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Covid-19, cada día es el peor día

La pandemia provocada por el SARS-CoV-2 demuestra la falta de coordinación entre los tres niveles de gobierno. | Víctor Pichardo Ángeles*

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Escrito en OPINIÓN el

México se encuentra lejos de las estimaciones sobre el número de muertos provocados por el SARS-CoV-2 que se hacían públicas el 5 de mayo de 2020, las cuales contemplaban cerca de 6,000 personas. Al 30 de noviembre de 2020 hay 1,107,071 casos confirmados y 121,436 defunciones confirmadas. Las cifras se pueden ver desde diversos ángulos, y uno, es el de las personas que eran cercanas a las más de las 100 mil personas fallecidas, que es mi caso y quiero compartirlo.

El 10 de julio de 2020 recibí una llamada que sería el inicio de la historia más triste de mi vida, mi madre, a la que solo había visto en la pantalla de mi celular desde que inició el confinamiento, me comunicaba que tenía el “bicho”. En ese momento el mundo se comenzó a detener, el tiempo pasó tan lento, mi madre cubría el perfil de las personas con mayor riesgo de perder la batalla ante este virus, sobreviviente de cáncer de mama, diabetes, hipertensión, sobrepeso y habitaba en la alcaldía Iztapalapa. 

A mi mente llegaba la muerte de mi tío, ocurrida en abril, que fue contagiado por personas que trabajaban en la Central de Abasto, epicentro de contagios en la Ciudad de México, y la historia de mi hermano que estuvo dos meses con oxígeno en su domicilio. 

El 11 y 12 de julio, los medicamentos recetados por un médico particular y el compromiso de una mujer que siempre luchó dieron lo que ahora reconozco como una falsa esperanza. Para el lunes 13 de julio por la noche, mi madre necesitaba suero ya que la fiebre y el dolor no la habían dejado descansar, comer o beber el agua suficiente. 

Para el 14 de julio, ya era necesario el oxígeno y en ese punto me enfrente a un camino que han recorrido miles de personas en el país. Llamadas a las compañías que ofrecen el servicio de renta y recarga de tanques de oxígeno, servicio que tardaría mínimo 24 horas en llegar al domicilio en el que se requería y que implicaba una inversión inicial de $5,670.00, lo que supera el ingreso promedio mensual en México. La otra opción era la adquisición de un tanque por $7,000.00 el cual tenía una duración promedio de entre dos y cinco horas dependiendo de los litros por minuto que se deban administrar.

Las redes familiares entraron en acción y accedí a un concentrador de oxígeno. Faltaba la mascarilla para oxígeno, las extensiones y los insumos para que pudiera cuidar a mi madre los siguientes días, al menos eso pensaba en ese momento de la mañana. 

La recomendación fue que me dirigiera a la zona de hospitales para conseguir todo lo necesario. Llegue al lugar alrededor del mediodía, en la primera farmacia tenían casi todo; con excepción de las mascarillas para oxígeno, las cuales me llevo más de tres horas conseguir y en cuya búsqueda pude constatar que en lugares especializados y farmacias estaban agotadas las mascarillas y que las diferentes presentaciones del oxígeno exigían un fuerte desembolso si es que tenían en existencia el oxígeno.

Ese día mi madre ocupó el oxígeno durante 6 horas, ya que alrededor de las 10:30 de la noche, tuvimos que trasladarnos a un hospital ya que el estado de salud de mi madre se había deteriorado bastante a pesar del uso del oxígeno.

Su estancia en el hospital no fue muy larga, después de treinta minutos, en los que me solicitaron sus datos de identificación, padecimientos, síntomas, días de padecer la enfermedad y mi número de celular, el médico tratante me comunicó que mi madre había fallecido. Una sensación irreconocible recorrió mi cuerpo y después de este momento que aún no digiero, vino la parte burocrática de la muerte.

Comienza con la espera en una sala para ponerse el equipo de protección, con el cual comienzas a sudar antes de terminar de colocar toda la vestimenta para reconocer el cuerpo, el cual se encontraba en una bolsa gris. Una vez frente a la camilla, abrí el cierre de la bolsa y vi el rostro de mi madre, el cual, a pesar de lo pesado y doloroso de sus últimos momentos, reflejaba tranquilidad, me despedí de ella y recé, a ella le hubiera gustado eso.

Después de la despedida, me dieron la indicación de pasar a otra sala en la que me retiré el equipo, y al salir me rociaron con una sustancia para sanitizar. Posterior a este procedimiento, continué con los trámites para la entrega del cuerpo, lo cual implicaba contar con un servicio funerario, el personal del hospital hizo algunas recomendaciones. 

Alrededor de las 4:30 de la mañana salió el cuerpo de mi mamá del hospital, ubicado en periférico oriente, para dirigirse al crematorio del Panteón Español, lugar en el que recogería sus cenizas alrededor de las 14:30 horas, después de haber realizado los trámites para la emisión de la correspondiente pre acta de defunción que me permitiría trasladar las cenizas al panteón, que en nuestro caso está localizado en el municipio de Naucalpan de Juárez, Estado de México, lo que implica tramitar un permiso municipal para depositar las cenizas. Sobre el duelo, puedo decir que es doloroso y solitario.

De esta experiencia derivó lo siguiente: 1. La reducción de la ocupación hospitalaria puede ser un dato que no refleja, al menos en la CDMX, el número de personas que requieren atención médica especializada. A lo que se suma los testimonios de que ya no hay lugar en los hospitales a pesar de los datos del Gobierno de la CDMX. 2. No existe un seguimiento de las personas que habitan en la misma casa de la persona que llega al hospital, lo que en muchas ocasiones provoca que familiares, vecinos y amistades sean portadores del virus sin saberlo y lo propaguen, ya que no todas las personas asumen la responsabilidad o están en posibilidad de resguardarse por 14 días o de pagar la prueba que va de $1,300.00 hasta  $7,000.00 y; 3) Las medidas promovidas por el gobierno de la CDMX, si bien podrían considerarse medianamente eficientes, están destinadas al fracaso por la irresponsabilidad de muchas personas que no respetan las medidas sanitarias mínimas para evitar contagios. 

En síntesis, la pandemia provocada por el SARS-CoV-2, no solo ha hecho evidentes las desigualdades que existen en México y en el mundo en diferentes ámbitos, sino que demuestra la falta de coordinación entre los tres niveles de gobierno para una cuestión que requería de una visión estratégica que debió de ir más allá del discurso político.


*Víctor Pichardo Ángeles

Politólogo con Maestría en Sociología Política por el Instituto Mora. Gestor de información. Asesor en planeación, diseño, ejecución, seguimiento y evaluación de proyectos. Conocimientos en temas políticos, derechos humanos, perspectiva de género y medios de comunicación aplicados al ámbito de la comunicación política, procesos electorales, inteligencia y contrainteligencia empresarial, políticas públicas y relaciones inter e intrainstitucionales.