pertinente para la atención de requerimientos nacionales y de los dilemas regionales. También se pronunciaron por el fortalecimiento y autonomía de los Centros CONACYT y por la actualización y simplificación de la normatividad vigente.

La ANUIES, la UNAM y el documento de Drucker destacaron la necesidad de tener otra plataforma para la coordinación y gestión de la CTI junto con la construcción de una nueva institucionalidad que flexibilizara, fuera más eficiente y mejorara la toma de decisiones, además de reiterar la urgencia de retomar el binomio ciencia–tecnología, al igual que su vinculación con la educación superior. Entre las grandes orientaciones, las propuestas se inclinaron por una CTI comprometida con un modelo de desarrollo sustentable y cuidadoso del ambiente.

Tales propuestas se pronunciaron por el fortalecimiento de la planeación y la evaluación institucional –incluso la UNAM sugirió la creación de un Sistema Nacional de Evaluación–, por una visión y una política que considerara todas las ramas del conocimiento y la vocación por el cultivo del conocimiento de frontera, incluyendo las Ciencias Sociales y las Humanidades, disciplinas a las que también se incluyó en la definición de nichos de oportunidad.

De manera análoga, coincidieron en fortalecer la vinculación y el impacto social, en la conveniencia de formar profesionales en transferencia de conocimiento, punto en el que también convergieron con la ADIAT. 

En cuanto a los Centros CONACYT y otros CPI, varias propuestas compartieron la idea de fortalecerlos y de diseñar una política de largo plazo. El documento del candidato del PRD agregó que se les debía dar plena autonomía de gestión, mejorar los mecanismos de designación de sus titulares y dotarlos de una ventanilla, en el sector público y al más alto nivel, que los coordinara, promoviera e impulsara su crecimiento y los consolidara como modelo de I+D.

Dado este panorama, se puede decir que, en realidad, había básicamente dos visiones y dos tipos de propuesta. La primera fue la de la ADIAT, la cual se puede definir como la de la continuidad de la política que estaba en curso luego de doce años de administración del Partido Acción Nacional. La otra visión fue la que compartieron la ANUIES y la propuesta del doctor Drucker, a la que mucho se acercaron tanto la presentada por la AMC como la que, con mayor detalle en consideraciones y sugerencias, se presentó en el documento pivoteado por la UNAM. Esta segunda visión se resume en llamar la atención sobre la pobreza de los resultados obtenidos y la falta de competitividad de México frente a economías similares –tanto en el ámbito latinoamericano como ante los demás miembros de la OCDE–, además de coincidir en señalar la inoperancia de la estructura para la gobernanza de la CTI. De manera particular, acentuó la definición de prioridades y de campos estratégicos o de nichos de oportunidad, se inclinó por el lanzamiento y fortalecimiento de proyectos ambiciosos, junto con la creación de nuevos organismos de I+D, al tiempo de fortalecer los Centros CONACYT y el modelo de CPI.

Finalmente, debe reconocerse que a la vez que subrayó la conveniencia de elevar la jerarquía de la CTI en el interés del Estado (a través de una mayor atención presidencial o, mejor aún, mediante la creación de una Secretaría de Estado), también puso en la ecuación la mejora del marco normativo.

En suma, la propuesta de René Drucker que fue avalada por el candidato López Obrador, era innovadora y de avanzada, pues compartía tanto el interés de hacer investigación fundamental del más alto nivel –mucho soñaba en lograr un premio nobel para un mexicano de factura entera- como la necesidad de transferir conocimiento al sector empresarial para mejorar competitividad y productividad; no solo no cerró los ojos hacia el empresariado sino que lo visualizó como un actor importante para la CTI; se pronunció por estructuras de gobierno para la ciencia ligeras y dinámicas, las cuales tenían que estar fortalecidas por espacios de autonomía. En su mirada estaban tanto el Foro Consultivo Científico y Tecnológico como la Academia Mexicana de Ciencias y otras asociaciones profesionales, a la vez que era enfático en la urgencia de crear un gran organismo autónomo del CONACYT que agrupara y potenciara a los centros públicos de investigación, liderados por los centros CONACYT a los que ya consideraba con la mayoría de edad necesaria para asumir tal desafío.

En esta circunstancia, podemos concluir que también desde posiciones progresistas se han tenido voces comprometidas por una ciencia abierta, libre, sin adjetivos, con autonomías y contrapesos, que demanda más atención y financiamiento del sector público, y que en su ecuación no solo integra a grupos sociales de diversa índole sino también a empresarios, además de asumir el concepto de sustentabilidad. Querido René, cuanta falta hace falta tu mirada y tu voz en momentos como los que atravesamos.

*Rafael Loyola Díaz

IISUNAM/CCGS

** Esta reflexión toma algunos fragmentos de un libro, en proceso de conclusión, sobre la política en Ciencia, Tecnología e Innovación (CTI) en la administración del Dr. Enrique Cabrero, en co edición con la Dra. Judith Zubieta. Las apreciaciones son responsabilidad única del autor.