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OPINIÓN

Corrupción, el (otro) engaño de AMLO

¿Es el presidente Andrés Manuel López Obrador precursor del discurso anticorrupción? | Jorge Ramos Pérez

Escrito en OPINIÓN el

El presidente Andrés Manuel López Obrador afirmó el 24 de mayo, falsa o erróneamente, que es precursor de un discurso anticorrupción porque si se revisa el discurso oficial y a los medios de comunicación en los últimos 50 años, el tema no era materia ni de políticos ni de periodistas.

“El principal problema de México es la corrupción. Antes no se hablaba de eso, me siento de los precursores en poner este tema en la mesa del debate. Porque ni en los discursos se hablaba de corrupción, si ustedes hacen un análisis de los discursos de 50 años a la fecha no van a encontrar la palabra corrupción, como si no existiera, y en los medios de información lo mismo”, dijo el presidente sin rubor alguno.

“Cuando se habla del modelo neoliberal yo he llegado a sostener que, si el modelo neoliberal se aplicara sin corrupción, no sería del todo malo. Es que se puede tratar del modelo económico más perfecto, pero con el agravante de la corrupción no sirve nada. Entonces, el fondo es ese, el que impera la corrupción”, agregó López Obrador.

Sin embargo, los dichos del presidente no se sostienen. Claudio Lomnitz publicó en 1999 una investigación titulada Vicios Públicos, virtudes privadas: la corrupción en México, en donde estableció lo siguiente:

“El primer punto de partida, que es quizá también el más evidente, es que a lo largo de la historia mexicana se han utilizado discursos acerca de la corrupción para diseñar nuevos proyectos políticos, así como también para explicar por qué los proyectos viejos han fracasado. Así, por ejemplo, en tiempos de la Conquista española los curas y hombres de Estado presentaban propuestas para castigar y reformar a los indígenas con base en la noción de que en América el diablo había corrompido la verdadera fe, dando como resultado la idolatría, el sacrificio humano, la idolatría, el canibalismo, etcétera”.

El investigador añadió que “el indígena, débil y corrompido, sería reformado en una nueva sociedad y así se serviría a los intereses de los españoles, sino también de los indios, de Dios y del rey. En pocas palabras, el discurso que retrataba las creencias y prácticas religiosas y sociales de los indígenas como corrupciones de la verdadera fe se utilizó para legitimar el orden colonial”.

De acuerdo con el estudio de Lomnitz, el discurso en torno a la corrupción se modificó enseguida. Incluso se llegó a pensar que la corrupción en que incurrían los peninsulares tenía su origen “en influencias diabólicas que podían venir de fuentes indígenas, judaizantes o protestantes”.

Cita que, en otro ejemplo, Felipe II ((Valladolid, 21 de mayo de 1527 - San Lorenzo de El Escorial, 13 de septiembre de 1598) decretó que los traductores reales en las cortes de indias no recibieran regalos “ni de españoles ni de indios”.

Hubo más tarde reformas en el periodo borbónico, hacia el siglo XVIII, que prohibía la venta de puestos políticos a miembros de élites locales.

Una revisión al libro El siglo de las drogas, de Luis Astorga, relata todo lo ocurrido en el siglo XX en materia de trasiego de drogas y cómo gobernadores y senadores se corrompían. Y lo que hizo o dejó de hacer el gobierno mexicano.

El combate a la corrupción siempre ha sido un espejismo en México. Estos #Recovecos lo han reseñado desde hace un par de años y este reportero lo ha contado por más de dos décadas.

Es del dominio público que en 1982 el entonces presidente Miguel de la Madrid puso en marcha una campaña contra la corrupción, bajo la ostentosa frase “renovación moral”. Su antecesor, José López Portillo, se había despachado con la cuchara grande, como sus antecesores.

De la Madrid hizo nacer la Secretaria General de la Contraloría General de la Federación y puso al frente a una contralora eficaz, pero ineficiente: María Elena Vázquez Nava. Sonaba muy bien, pero era una engañifa. Esa oficina fue progenitora de la actual Secretaría de la Función Pública (SFP).

Con el triunfo de Vicente Fox, la primera alternancia partidista en la presidencia de México, vino el primer “zar anticorrupción”, encarnado en un llamado “bárbaro del norte”, Francisco Barrio Terrazas, que había prometido ir contra los “peces gordos”. No llegó ni a charales y de bárbaro solo tuvo el apodo.

Cada sexenio se acostumbró detener a un personaje importante que simbolizaba el parto de un nuevo poder y la ruptura con el pasado. Así, en los últimos sexenios vimos caer o ser señalado con flamígeros dedos a Carlos Jonguitud, líder del SNTE; Rogelio Montemayor, ex director de Pemex; a Raúl Salinas, el hermano incómodo de Carlos; a Raúl Muñoz Leos, ex director de Pemex; a Elba Esther Gordillo, ex lideresa del SNTE. La lista es mucho más robusta, por supuesto, estos son algunos ejemplares de cacerías anteriores, de espejismos pasados.

Sólo es cuestión de revisar el estatus de los mencionados en la lista para confirmar que su infierno generalmente dura un sexenio, o quizá un poco más.

El caso de Muñoz Leos lo revelé en abril de 2007. El entonces titular de la SFP, Germán Martínez Cázares, fugaz director del IMSS con el presidente Andrés Manuel López Obrador, lo persiguió con denuedo. Sin embargo, ya para finales de 2012 el acusado los iba venciendo en todas las instancias. Por ahí de 2015, Muñoz Leos estaba muy tranquilo en un Sanborns de la colonia San Miguel Chapultepec. “He ganado todos los procesos”, me dijo antes de dictarme su número celular.

En 1999, desde la sociedad civil surge Transparencia Mexicana, una organización no gubernamental que enfrenta el problema de la corrupción desde una perspectiva integral, a través de reformas a las políticas públicas y cambios en las actitudes privadas de los ciudadanos. Aliada con Transparencia Internacional mantiene una evaluación de una gran mayoría de países, lamentablemente pasan los sexenios y no mejoramos.

Recientemente el abogado Javier Coello Trejo publicó un libro sobre sus memorias. Ahí narra una serie de hechos ocurridos en los años 70, la manera en que el gobierno simulaba el combate a la corrupción.

¿Por qué miente López Obrador? Porque así conviene a su narrativa. Pero los hechos son más poderosos que cualquier discurso subyugante.

Punto y aparte. Por cierto, la frase “he llegado a sostener que, si el modelo neoliberal se aplicara sin corrupción, no sería del todo malo” es la confesión absoluta y plena de que la cuarta transformación es todo, menos eso: transformación. Con el paso de los años, ya asentada la polvareda que levanta López Obrador cada día, se podrá sopesar en su absoluta dimensión.

Punto final. La guerra en la Ciudad de México aún no ve lo más cruento. En todos sentidos.