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¿Crisis sin confrontación política?

En tiempo de crisis, el líder también debe interactuar con los críticos, adversarios y opositores. | José Antonio Sosa Plata

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Escrito en OPINIÓN el

El escenario multi-crisis nos impone nuevos desafíos. La crisis sanitaria está en el ojo del huracán. En las crisis económica y de inseguridad la incertidumbre se mantiene. Pero en ninguna de las dos se vislumbran soluciones para el corto plazo. En este contexto es comprensible que los conflictos, desacuerdos y confrontaciones entre algunos grupos de poder no paren, a pesar de los llamados a la tregua, la solidaridad y la unidad.

En situaciones de crisis, la lucha por el poder es más intensa.

Es lo normal. Es inevitable. Tanto así que la teoría y los nuevos modelos de gestión de crisis  —que surgieron desde la década de los ochenta del siglo pasado— ponen un énfasis especial en las acciones y tácticas para lidiar con el conflicto. Prácticamente todos los especialistas coinciden en que, lo mejor, es comprender su origen, su esencia y lo que está en disputa para hacerle frente de una manera efectiva.

Consulta: Octavio Islas y Gabriela Hernández (Coordinadores). Investigando la comunicación de crisis. México, Tecnológico de Monterrey y Razón y Palabra, 2013.

Si un gobierno tiene varios frentes abiertos en tiempos de estabilidad, ¿por qué no habría de tener los mismos, o más, durante los desafíos que le impone un desastre natural, una crisis económica global o una pandemia? Como lo hemos visto durante los últimos meses, ni las oposiciones ni los aliados ni los grupos fácticos o el crimen organizado entienden la cuarentena como un inmovilismo político.

El esfuerzo de los líderes debe ir más allá de resolver los problemas que la generaron.

¿Por qué? La razón se simple, obvia e inobjetable: todas las decisiones que toman las autoridades en una crisis generan afectaciones. Dañan intereses políticos, económicos y sociales. Modifican los equilibrios entre los grupos. Ponen en riesgo a quienes detentan el poder. Y, por lo tanto, abren ventanas de oportunidad para los adversarios. Sobre todo, para quienes hacen política desde la oposición y también a los que pretenden provocar crisis institucionales. Desde esta perspectiva, los adversarios estarían cometiendo un error si se quedan callados.

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En consecuencia, la estrategia anti-crisis debe considerar las diversas reacciones políticas a las que se tiene que hacer frente. Negar o ignorar a quienes piensan o actúan diferente que nosotros es tanto como negar la existencia de la crisis. Por eso, ningún líder debe dudar que el pluralismo, la discusión, el debate, la crítica, el rumor, las acusaciones, las noticias falsas y el cuestionamiento directo sobre lo que se hace o deja de hacer forman parte importante de los modelos de previsión. 

El diálogo no siempre es tranquilo, positivo, propositivo o civilizado.

En la lucha por el poder dentro de una crisis, las tensiones cotidianas provocadas por el nerviosismo se generan desde todas partes. Aún a los muy experimentados les cuesta trabajo tener un control absoluto de las emociones. Por lo tanto, se incrementan las posibilidades de potenciar los conflictos y las confrontaciones verbales que de éstos surgen.

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Para las autoridades de gobierno, una de sus prioridades es mantener fuertes a las instituciones, preservando el modelo democrático de pesos, equilibrios y contrapesos. Desde su perspectiva, les corresponde entonces uno de los roles más complicados: 

1. Proceder y comunicarse con la mayor cordura y tranquilidad.

2. Optar por el diálogo abierto y el debate de altura y razonado.

3. Convencer con datos duros y hechos contundentes.

4. Mantener los principios de transparencia, rendición de cuentas y libertad de expresión.

5. Corregir a tiempo si se demuestra que se han equivocado. Esta es la mejor ruta para lograr la confianza y cuidar su reputación.

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Sin embargo, en situaciones de crisis el que no cae resbala. 

La alta comisionada de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet fue clara, directa y contundente al señalar que las medidas excepcionales y de emergencia adoptadas ante la pandemia “no deben servir de pretexto para que los gobiernos intenten aplastar la disidencia o reducir los espacios cívicos”. Tampoco para “amordazar a críticos, opositores o a la prensa”. Mucho menos “para controlar a la población o para prolongar la estancia de un líder y su entorno en el poder”.

Los ejemplos que pone confirman que las decisiones autoritarias que se han tomado en varios países de poco o nada sirven. Por ello, el diálogo, el acuerdo y los llamados a la solidaridad y la unidad son necesarios, aunque se sepa de antemano que estos preceptos son difíciles de alcanzar.  Sin embargo, la paradoja es una realidad y tiene que actuarse en consecuencia. 

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Las crisis obligan a la reflexión. Para salir bien librados, tampoco es útil ubicarse en los extremos. La polarización solo quita tiempo y distrae. En un gobierno democrático, justo y transformador, es preciso coordinar acciones y narrativas para dar cauce a la pluralidad de opciones, posturas y respuestas. Es una fórmula de ganar-ganar a la que conviene que se ajuste la mayoría. El resultado lo amerita: mantener la confianza de la ciudadanía y reducir el desencanto de la gente en la actividad política.

Recomendación editorial: Jared Diamond. Crisis. Cómo reaccionan los países en los momentos decisivos. Barcelona, España, Editorial Debate, 2019.